viernes, 26 de agosto de 2011

"¿Hasta cuándo México?": Nuestros verdaderos Monstruos... Por Elena Savalza

Quizá haya a quienes sorprenda o hasta decepcione el leerme en temas que nada tienen que ver con Príncipes, Princesas, Sapos y demás Monstruos. Sin embargo, no creo que se pueda vivir en un “mundo de caramelo” o en un “castillo de azúcar” y ser indiferente a nuestra realidad: nos estamos acabando unos a otros y creemos que está bien.

Cuando comencé a ver el noticiero de López Dóriga anoche, pensé en apagar la televisión para no contaminarme con el horror que vi en las noticias, pero eso sería tan inútil como querer tapar el sol con un dedo. Además, tendría que desconectarme del Facebook o del Twitter y, realmente, no imagino nuestros días sin estos medios de comunicación.

Hoy México me tiene triste…

Sí. Porque amo a mi país y estoy orgullosa de mi tierra. Reconozco sus bellezas naturales, la creatividad de nuestra gente, el espíritu de lucha, el ingenio y la unidad que mostramos cuando nos enfrentamos a situaciones adversas. Si tuviera la oportunidad de elegir dónde nacer, elegiría de nuevo México.

Sin embargo, esta semana mi querido México me ha decepcionado en varias ocasiones:

Desde pequeña he tenido el amor por el futbol metido en el ADN. Me lo inculcaron mis hermanos mayores y crecí enamorada del portero de la selección italiana en el mundial de Italia 1990, que desde mis 8 años, me parecía guapísimo. Aunque a esa edad no entendí muy bien los antecedentes del por qué México no estuvo en el mundial, disfruté el partido de la final Alemania – Argentina, al lado de mis hermanos que desde entonces, me explicaron una de las cosas más complicadas de entender para mí a esa edad: lo que era un “fuera de lugar”.

Comencé a apreciar ese deporte y me jacto de saber sobre él, mucho más que varios hombres que conozco. Soy una fiel seguidora de las Chivas Rayadas del Guadalajara, pero realmente, veo casi todos los partidos de fútbol del fin de semana.

Es por eso que el sábado pasado me indignó la noticia que escuché: balacera en las afueras del Estadio Corona de Torreón, Coahuila, durante el partido entre Santos y Monarcas Morelia.

Familias enteras presenciando un espectáculo que para la mayoría de los mexicanos es, además de cotidiano y popular, un motivo de orgullo y esparcimiento, tuvieron que correr asustadas para agacharse entre las gradas, bajar a la cancha y resguardarse como pudieran.

Hace apenas unos años, nos preciábamos de que en nuestro país, no sucedían los actos de barbarie que ocurrían en los estadios de América del Sur. Pero hoy, la delincuencia, la inseguridad y la impunidad penetró una de las pocas cosas que recientemente a los mexicanos nos generaba alegría colectiva, después de ver el buen desempeño de nuestras distintas selecciones nacionales (exceptuando, por obvias razones, a la que participó en la Copa América de Argentina, llevada a cabo recientemente): el fútbol.

Después, sucedió algo que, como mujer, me llenó de vergüenza: un par de chicas, que al calor del alcohol y con aires de superioridad venidos de no sé dónde, insultaron y agredieron física y verbalmente a los policías que las detuvieron, haciendo gala de un lenguaje tan vulgar y florido que debió ser la envidia de cualquier camionero que las haya escuchado, sin que los flamantes agentes del orden hicieran absolutamente nada para impedirlo.

Me dio vergüenza. Siempre hablamos en este espacio sobre dignidad, sobre amor propio, sobre el respeto… y realmente, ese vídeo, es la antítesis de cualquier cosa que como mujeres nos podríamos permitir. Sentí verdadero horror de imaginar que ese video le daba la vuelta al mundo mientras todos en el exterior creían quizá, en esa falsa imagen de la mujer mexicana.

Sí. Porque podemos ser muy mujeres, muy autosuficientes, muy famosas, muy ricas… pero eso no nos da el derecho de pasar por encima de los demás, perdiendo los más esenciales modales y faltando a las más imprescindibles normas de convivencia. Ante todo: también debemos saber cómo y cuándo ser damas.

Pero todavía no pasaba el furor del tema de las “Ladies de Polanco” en las redes sociales y en los noticieros, cuando se anuncia la noticia del secuestro de otro periodista en Culiacán, Sinaloa, quien a la postre, también habría aparecido asesinado… Y su único delito conocido, fue el de cumplir con la labor tan importante de informar a la población, esa realidad que por todos es conocida: la de nuestro México invadido por ese cáncer que representa la delincuencia organizada.

Lo más triste, es que ni siquiera se le había “invertido” el tiempo aire suficiente a la noticia del periodista muerto, cuando la tarde de ayer, sucede uno de los actos terroristas (sí, terroristas, dije) más crueles y nefastos de los que mi memoria reciente me dan para recordar.

Desde que vi esa noticia, me entristecí profundamente: hasta el momento que me quedé, eran 52 las personas muertas de una manera horrible, calcinadas o asfixiadas en un incendio provocado por el crimen organizado, en una de las ciudades que más quiero: Monterrey, Nuevo León.

Esa ciudad donde tan feliz fui, la que tantos recuerdos hermosos guarda entre sus calles para mí; es también la ciudad que ahora no reconozco y no quisiera reconocer.

Ya en años anteriores, me había tocado ver actos de terror relacionados con el crimen organizado, durante mi estancia en Lázaro Cárdenas, Michoacán hace 3 años, o en un viaje a Reynosa, Tamaulipas, a finales del año pasado, cuando desafortunadamente mi estancia coincidió con la muerte de Antonio Cárdenas Guillén en Matamoros y todos los acontecimientos violentos desencadenados en la frontera norte, relacionados con ese hecho.  Pero sin duda, lo que sucedió en Monterrey, no tiene comparación con nada. Tanto, que de pronto quiero creer que esto no está pasando en mi México querido.


Porque en el México con el que sueño, aún se puede pretender ser policía o ser periodista, sin que el ejercer esas profesiones ponga en riesgo la vida misma.

Y en el México con el que sueño, aún puedo salir a divertirme y disfrutar de un partido de futbol o de una tarde en un casino, sin que eso represente un suicidio masivo.

No tengo banderas ni colores políticos. Pero tampoco soy de la idea de que tengamos que vivir ni con apatía ni con miedo. Porque el miedo, les da el poder a todos aquellos que viven de él. Somos más los que queremos un México libre de violencia, de terror y un México productivo, competitivo, hospitalario y trabajador.

Creo que es, precisamente el miedo a cambiar, el miedo a opinar, el miedo a ser un país distinto, un país exitoso, lo que hace que como sociedad, sigamos viendo este tipo de cosas y pensando que mañana todo seguirá igual y que nada podemos hacer para cambiar nuestro destino como país.

Somos nosotros. Esta es nuestra sociedad y nuestra vida. Nosotros elegimos a nuestros gobernantes y es nuestra responsabilidad informarnos de lo que hacen para poder exigir resultados distintos.

Es nuestra responsabilidad, no marcar una boleta electoral por los colores de un partido, sino por la trayectoria, los logros y las propuestas de nuestros candidatos, independientemente de sus banderas.

Es nuestra responsabilidad educar a nuestros niños de tal forma que prevalezca en ellos la consciencia por el respeto, por la honestidad, por el estudio, por el trabajo duro, por las buenas propuestas y por la participación en los temas que nos involucran a todos.

Te invito a ti, que como a mí, te indigna nuestra realidad, a que no te quedes con las manos cruzadas ante lo que estamos viviendo.

Sé que como yo, quieres también un México mejor… Yo te pregunto: ¿estás haciendo lo suficiente para conseguirlo?

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