Aquí estoy, otra vez, tratando de encontrar la pieza que falta para volver a funcionar de una forma medianamente normal o, por lo menos, conforme a la rutina que aún llevaba hasta hace unas semanas.
Por segundo viernes consecutivo mi noche, que pintaba como “buena”, terminó hecha un desastre. Lo último que quisiera recordar de ayer, fue la forma en que azoté dos puertas negras en menos de 5 minutos: primero, la de su coche; después, la de mi casa.
Y es que tengo que admitir que el principal enemigo y temible Monstruo del Egocentrismo, abordado en varias entradas hace algunos meses, no se ha ido: sigue aquí, sigue presente y parece que, cada día, mejor instalado dentro de mí, donde encontró un hotel de lujo con todo incluido, que le brinda todas las comodidades como para que no quiera abandonarme.
Después del “azotón” de puertas, unas palabras aclaratorias escritas en su bandeja de entrada, lo más serenamente posible, para mi estado de ánimo, así como unas lágrimas que no supe de dónde venían y que hacía mucho que no derramaba, pero que me ayudaron a cansarme y a dormir, despierto hoy y mi estómago se siente extraño. No había mariposas ni murciélagos dentro de él, pero definitivamente algo, que las lágrimas de hacía algunas horas no consiguieron erradicar, le estorbaba y había que sacarlo de allí.
Mientras, la computadora y el montón de papeles sobre la mesa me recordaban que tengo trabajo pendiente para hacer en casa; entre ellos, un artículo qué escribir, un informe qué presentar el lunes a primera hora, varios documentos por terminar, el plan de acción para una auditoría, la preparación de otra… y todo para el bendito lunes, que será un día bastante intenso.
Existiendo esta presión, lo normal es que cualquier malestar se solidarice con mi cerebro y se haga a un lado para que yo me pueda concentrar en mi trabajo. Pero hoy, simplemente es imposible… (¿Dije “imposible”?).
Así que ante esta imposibilidad que ni Alicia en el País de las Maravillas, con todo y su espada, hubiese podido enfrentar, decido que tengo que escribir sobre ello, como terapia gratuita (o exorcismo de demonios, como diría Richard).
Sin embargo, al abrir la hoja de Word, mis dedos, el teclado y mi cerebro no logran llevar a cabo un buen trabajo en equipo: estaba igual que como empecé, pero con una especie de nudo paseándose libremente desde mi garganta hasta mi estómago…
Distraída, enojada, con los ojos un poquito rojos, malestar estomacal y con ganas de no ser yo en este momento, me preparo un café y enciendo la televisión, sin encontrar nada que me interesara. Entonces viene, otra vez, la computadora: correos, chat, Twitter y Facebook.
Pongo música y, de pronto, se me aparece en la lista de reproducción una canción que hacía mucho tiempo que no escuchaba: “¿Por qué hablamos?” (Ricardo Arjona y Ednita Nazario). http://www.youtube.com/watch?v=MTI6S9cm_10
“… Y te quiero y me quieres, pero somos más idiotas que sensatos. Y aparece otro día y nos van quedando llagas incurables de esta maldita enfermedad de hablar de más…”
Pienso, al escuchar esa parte, en lo irónica que puede ser la vida cuando se trata de relaciones (así se llamen “nada”) y de cómo las cosas que decimos, las que actuamos e incluso las que callamos, pueden darle en la torre a algo que debiera ser mucho más sencillo si tan solo aprendieramos a comunicarnos desde el corazón.
En eso, como bajado del cielo, un angelote que un día me dijo que, de aparecer en este blog, lo llamara Vampiro “nomeacuerdoqué”, pero que en realidad se llama Rubén y es uno de los chicos más inteligentes, sensibles, divertidos, respetuosos y caballerosos que conozco (y con sonrisa linda, por si fuera poco), comienza a hablarme y empezamos una interesante charla.
Y, como siempre, hablar con Rubén me ayuda a ponerme un espejo emocional enfrente, por lo que, después de una agradable charla con él, escribir resulta mucho más fácil (De hecho, varias de mis entradas favoritas las he escrito después de hablar con él).
Hablábamos de lo que el EGO hace en las personas y de cómo dificulta mostrar tu verdadera cara, solamente por el afán de evidenciar tener siempre la razón y de salirte con la tuya.
Siempre he tenido ese defecto de carácter. Le puedo echar la culpa a la astrología eternamente y renegar porque nací LEO (se supone que los nacidos bajo mi signo somos así: vanidosos, caprichosos, que nos encanta llamar la atención, que siempre queremos tener la razón, de carácter fuerte, obstinados y otras cuantas linduras que me tardaría en describir). Pero la verdad es que, en los últimos días, esta parte de mí, tan arraigada, me ha dado varios dolores de cabeza: desde lastimar, sin querer, a gente que quiero, al grado de que casi pierdo a dos de mis mejores amigas por ello, hasta la incapacidad total de comunicar lo que realmente necesito y romper acuerdos previos por callar mis verdaderos deseos.
… Porque definitivamente cuando el ego grita, el corazón tiene que callar…
Y entonces encuentro a mi lado frívolo, cínico y ególatra peleando con mi lado humano, sensible y capaz de sentir, de querer y de creer…
Recuerdo que tengo más virtudes que vicios, pero que a veces mis vicios se empeñan tanto en sobresalir, que opacan a mis virtudes más evidentes.
Recuerdo que hay mucho más allá de la piel, de los músculos y de los huesos; algo que las radiografías, resonancias o tomografías no me permitirían descubrir ni aunque las pudiera interpretar.
Recuerdo que el corazón habla más bajito que el ego, por lo que necesito callar a uno para escuchar al otro.
Pienso que, quienes de verdad me quieren, me aceptarán a pesar de eso. Que mi familia y mis verdaderos amigos (mis hermanitos por elección), estarán aquí… incluso cuando los demás, los que lleguen y se vayan sin penas ni gloria, se hayan retirado ya.
Y me imagino que, sólo por un momento, las apariencias no importarán. Que no siempre tendré la razón y que podré reconocer mis errores y seguir siendo persona.
Y equivocarse no será tan malo y llorar no me hará cobarde ni débil…
Me imagino también, que en el momento que deje de escudarme en comentarios sarcásticos y despectivos y me permita ser simplemente yo: sin maquillaje, con arrugas, cicatrices y el pelo desordenado, dejaré de ser presa de mis propios miedos.
Y enamorarme e ilusionarme no será como aventarme de un avión sin el paracaídas puesto, porque siempre habrá tierra firme donde pueda caer de pie…
Me imagino que mientras menos me empeñe en ser perfecta, más podré disfrutar del proceso, porque quizá la felicidad sea inversamente proporcional a la perfección.
Pienso en la probabilidad de que, de verdad, esa sea mi naturaleza y que quizá, cuando deje de pelearme con ella y simplemente fluya con la vida, dejaré de azotar puertas negras, perseguir imposibles y enojarme por tonterías…
Entonces podré hablar de corazón a corazón y no de ego a corazón, o peor aún, de ego a ego…
O a lo mejor, mi corazón aprenderá a doblar otros egos o a no dejarlos entrar, porque no caerá en sus propias trampas...
Y podré permitirle a mi corazón ciertas atribuciones que recientemente no le he dado…
Y podré confiar en que la magia existe y la volveré a sentir dentro de mí…
Quizá en ese momento, cuando no me importen tanto las apariencias, cuando equivocarse no sea una tragedia y cuando perder no sea un desastre, podré lograr cosas que hasta el momento se me han negado…
Quizá entonces y sólo entonces... podré hacer que las piedras sangren...
Believing to live!
Ahora más cerca de ti:En Facebook, busca la página Mujeres Adictas a los Monstruos y da click en "Me gusta"
En Twitter, sigue a @princesas_ind y a mi cuenta personal @elenasavalza
me encantooooo
ResponderEliminar