“Cada persona que se cruza en tu camino, no lo hace por azar. Dios tiene mensajeros en la tierra que utiliza como medios para comunicarse con nosotros; sobre todo, en aquellas ocasiones en las que no somos lo suficientemente receptivos o no tenemos la tranquilidad para quedarnos quietos y escuchar su voz por sí sola.”
Hubo una vez, hace algún tiempo, una Princesa que se enamoró perdidamente de un Príncipe, muchos años mayor que ella. Al principio, las cosas iniciaron como una relación sin compromisos y con la consigna de no enamorarse. Con el paso de los meses, sin embargo, el corazón los traicionó a los dos y, de aquella relación casual, surgió un amor muy fuerte y una de las cosas más hermosas que ella hubiese vivido nunca.
Pero nada resultó tan bien como hubieran deseado. Después de dos años de permanecer juntos, el miedo a cambiar sus circunstancias de vida y su entorno, pudo más. El Cuento de Hadas terminó muy mal: un sueño frustrado de ser madre y un “adiós” con muchos huecos y muchas dudas.
Por dos años, esta Princesa guardó en su corazón la imagen idealizada de aquél Príncipe que tanto amó. En realidad, no se puso a pensar mucho en la forma que esa relación marcó su vida ni en el daño que él le pudo hacer en su momento, con toda su indecisión. Para ella solamente existía el recuerdo de los momentos bonitos de una historia que no debió haber terminado y la ilusión de que un día, la vida le daría la oportunidad de volver a verlo y de poner a prueba qué tan fuerte había sido lo que antes habían sentido.
Durante ese tiempo, esta Princesa se dedicó a trabajar arduamente, a irse de fiesta y a conocer Príncipes (realmente fueron Sapos, la mayoría) que entraron y salieron de su vida sin penas ni gloria. Pero un día, por azares del destino, Dios la vuelve a poner junto a aquél Príncipe, en la misma ciudad donde tantas veces estuvieron juntos, reuniéndose de nuevo con él.
Al principio sintió que no sintió nada. Pero, como dice la canción, “No hay más miedo que el que se siente cuando ya no sientes nada”.
Le bastaron algunos encuentros más para darse cuenta de que él seguía tan presente en su vida como lo había estado años atrás. En ese preciso instante decidió retirarse, porque sabía que era más que inútil tratar de recuperar algo que, en su momento, él no quiso salvar.
Y entonces siguió siendo cínica y frívola (en ningún cuento de hadas que se precie de serlo, falta una Bruja), como lo había sido en los últimos años, desde que se separó de él. En el fondo, no la hacía feliz, pero se había negado por completo la posibilidad de que alguien más ocupara el altar que ella le había puesto a él.
Un mal día, él descubre muchas cosas de ella que jamás imaginó, incluidos algunos detalles de su historia juntos, que él nunca pensó que ella hubiera visto, sentido y vivido de esa forma.
Entonces enfureció, por el propio peso de su frustración y de su culpa, al ver tan claramente reflejados los errores que anteriormente cometió, arremetiendo duramente contra ella. En ese momento, la Princesa se convirtió en una Guerrera que se defendió con todo y terminaron enfrascados en una serie de reproches que se acumularon por tantos y tantos años de silencio.
Ese día, fue para ella como volverlo a perder. Se enojó, se entristeció, lloró y volvió a sentir las mismas ganas de morirse que había tenido tres años antes. Pero ese día, entendió también que apenas estaba iniciando para ella el proceso de duelo y que ése era el primer paso para recuperarse de aquella pérdida que por años le había impedido llevar una existencia plena y sin ataduras al pasado.
Lo que más le dolió fue aceptar que, a partir de ese momento, ya nada en absoluto la unía con él (ni siquiera el resentimiento). También le dolió mucho pensar en que, muy probablemente, él estaría enojado por siempre con ella y que nunca más volverían a saber uno del otro.
Así siguieron los meses posteriores, en los que ella sentía que las historias bonitas de cuentos de hadas ya habían cumplido su ciclo en su vida. De pronto había, alguno que otro Sapo disfrazado de Príncipe, pero nada que tocara su corazón en serio.
Por fortuna, el día del cumpleaños de él, pudieron romper esa barrera de rencor que les había impedido comunicarse y aceptaron ambos su parte de culpa en la situación, reconociendo que el amor que se habían tenido había sido muy fuerte y que siempre se querrían (de distinta forma), pero que ahora estaban muchísimo más lejos de poder formar parte cada uno de la vida del otro, puesto que sus caminos ya se habían separado lo suficiente.
En ese momento ella se sintió libre, pero triste de nuevo: tenía que soltarlo y, a pesar de los años que ya habían pasado, no era algo que supiera cómo hacer.
Decidió que era tiempo de comenzar a reconstruir su corazón y de quitarle la eterna etiqueta de “cerrado por remodelación”. Inició también a remover los escombros del pasado y a desterrar cualquier residuo de rencor y de ataduras, de recuerdos y de sueños rotos. Empezó de nuevo, a intentar recuperar su brillo y sus alas que había perdido: la Princesa quería volver a volar.
Pero de pronto, mientras estaba en ese trance, un día aparece un nuevo Príncipe, que le envía una solicitud de amistad, que la invita a salir sin conocerla y que comienza a buscarla de una forma de lo más extraña y desenfadada…
Ella, aún encerrada en su caparazón, aún con miedo por lo que estaba viviendo, auto incapacitada para tener una relación de pareja, para enamorarse y para dejarse querer; con miles de temores y excusas para no abrirse, acepta conocerlo.
En esas circunstancias se encontraba cuando él llegó a su vida: completamente cerrada a una relación verdadera y medianamente normal, enfrascada en un disfraz de Bruja Cínica que por mucho tiempo había llevado y que le había costado un enorme trabajo quitarse, al grado de que, a veces, creía que ya era parte de ella y que si se despojaba de él, se sentiría completamente desnuda.
Y, como en los cuentos de hadas, hubo de nuevo un mejor primer beso que los que nunca había recibido: ese fue el beso que despertó a la Princesa de su larga pesadilla.
Volvió a sentir “mariposas en el estómago” al probar sus abrazos, sus caricias y sus besos: en otras palabras, volvió a vivir.
Tantas cosas volvía a descubrir dentro de ella, que anteriormente creía completamente inalcanzables de nuevo, que le pareció imposible que esto le ocurriera en tan poco tiempo. Hacía años que no vivía algo así, que no sentía esa energía y esa conexión al hacer el amor con alguien: con él volvió a volar y a tocar el cielo.
Conforme pasaron los días, cayó en la cuenta de que sus más grandes excusas (el no tener tiempo, el no poder enamorarse y el que una relación normal y bonita no fuera para ella) estaban dejando de ser importantes. Con él, dejó de actuar como muñequita hueca y empezó a sentir.
Por primera vez en muchos años, el fantasma de aquél otro Príncipe de su pasado, no se metió en su cama, porque en ese momento ella estaba completa: estaba con él…
Pero la Princesa cometió un error: aceptar, previamente y sin conocerlo, un acuerdo absurdo que incluía entre sus cláusulas el no mezclar sentimientos, como si éstos fueran objeto de negociación. Y entendió, después de unos días, que ese acuerdo ya no podía funcionar, por lo menos, no para ella. Sencillamente, quería darse a sí misma otra oportunidad y se dio cuenta de ello gracias a los días transcurridos junto a él.
Comenzó a sentir la necesidad, otra vez, de estar con alguien que quisiera estar con ella, que no le diera miedo abrazarla o besarla en público, que quisiera tomarla de la mano y que se dejara querer… porque recordó que todavía podía hacerlo.
Descubrió en él a un ser humano increíble y le pesó muchísimo, más de lo que hubiera querido, el no haberlo podido intentar con él. Era simple: él no estaba preparado para ese nuevo paso que ella le invitaba a dar.
Entonces ella, decidió romper ese acuerdo y retirarse de allí. Sabía que, si se quedaba, terminaría irremediablemente enamorada, por mucho que él le ofreciera las pociones mágicas para que eso no sucediera. No era que considerara que enamorarse fuera malo, pero sí sabía, que ya no podía imponerle a su corazón la pena de confiar sus ilusiones en algo declarado previamente imposible.
A ella le habría encantado que sus circunstancias fueran distintas, pero también sabía que había tiempo para todo y que ése no era su tiempo, no con él, por lo menos. Había un escalón que tenía que subir, pero él necesitaba quedarse donde estaba un tiempo más, porque estaba viviendo su propia batalla.
En el proceso de dar final a esta corta historia, hubo algunas situaciones adversas y malentendidos, ocasionados principalmente por la incapacidad de comunicarse con el corazón y por toda la confusión de sentimientos que, en especial, ella tenía: sabía que debía dejarlo ir pero no estaba completamente segura de querer hacerlo. De alguna forma, le habría gustado quedarse allí, esperando a que sucediera un milagro y teniendo un poquito más de “eso” que estaba volviendo a encontrar.
Y su migraña regresó, el estómago dolió y finalmente, una infección en las vías respiratorias, manifestó toda la frustración y emociones encontradas que la Princesa tenía y la confusión en su corazón que, por mucho tiempo, perteneció a un lugar lejano e inalcanzable y que ahora ya no sabía a dónde ir. Lo supo porque, al revisar su pasado, sus fotos, sus poemas, sus recuerdos y todas las cosas que la habían unido a aquél otro Príncipe hacía algunos años, sus sentimientos y la forma en que lo había tenido presente, habían cambiado: su corazón, definitivamente ya no estaba allá con él.
Así, la Princesa, enferma del cuerpo, trataba de preservar su corazón a salvo, de mantenerse tranquila, feliz y en paz, pero simplemente no lo conseguía. Sabía que había “algo” que tenía que sacar, pero no sabía cómo. Lo único que le quedaba claro es que había, en poco tiempo, avanzado muchísimo más por el Camino de la Magia, que en años anteriores. Había llegado demasiado lejos como para pretender dar marcha atrás.
Hubo un propósito por el cual Dios mandó a este nuevo Príncipe a su vida: fue para despertarla de aquella larga pesadilla que por años vivió. Ese propósito fue cumplido a cabalidad y, ahora que despierta, no quiere volver a dormir. Sabe que, aunque no le guste del todo la idea, es indispensable dejar ir también esta etapa, tomar de nuevo sus alas y volver a volar.
Si una cosa aprendió en todos esos años, es que es completamente inútil tratar de prolongar un ciclo, porque Dios no se equivoca: tiene sus tiempos y sus métodos y, aunque no los entendamos ni mucho menos los aprobemos, algunas veces simplemente hay que dejarse llevar, dejar de contrariarlo y aceptar que, aunque no sepamos hacia donde volar, Él no nos permitirá perdernos por completo.
Todo cambia, todo termina y todo pasa; pero Dios, como quiera que lo entendamos, siempre permanece en un mismo lugar, donde siempre podemos encontrarlo cuando nos sintamos perdidos.
Ahora, hay una Princesa que descubre, habiendo retirado los escombros, que su corazón no sufrió fisuras irreparables y que está listo para volver a ser habitado.
La Princesa regresa por el Camino de la Magia, aquella que se consigue solamente cuando el amor nace desde el fondo de tu corazón.
En el trayecto, seguramente enfrentará nuevas batallas y tendrá que convertirse, de vez en cuando, en la Guerrera que siempre ha sido. Incluso, quizá, de pronto tenga que sacar de nuevo su disfraz de Bruja del armario, pero no permanecerá enfundada mucho tiempo en él, porque nunca más querrá volver a ser la Bruja de su propio cuento.
Otros cuántos Sapos volverán a aparecer y, probablemente, vuelva a sentirse cansada de intentar romper hechizos para rescatar al Príncipe.
Pero la Princesa Guerrera ya recordó que la magia existe, puesto que la volvió a sentir dentro de ella, y que quiere mucho más, sin importar cuántos Sapos tenga que besar.
Por lo tanto, bendice enormemente al Príncipe que la despertó de nuevo y agradece a Dios por su corta, pero significativa, presencia en su vida. Le desea que, en alguna parte de su propio camino, también encuentre aquello que esté buscando, sea lo que sea. Y espera también, que en un futuro, se atreva a subir el escalón que le falta...
Y la Princesa sigue por el Camino de la Magia, intentando conseguir que lo imposible se vuelva posible…
Este es mi cuento de hadas, el tuyo, el de él, el de ella y el de todos los que, a pesar de los tropiezos, siguen firmes por el Camino de la Magia
Dedicado, hasta Argentina, a nuestra querida Sis Fernie; quien un día me dijo: “Y tendrás más magia que Harry Potter…”
Vos sabés…
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