Hola a tod@s, ¡Qué gusto saludarles de nuevo desde este espacio!
Quiero hablarles de un Monstruo con el que sé que muchas de ustedes, mujeres, se sentirán identificadas; y, del que no está de más que ustedes hombres, que nos hacen favor de leernos, se enteren de qué forma puede afectar la vida de una mujer y, que en lo posible y sin importar lo que Shakira diga, cuando mueve su escultural cuerpo en el nuevo video de Rabiosa (no apto para anoréxicas en recuperación), traten de ser comprensivos con nosotras si de pronto no cumplimos con ese prototipo de perfección.
Estoy hablando del Monstruo de: “La presión por la delgadez extrema”.
Si alguien puede hablarles de este Monstruo con todo conocimiento de causa, soy yo. Crecí en una familia donde, por el lado de mi mamá, la genética bendijo a mi abuela materna (q.e.p.d.) y a mis tíos con un cuerpo delgado. Sin embargo, por el lado de la familia de mi papá, absolutamente todos heredaron la tendencia a la obesidad de mi abuela paterna (q.e.p.d.), junto con una amplia colección de enfermedades relacionadas con la misma (diabetes, hipertensión arterial, problemas cardiacos, etc.).
Con esta mezcla de genes, en mi familia se dio una curiosa “alternancia”. Somos 9 hermanos y mis papás se las ingeniaron para traernos al mundo en parejita: es decir, primero tuve 2 hermanos, después 2 hermanas, después 2 hermanos, después nací yo y me siguió otra hermana y al final, mi hermano menor. Pero lo chistoso de esto, es que en cada una de las “parejitas” había un “gordo” y un “flaco”, como mi mamá decía.
En la parejita formada por Isabel, mi hermana menor, y yo ¿adivinen a quién le tocó cargar toda su vida con la etiqueta de “gorda”?... ¡A mí!
Sabemos, que todo lo que los niños pueden tener de hermosos y maravillosos, también lo pueden tener de crueles, cuando su creatividad está mal enfocada. Así que, desde muy pequeña me tocó padecer las burlas e infinidad de apodos por esta situación. Sí, entre otras “linduras”, nunca me dejaron usar la bicicleta “para que no la fuera a romper” (y hasta la fecha no sé andar en bicicleta, ¡ups!), o por ejemplo, una vez mi hermano se fracturó el hombro jugando en un resbaladero y todos me dijeron que había sido “porque yo le caí encima”. Fue tremendo para mi, que tan solo tenía 4 años, ver llorar de dolor a mi hermano de entonces 10 años por el dolor de la fractura. Me sentía verdaderamente culpable, porque en efecto, accidentalmente yo caí encima de él, pero de ninguna forma podría haber causado la lesión que él tenía en ese momento.
A la edad de 7 u 8 años, era tan consciente de mi “gordura”, que ¡me ponía a dieta yo sola! Imaginen a una niña de esa edad, matándose haciendo ejercicio y suprimiendo a su manera, la tortilla, las grasas y buscando los pocos productos bajos en grasas que en esa época había. Es cruel, pero desafortunadamente, eso les hacemos a nuestras niñas infinidad de veces al ponerles la etiqueta de “gorda”, sin enseñarlas a llevar una vida sana.
Elenita creció y se convirtió en Elena, pero nunca pudo alcanzar el estándar autoimpuesto, no solamente por la estilizada figura de sus hermanas, que comían y comían sin engordar ni un gramo; si no que, ahora, era consciente de que en el mundo existían mujeres como Claudia Schiffer, Naomi Campbell o Cindy Crawford, que eran las top models más famosas de su época de secundaria y que se veían divinas en esos cuerpos delgados.
Si bien, siempre tuve suerte con los chavos, nunca me sentí completamente segura de gustarles de verdad, me costaba mucho trabajo creer que mi cuerpo de verdad les atrajera. Pero lo peor fue, cuando conocí a mi novio de toda la universidad.
Él provenía de una familia donde todos eran muy delgados y físicamente muy agraciados. Y, para colmo, él tenía una hermana hermosísima y súper delgada que era su adoración. Por lo cual, ahora la competencia no era solamente con mis hermanas y con las chicas de la pasarela, sino también con mis cuñadas.
Entonces, la presión sí se volvió insoportable. Pero agravó cuando salí de la universidad y me di cuenta de que en el ámbito laboral, él tenía que convivir con muchas mujeres muy guapas.
¿La consecuencia?... comenzó una incesante guerra por la delgadez. Me mataba de hambre, me mataba haciendo ejercicio, escogía la ropa cuidadosamente para que ni un solo rollito de grasa corporal asomara por fuera del pantalón o de la blusa, jamás me permití rayas horizontales ni prendas claras en la parte baja.
Llegué al grado de auto medicarme con toda clase de sustancias para quemar grasa o inhibir el apetito. Sustancias que, ahora, sé que están prohibidas por la FDA y que muchas ya hasta las sacaron del mercado mexicano por ser altamente dañinas para la salud.
Me moría de pavor de pensar siquiera en ver a su familia o a la mía y que me dijeran: “¿estás engordando?” (De hecho, aun me sucede a menudo). Todo mi mundo giraba alrededor de verme súper flaca y aún así, no conseguía ser tan flaca como mis hermanas o las top models. Jamás pude ponerme una talla 5 porque mi complexión natural no es para talla 5, pero la talla 7 llegó a lucir verdaderamente horrible en mi cuerpo, porque… no la llenaba; y mejor ni les platico de las veces que me preguntaron si tenía cáncer, SIDA o usaba drogas.
Cuando terminé con él, la costumbre se quedó tan arraigada, que repetí el patrón de comportamiento con el resto de mis galanes: tenían una novia flaca, una Barbie hueca. Incluso, en una ocasión, bajé de peso tan drásticamente que deje de menstruar por 2 periodos seguidos y hasta creí que estaba embarazada.
Hace más de 2 años la historia cambió: tuve un acontecimiento personal muy fuerte, algo que me hizo entender que ser flaca no te abría las puertas, ni del éxito ni del amor: tuve dos pérdidas demasiado fuertes en el terreno sentimental y laboral.
Sin embargo, en ese momento no estaba en condiciones mentales y espirituales de lidiar con el dolor que eso significaba, así que enfoqué de forma negativa el liberarme de la presión por ser delgada. Para colmo, al comenzar un poco de estabilidad en el terreno personal y laboral, me empecé a atiborrar de trabajo; así que comía mal, descansaba mal y no hacía nada de ejercicio, por lo tanto mi problema se agravó y subí muchísimo de peso.
Hoy las cosas son distintas: sé que el ser extremadamente delgada no te soluciona la vida, sé que hay cosas más importantes que un cuerpo bonito y me he dedicado más a cultivar mi parte intelectual, profesional y espiritual.
También sé que si bien, la apariencia física cuenta, el amor y la amistad verdaderos, van mucho más allá de un cuerpo bonito. Mi familia me quiere aunque sea “la gorda”, como mi papá sigue diciéndome.
Veo mis fotografías de cuando era súper flaca y no me reconozco. De hecho, ahora que lo pienso ni siquiera disfrutaba serlo y jamás aprecié mi figura estilizada. Aún ahora mucha gente me pregunta sobre mis épocas de “flaca”, como si hubiera sido un crimen haber engordado (y como si me hicieran un favor al recordármelo), sin saber lo que había detrás de la Barbie.
Pero, como a mis casi 29 años ya tengo la madurez suficiente de “disfrutar” verme bien por MI, por mi salud y por mi autoestima, sin importar el estándar que la moda, mi familia o algún galán impongan; decidí volver a bajar de peso, de una forma racional y consciente. Me puse en manos de una profesional, estoy cambiando de hábitos, volviendo a hacer ejercicio y disfrutando el proceso de volver a ser una Barbie…
Tengo una semana en el programa y me siento muy bien, además, ya perdí casi 4 kilos… ¡y vamos por más!
Puedo perder “peso”, pero ya no pierdo “piso”. Ya sé que ser “flaca” no es lo más importante. Ya sé que si consigo un aumento o un ascenso, no será por mi cuerpo si no por mi preparación y dedicación. Ya sé que si un galán se queda conmigo o no, no será por mi figura de Barbie, si no por muchos otros factores que sorprendentemente, a veces nada tienen que ver con la atracción física. Y también sé, que lo que más importa es que mi mente esté sana y yo me sienta en paz y en armonía con mi interior, porque esa actitud y esas ganas de vivir, las reflejo al exterior y son las que me hacen ser tan atractiva como ya soy, independientemente de los kilos que (todavía) me sobran.
Hoy soy consciente de que tengo tantas cosas buenas qué dar, que no cabrían en un pantalón talla cero y que lo mejor de mí, no está en mis caderas ni en mi cintura.
Es estético y agradable a la vista ver un cuerpo bonito, pero no lo es todo. Es fantástico verte al espejo y que te devuelva una sonrisa de aprobación, porque a todas nos gusta sentirnos bonitas y que nos volteen a ver. Por lo menos yo, me declaro fanática de la atención.
Con el tiempo, inevitablemente el cuerpo se arruga y se vuelve flácido, la grasa le gana al músculo, nuestro metabolismo se vuelve lento y nuestro cuerpo envejece sin remedio; pero lo que pongas en tu mente y en tu corazón, permanece siempre contigo y es tu mejor carta de presentación.
Así que, chicas: ¡A quererse mucho, sentirse bien consigo mismas y a mantener una actitud positiva, ya que esa es la mejor rutina de belleza!
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nos gustaría conocer tu opinión. ¿Por qué no nos dejas un comentario?