domingo, 20 de noviembre de 2011

De los "Amigos con Derecho" y otros Monstruos... Por Elena Savalza

La verdad es que ya extrañaba esa adrenalina. Hacía meses que no les contaba alguna aventura loca, simplemente porque no la había tenido.  Lo único que pasó fue que me clavé tanto en mi trabajo que no tuve ninguna noche digna de resumirse en 4 páginas tamaño carta… hasta este viernes.

Resulta que estaba viviendo una feliz y tranquila historia con un chico que recién se me cruzó en el camino. La forma en que lo conocí fue un tanto peculiar: un día recibí una solicitud de amistad de un desconocido que tenía varios amigos en común conmigo, entre ellos, Ámbar. Al ver su perfil, antes de admitirlo, le pregunté a ella quién era, a lo cual me respondió que era un amigo de su novio, que era “buena onda” y que lo admitiera.

Habiéndolo admitido, un día, él entabla comunicación conmigo dejándome un mensaje para invitarme a salir con otro grupo de amigos. Yo respondí diciendo que no podía (lo cual era verdad, porque cuando lo leí, no me encontraba en Manzanillo) y que sería en otra ocasión. Debo confesar que me intrigó ese chico que, de una forma tan desfachatada, para mi gusto, me invitó a salir sin siquiera una presentación previa.

Así seguimos teniendo comunicación esporádica por el chat, mientras yo hacía gala de mis malos modales y de todo lo nefasta que puedo ser para tratar a las personas cuando me pongo mi coraza de autodefensa y de sarcasmo.

En uno de tantos días, en los que al iniciar una conversación conmigo yo estaba de buen humor (cosa que no es tan difícil, sólo que él, en particular, no había tenido mucha suerte con eso) me invitó a salir para conocernos y yo acepté.

En cuanto lo vi, supe que me gustaba. Realmente me sentí muy cómoda con él y me la pasé increíble desde las primeras horas que pasamos juntos. Puedo decir que, a pesar del extraño comienzo, estos últimos días fueron de los más felices que recuerdo en mi historia reciente.  

Todo marchaba sobre ruedas porque, desde un inicio, dejamos en claro que lo nuestro sería “sin compromisos”, es decir, seriamos “amigos con derechos”, con todo lo que eso implica. Realmente, nunca supe si quería de verdad una relación así, pero en ese instante me pareció divertido y simplemente decidí relajarme y aceptar lo que la vida me estaba poniendo enfrente.

Así que, estando claras las reglas del juego, la relación (o como fuera que se llamara lo que tuvimos) caminó de lo más relajada. Era como estar con un amigo que sabía que, dijera lo que dijera o hiciera lo que hiciera, me aceptaría con todo y mis defectos. Fuera presiones, fuera miedos, fuera máscaras. No había que quedar bien, ni había que esforzarse demasiado por esconder mi lado oscuro, porque realmente no importaba mucho que él tuviera una buena o mala opinión sobre mí. Finalmente, sabía que había una fecha de caducidad muy próxima y lo que importaba era vivir el momento, porque quizá mañana no lo volvería a ver.

En los pocos días que convivimos, pude darme cuenta de algunas cosas de él que me gustaron: por ejemplo, su USB estaba repleta de buena música (que no me alcanzó a compartir); hablaba muchísimo más que yo (¡y miren que eso no es tan fácil!), pero también era bueno escuchando, por lo cual siempre había algo divertido e interesante qué platicar; le encantaban las películas rositas (como a mí) y, además,  nunca había conocido a nadie tan puntual, que me avisara con suficiente anticipación si se retrasaría en llegar por mí, aunque solamente fueran 10 minutos. Obvio, hubo muchas más, pero no podría mencionarlas todas aquí...

Pero… (¿Por qué, cuando empiezas a pasarla bien, siempre hay un “pero”?) desde la primera semana, las “piedras en el camino” comenzaron a aparecer. A los pocos días de salir con él me entero de que, antes de conocerme, también conoció a una de mis mejores amigas y, de alguna forma, se tejió entre ellos una historia previa que no pasó a mayores, pero que originó cierta fricción en mi grupo. Como personas adultas y sensatas que solemos ser (la mayoría de las veces), pudimos arreglar nuestras diferencias y, digamos, que recibí “banderazo” por parte de mi amiga para continuar con esta naciente historia de... (¿Nada?) Bueno, dejémoslo en “historia”.

Sin embargo, unos días después, dos de mis peores defectos (aunque bien podrían resumirse en uno solo) afloraron en la misma noche: el egocentrismo y el tremendo disgusto que me provoca el sentirme rechazada. Y ustedes son testigos de lo mucho que he luchado contra ese defecto, por todas las broncas que me ha causado en mis relaciones con las personas, en general, pero esta vez, tampoco pude evitarlo.

El viernes, desde muy temprano, le envié un mensaje para invitarlo YO a salir por la noche. Me contestó diciendo que no sabía si se quedaría en Manzanillo y que después me confirmaba, a lo que respondí con un tajante “si no puedes, lo dejamos para después”. Él trató de minimizar la situación y terminé riéndome de mi respuesta, argumentando que tenía SPM (Síndrome Pre-Menstrual).

Transcurrió el día y, por la tarde, me llamó para preguntarme qué haría por la noche. Realmente, no tenía ningún plan concreto porque, en el fondo, esperaba verlo a él, pero sí había algunas actividades alternativas, así que le hablé del plan A, B y C.

Entonces me contesta: “Me voy a dormir un rato, así que si quieres, continúa con tus planes y si sale algo te llamo más tarde para ver en donde estás.  Yo voy a salir con mi amigo…”. O sea, él era plan A para mí, pero definitivamente, yo  no tenía el mismo orden alfabético en su lista de prioridades. Por algo dicen que “no debes tratar como prioridad a quien te trata como opción”.

Colgué la llamada, molesta, porque me enfurecen las medias tintas. Es SI o es NO, pero no es un “a ver si se me antoja”. Además, me cuesta un tremendo trabajo decirle a alguien “quiero verte”, por lo que, si ese alguien me rechaza, corrobora mi percepción personal de que es un tremendo error mostrarse vulnerable. Y lo que es peor, estando “claras” las reglas, sabía que no me podía enojar por eso, porque teóricamente yo no podía exigir nada… lo cual me molestaba aún más.

Estaba digiriendo mi molestia cuando, unos minutos más, hace su flamante aparición un tipo que hacía varias semanas había dejado de ver, pero a quien se me “olvidó” avisarle que ya no quería verlo. Me llama y me pregunta que “por qué lo tenía tan abandonado” y que si no quería verlo esa noche.

Pregunta: ¿Qué harías tú sí, de pronto, el chico con el que verdaderamente querías estar te manda a volar (o te deja en stand by, para que no se escuche tan feo) y, de inmediato, se te aparece en la pantalla de tu teléfono la “opción” de sacar a un clavo con otro?

Pues sí, lo admito. Mi primera respuesta fue decirle que lo veía esa misma noche, un poco más tarde. Sin embargo, reflexiono y me doy cuenta de que lo único que me movía a estar con “el otro”, era que el primero me había rechazado, lo cual no era una buena razón para pasar la noche con nadie. Sabía que, de haberlo tomado, la mañana del sábado mi resaca hubiera sido mucho peor de la que tuve.

Entonces llamo a mis amigos y me pongo en sus manos. Estando con ellos, en especial con Chuy, con Ricardo y con Arali, no cometería tremenda estupidez.

Lo primero que me encuentro al llegar es que, el amigo con el que supuestamente él saldría, estaba allí, con mis otros amigos, por lo cual asumí que me había mentido y mi coraje creció. Pero, bastaron solamente unas cuantas palabrotas dichas en el hombro de Chuy para que me sintiera mejor (esa es una de las mejores cualidades de mi hermanito Chuy: sabe cómo ponerme en mi lugar y “bajarme los humos” de inmediato).

Después de un rato, mi chico en cuestión se aparece, mientras yo me aferraba al abrazo de Chuy. Me saluda como a cualquier desconocida y, mientras Chuy intenta soltarme para “cederle el espacio”, yo lo abrazo más fuerte y le digo “No me sueltes, él no está aquí por mí. Si hubiera querido verme, me habría llamado y no lo hizo”.

Transcurre la noche, nos vamos a un bar y yo, en la misma actitud de “no viene conmigo” y “es uno más de la bola”, seguía divirtiéndome, tratando de ignorar su presencia en la mesa, mientras “el otro” seguía mandándome mensajes pidiéndome vernos.

Llega un momento en que se va del bar. La verdad es que, en mi interior, esperaba que me dijera “vente conmigo”, pero no sucedió… Así que lo vi irse, mientras ponía la misma cara de idiota de la cual ya les he platicado en otras ocasiones, tratando de entender qué estaba pasando.

Supongo que Ricardo adivinó mi siguiente pasó, porque me quitó mi celular… pero fue completamente inútil, ya que me empeñé en recuperarlo de inmediato (cuando me pongo necia, no hay quien pueda conmigo).

En cuanto se va, me meto al baño y le marco, reclamándole que se hubiera ido (un cerebro alcoholizado no sabe de lógica, lo siento). Realmente, no entendí muy bien qué fue lo que me contestó porque la música no me dejó escuchar, pero sé, por su tono de voz, que no fue algo muy dulce que digamos.

Enojada, le marco “al otro”, quien seguía “calientito y en la banca”, completamente disponible para ingresar a la cancha y, por si fuera poco, muy cerca del bar donde yo estaba por lo que, antes de que yo terminara de tronar los dedos, ya tenía la tarjeta de cambio lista, solamente esperando que el árbitro diera la instrucción para realizar el movimiento (Ni se nota cuánto me gusta el futbol ¿verdad?).

Salí, lo saludé y le dije que en un momento nos iríamos juntos. Pero de nuevo, Ricardo me detuvo y me tardé más de lo esperado en volver a salir. Cuando salgo, a pesar de los esfuerzos de Richie por convencerme de que me quedara, “el otro” aún seguía esperándome…

Sin embargo, llegado el momento clave, no me pude ir con él. Fue como si toda la cordura que me faltó durante la noche, me hubiera llegado de golpe en ese instante y algo dentro de mi dijera “esto no está bien, realmente tú no quieres irte con él, no seas idiota”.  Me alejé lo más rápido que pude, enojada conmigo, por mi estúpida reacción de sentimentalismo y sensatez que me invadieron en el último minuto, no sin que antes me alcanzara otro de mis amigos (SU amigo) insistiendo en llevarme a casa y en que YO era quien la había regado.

Llegando a casa, decido que eso de los “amigos con derecho” y las relaciones sin compromiso, simplemente no era mi fuerte, por lo menos, no con él: realmente me gustaba y comenzaba a desear cosas que sabía que no podía tener, entre otras, que se quedara conmigo. Así que le envié un mensaje disculpándome por la escena de la llamada y diciéndole que lo mejor era que dejáramos las cosas como estaban, porque había entendido que no sabía cómo manejarlo. Me respondió deseándome una “linda vida”… Y se terminó tan rápido como inició...

Mientras tanto “el otro”, me llama súper enojado (con sobrada razón) porque lo dejé esperando en la entrada del bar. Me dijo que estaba cansado de que lo llamara nada más cuando a mí se me antojara y que el mundo no giraba a mi alrededor (estoy segura de que no es la primera vez que escucho eso), pero que, lo de haberlo dejado esperándome como idiota fuera del bar, era mucho más de lo que él le podía permitir a ninguna mujer.

Me disculpé (también con él) y le dije que no tenía la menor intención de pasar ni esa, ni ninguna otra noche más con él y que no estaba en condiciones de explicar mi conducta, pero que consideraba que, lo mejor, era ya no vernos. A juzgar por su mensaje del sábado por la noche, donde volvía a pedir verme, creo que no quedó del todo convencido, pero de la misma forma, ya no daré marcha atrás.

Mientras escribía esto, pensé en que un buen título para esta entrada bien pudo haber sido “Cómo perder a dos hombres en la misma noche”, pero entiendo que, para haber perdido algo, primero debería haberlo tenido. La realidad, es que nunca tuve NADA.

Pero, como dice el sabio refrán “Cuando pierdas, nunca pierdas la lección”, así que aquí va el resumen de lo aprendido esa noche:

1.        Nunca, bajo ninguna circunstancia, mezcles vodka con cerveza, sobre todo si estás molesta y tienes cólicos menstruales.

2.       Cuando un verdadero amigo te quita el celular y se lo guarda en la bolsa derecha de su pantalón, déjalo allí… está mejor que en tus manos.

3.       Jamás, jamás, pero JAMÁS llames a un chico porque estés enojada con otro. No es justo para ninguno de ellos… y mucho menos, para ti.

4.       Nunca comiences “nada” sin concluir historias anteriores. Así sea solamente una relación de “amigos con derecho”, cada etapa de la vida por corta que sea, merece tener bien marcado su inicio y su final (“Enfoque a Procesos”, Elena ¡Por Dios!).

5.       Decide lo que necesites y no aceptes menos. A veces es bueno detenerse a esperar, porque si nunca dejamos de movernos, las cosas más valiosas de la vida, las que llegan solas, quizá no puedan alcanzarnos.

6.       En cualquier caso, el orgullo y el egocentrismo son pésimos consejeros… pero cuando les das un poco de alcohol, pueden ser tus peores enemigos.

7.       Tener un “amigo con derecho” requiere inmunizar a tu corazón para no sentir. Si sabes que el tuyo no tiene sus vacunas al día, mejor no juegues con fuego, porque resultarás quemada.

8.       También se puede aprender de las historias cortas y Dios siempre te manda a la gente por algo. Disfruta y déjate llevar. Al final, aunque sea por poco tiempo, habrá valido la pena.

9.       Si tienes excelentes amigos que hacen lo posible por evitarte un frentazo, no arruines sus esfuerzos haciendo siempre lo que te viene en gana y, de vez en cuando, acepta que te puedes equivocar.

10.    Recuerda que “Dios no hace huevos al gusto, no endereza jorobados y no sirve desayunos en la cama”. Si tienes ganas de un café, muévete y ve por él: así funciona la vida.

¡Nos escribimos pronto y gracias por seguirnos leyendo!

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1 comentario:

  1. Ya te contaré de las mias!!!! un beso y un placer leerte, Fernanda Rétiz

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