Alguna vez alguien me preguntó, cual era el cumpleaños que más recordaba: sin dudarlo, contesté que mi cumpleaños número 6, el cual, siempre consideraré como uno de los mejores…
Ese día, estaba en casa festejando con mi familia. Fue un jueves 18 de agosto de 1988. Mis hermanas mayores, Marina y Silvia, estaban haciendo y decorando un pastel para mi. Era de color rosa, tenía lunetas de colores por todos lados y con palillos, sujetaron un letrero que decía “Felicidades Gorda” (bueno, el letrero no me hizo de lo más feliz, lo confieso).
No hay nada que a una niña de 6 años, le cause mayor ilusión que tener a su familia y amiguitos juntos y completos. Sin embargo, esa tarde Dios tendría reservada para mí, una grandiosa sorpresa:
De pronto mi mamá desapareció de la escena y mi papá también. Desde que recuerdo, mi mamá fue rellenita, por lo cual, yo no me percaté meses anteriores, de nada extraño, y supongo que mi hermana Isabel, de entonces 4 años, tampoco.
Cuando Isa y yo notamos la desaparición de mis papás, comenzamos a preguntar por ellos a mis hermanas mayores. “Mi mamá se fue al Seguro”, contestó alguna de ellas.
Entre el alboroto por la fiesta y el pastel, ninguno notamos la ausencia de Isabel. Más tarde, nos dimos cuenta y comenzamos a buscarla. La encontramos afuera de la clínica del IMSS, buscando a mi mamá, pero ella ya no estaba.
Ni Isa ni yo, entendimos por qué mi mamá no estaba y supongo que mis hermanas mayores tuvieron que hacer grandes esfuerzos por controlar nuestra ansiedad esa noche.
Al día siguiente, regresó mi papá. Cuando le pregunté por mi mamá, me contestó:
- Está en Guadalajara, pero te traerá un gran regalo…
Me emocioné. ¿A cuál niño no le gustan los regalos? Pensé que sería algún juguete novedoso y no dejé de hablar de ello todo el fin de semana, hasta que una de mis hermanas dijo: “el regalo es un bebé”.
Isa y yo, primero no lo creímos. Nunca intuimos que mi mamá estaba embarazada de nuevo, porque como les comento, ella siempre fue llenita, así que no lo notamos. Después, nos pusimos celosas y planeamos toda clase de “atrocidades” para ese bebé que no conocíamos y no queríamos que invadiera nuestro espacio. Imaginamos desde tirarlo a la basura hasta dejarlo en el patio trasero, por decir lo menos.
El domingo por la mañana, Isabel y yo nos fuimos a jugar a casa de una vecina, a la vuelta de la casa en la que entonces vivíamos en Tecolotlán, Jalisco.
Antes de medio día, uno de mis hermanos fue por nosotros, diciéndonos que mi mamá y mi papá habían llegado ya.
Corrimos a la casa para verlos. Entonces lo vi: era el bebé más hermoso que en mi corta vida yo había conocido y sigue siendo el bebé más hermoso que recuerdo a mis casi 29 años. Se llama David y es mi hermano.
Hoy, después de 23 años de ser “mi regalo de cumpleaños”, sé que no hay absolutamente nada en este mundo que yo no haría por él y por siempre, me he considerado la persona más afortunada del mundo, por haber sido parte de esa coincidencia. Desde entonces, sé que mis cumpleaños siempre tienen algo de magia…
Sin embargo, a 3 días de cumplir 29, considero que este, también será un cumpleaños trascendente.
Los últimos 362 días de mi vida, han sido particularmente raros, pero no me cambiaría por nadie ahora…
En este último año, gané un ángel en el cielo (ya tengo 2). Gané amigos, gané experiencia, gané y perdí un trabajo, descubrí una nueva pasión, conocí muchos lugares, muchas personas…
Nunca como en ningún otro año, había dormido bajo tantos cielos distintos. Sacando cuentas, este año he despertado en 9 ciudades diferentes, he recorrido muchas más distancias que en los últimos 10, tanto por tierra como por aire.
He besado algunos sapos y príncipes, he llorado varias veces y me he reído muchas más.
Me reencontré con el amor de mi vida, para perderlo de nuevo y darme cuenta de que algunas cosas nunca serán como las espero, pero que ningún camino andado puede ser en vano.
Hace meses, en su cumpleaños, Ámbar escribió sobre “La crisis de los 30”. http://mujeresymonstruos.blogspot.com/2011/06/la-crisis-de-los-30-por-ambar-s.html
Hoy, al cerrar el último año de mis 20’s, me considero verdaderamente afortunada y feliz, por llegar aquí y por las cosas que he hecho, pero sobre todo, porque sé que no soy todavía “producto terminado”.
Estoy orgullosa de romper prototipos, de hablar sin censura, de participar en proyectos importantes, de la buena y la mala fama, de los kilos ganados y perdidos, de la independencia ganada, de los sueños por cumplir y de las nuevas metas, porque aún hay muchas.
Soy más consciente de las sillas vacías a mí alrededor, de la gente que estuvo en mi vida y ya no está, de los que son insustituibles y siempre llevaré en mi corazón, así como de quienes solamente pasaron sin dejar huella profunda. Soy consciente de lo que he aportado, de lo que me falta aportar a este mundo, del que no me quiero marchar sin haberle regresado un poquito de lo mucho que me dio.
Hoy sé lo que verdaderamente importa y, aunque he convocado a medio mundo a festejar conmigo, la realidad es que mi corazón está de fiesta desde el primer día de este mes y desde siempre, porque simplemente sé que cada día que Dios me da la oportunidad de vivir, es un maravilloso regalo que el jueves, se coronará con 29 velitas, que espero que no incendien mi pastel de zanahoria (¡es mi favorito!).
También me enorgullecen las lágrimas derramadas, los sueños frustrados, las veces que se me rompió el corazón, los errores cometidos y las batallas perdidas, porque han sido esos, los momentos que mayor enseñanza han dejado en mi vida.
Sé que el nuevo año, viene con muchas sorpresas más para mí y entre las muchas de las bendiciones que tengo (salud, familia, amigos, trabajo), cuento también con la bendición de NO CONFORMARME.
No envejeces al cumplir años, envejeces cada que tu corazón y tu mente te dicen “no puedo”…
Les agradezco muchísimo el haber formado parte de mi vida en estos meses y les agradezco infinitamente, el seguirnos leyendo…
¡Que Dios los bendiga!
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