Independientemente de que lo anuncié todo el mes de agosto y de que a nadie en absoluto podía pasarle desapercibido mi cumpleaños, puesto que, según me dijo un amigo “hice más publicidad que para los Juegos Panamericanos de Guadalajara 2011”, me dio muchísimo gusto recibir todos los mensajes positivos en mi muro, en mi twitter, por Messenger, por celular y hasta una que otra llamada; sin contar, por supuesto, con lo genial que estuvo mi festejo que duró 3 días…
Pero, no es del maratón de cumpleaños (que por cierto fue bastante divertido) de lo que quiero platicarles hoy.
En una de tantas “felicitaciones”, hubo en particular un comentario que me llamó la atención: haciendo alusión a mis “casi 30” y a la frescura con la cual todavía digo mi edad sin pudor alguno (¡Ah! Porque deben saber, que hay quienes consideran que debería comenzar a quitarme los años o a “des-cumplirlos”, como si no me hubiera costado trabajo llegar aquí…), alguien me preguntó, al felicitarme, que si me pensaba quedar “solterona”.
Con mi habitual cinismo (que es una de las cosas que, con los años, si no desaparece, se acentúa), contesté que nunca había escuchado a nadie llamar a las casadas “casadonas”, a las divorciadas “divorciadonas” y a las viudas “viudonas”.
Intrigada con el tema, el mismo día de mi cumpleaños, hice una “consulta ciudadana” (muy de moda en épocas pre-electorales) sobre estos términos.
De inmediato, muchas mujeres inteligentes que, Gracias a Dios, han estado en mi vida recientemente, comenzaron a comentar sobre este tema y concluimos que estábamos en la “mejor edad”.
El fin de semana llegó y con él, la fiesta el viernes en el “Santo Mezcal”, donde tuve el honor de compartir grandes momentos con Ricardo, además de varias “mujeres chingonas” como Yecko, Zahamara, Colima, Edit y Ámbar.
Y después vino el sábado, en mi querido y favorito “Bora’s Bar”, donde me hicieron el favor de acompañarme también Ricardo, Ámbar, Gustavo, Edgar, Gerardo, Olga y Guillermo, además de recibir la visita de varios amigos a felicitarme, aunque no se quedaran en mi mesa.
Como “cerecita del pastel”, contamos también con la presencia en el lugar (ni modo, es público) de cierto personaje camaleónico, del cual no había vuelto a saber nada desde el día del cumpleaños de Ámbar, con la historia de “terror” por todos ustedes conocida…
¿Y saben qué? Lejos de lo que pude haber pensado, lejos de importarme, lejos de molestarme o de dolerme, lo disfruté…
¡Sí! Disfruté su mirada, un tanto incrédula, de verme enfundada en unos mini shorts y una blusa blanca con escote sexy, unos tacones altos y un sombrerito cool que la verdad, me hacía sentir como reina. Además, bailé y canté como nunca, me tomé varios tequilas (¡hasta me subí a brincotear a una silla!) y me divertí horrores; por lo que no creo que ni una pizca de arrepentimiento, nostalgia o las dos, haya asomado a mi rostro que jamás perdió su sonrisa enorme, ni por equivocación.
Creo que con nada pagaría, su cara de idiota arrepentido, que me veía con ojos de “la tuve y la dejé ir”… o por lo menos, eso quise pensar. Lo que sí sé, es que si algo opinó de mí ese día, al verme a tan sólo unos pasos de él, seguramente no fue algo como “Pobrecita: ¡cuánta falta le hago!”
Me sentía más que genial. Una verdadera chingona…
Como ya es costumbre, tomamos muchas fotografías y en cuanto pude, las subí a mi perfil de Facebook.
Como caídos del cielo y más que en ningún álbum que haya publicado antes, me empezaron a “llover” piropos y comentarios favorables y hasta un tanto atrevidos, sobre mi look cumpleañero y sobre lo bien que me veía en las fotos, según la opinión pública, lo cual agradezco bastante, pues nunca están de más las “muestras públicas de admiración”, sobre todo para una leona vanidosa y adicta a los reflectores, como su servidora…
Pero entonces, al ver de nuevo yo misma las fotografías publicadas, lo entendí:
No fue mi notoria disminución de peso (que si bien ya se percibe, aún falta), no fue mi semana en el spinning, no fue mi reciente corte de cabello o mi retoque en el tinte, negro como siempre.
Tampoco fue la falda de mezclilla, la blusa negra… o el micro short y blusa blanca, el sombrerito o el maquillaje.
Lo que vi en esas fotografías, no fue el exterior de Elena: por primera vez, en mucho tiempo, reconocí en su interior a una mujer “chingona”.
¿Cómo la reconocí? Muy sencillo y al mismo tiempo, difícil; porque no basta con que la “opinión pública” lo diga y mucho menos, con verte diariamente al espejo.
La reconocí, porque he vivido en ese cuerpo 29 años y nunca le vi más celulitis, ni más estrías. Nunca me preocupé tanto como hoy por la crema para el contorno de ojos, el gel reafirmante nocturno, la crema con colágeno de día, el bloqueador solar, el aceite de almendras para la piel, las mancuernas para la flacidez inevitable que algún día tendrán mis brazos, o los beneficios del ejercicio y dieta sana; y, a pesar de eso, tener la plena consciencia de que no engañaré al paso del tiempo…
Reconocí en mí a la mujer “chingona”, viendo su expresión; que es la de una mujer que ahora, escucha la experiencia de las que le antecedieron y reconoce lo mucho que tiene que aprenderles.
La reconocí, porque recordé todos los frentazos que me di en todos los aspectos: laboral, familiar y personal, cuando creía que podía comerme al mundo sin consecuencias y actué irresponsablemente.
La reconocí, en la cantidad de veces que lloré por estupideces y me enojé por cosas que no valían la pena y que tampoco, podía cambiar.
La reconocí, en todos los errores cometidos, en los besos no dados, en los “te quiero” no dichos, en las disculpas no ofrecidas… en todo lo que nunca dije o nunca hice.
La reconocí en mis miedos, en mis angustias y en mis preocupaciones por cosas insignificantes.
Entonces entendí, que muchas veces gastamos la mayor parte de los 20’s pensando que nos veremos eternamente como muñecas y creyendo que el cómo nos veamos físicamente es lo más importante, por lo cual nos perdemos de la grandiosa dicha de envejecer con dignidad, convirtiéndonos al final de los años en una triste caricatura de lo que algún día fuimos en años mejores.
Pero la edad, además de las primeras arrugas, de la inevitable celulitis y estrías, del aumento de la grasa corporal, de la piel manchada y las carnes “fuera de lugar”, también te da algo más: la invaluable oportunidad de aprender de tus errores y de cultivar tu mente y tu espíritu.
Ahora, a mis casi 30, ya me equivoqué mucho… pero sé que tengo una larga vida para no repetir los mismos errores.
Ya soñé con imposibles y los perseguí sin éxito, en algunos casos. Sé que quizá me vuelva a pasar, pero ya no me asusta, porque el tiempo no ha pasado en vano en mi cuerpo, pero tampoco por mi corazón.
Hoy, puedo no saber del todo lo que quiero, pero me queda bastante claro lo que no quiero. Valoro lo más importante que tengo y no me preocupo por lo demás, porque sé que Dios quita de mi camino todo aquello que no aporta nada para mi crecimiento y bienestar, ya sean cosas, personas o situaciones.
Aun así, no he llegado: me falta mucho camino por recorrer y muchas cosas buenas por hacer, pero definitivamente, creo que he tenido una muy buena vida y tengo muchos motivos para estar agradecida con Dios.
No soy “Felizmente casada”, como se supone, según muchos, debería ser. De hecho, me cuesta mucho trabajo imaginar ese final para mí. En mi futuro veo viajes, veo estudio, veo libros, veo muchos amigos: pero me cuesta mucho trabajo imaginarme con un marido… (¡Ups!). No lo descarto, solamente que no pasa por mi mente… Y dicen por allí que “lo que pasa por tu mente, pasa por tu vida.”
Lo que sí sé, es que hoy soy “felizmente yo”, “felizmente soltera” o “felizmente solterona”, si algunos quieren llamarlo así…
Y esa felicidad viene, de la tranquilidad de estar en el lugar y en el momento correcto, haciendo lo que me gusta y disfrutando cada cosa que hago sin importar si está o no, dentro de los “cánones” socialmente aceptados.
Creo que, a estas alturas, teniendo la oportunidad de conocer y compartir vivencias con tantas chicas como yo, gracias a este espacio, me doy cuenta que deberíamos inventar un nuevo estado civil: ni divorcio, ni matrimonio, ni viudez, ni soltería…
Estado Civil: “Chingonería”…
Sí, esa chingonería que define a la mujer que está contenta con lo que hace, con lo que tiene y con su forma de vivir. Que ambiciona, que sueña, que siente, que vive intensamente y que aporta a su entorno cosas positivas… sin importar si hay o no, una pareja a su lado, porque ella es…
Sólo por ser mujer…
Por lo tanto, hoy me declaro, en estos términos y con el derecho que mi autonomía me asiste…
… Felizmente “chingona”…
Dedicado a todas las mujeres chingonas que abundan (¡Gracias a Dios!) en mi vida…
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