¡Hola
a todos!
Les
saludo con mucho gusto desde la calurosa y siempre hermosa (¡Wow! ¡Ya hasta
hago rimas!) Ciudad de Manzanillo, que, como dato cultural, es el Puerto
Comercial más importante de nuestro querido México, pero también es un lugar
lleno de paisajes hermosos. Si no me creen, dense una vuelta por la Bahía de La
Audiencia y recorran las calles empedradas y empinadas de Las Hadas
contemplando un atardecer y los buques arribando al puerto: comprenderán por
qué se los digo. Sin embargo, de eso les contaré después…
Recordarán
que hace casi un mes declaré públicamente tener mi corazón “Cerrado por
Remodelación”. Pues bien, ese mismo día les prometí que, aunque
en ese momento aún no tenía un plan específico, debía comenzar cuanto antes el
proceso de remodelación porque no quería que, de ninguna manera, mi corazón
fuera a terminar completamente en ruinas como finca abandonada... por mucho que
el “abandonador” haya sido el amor de mi vida.
Les
confieso que llevo casi dos semanas intentando escribir esta entrada y no ha
sido una tarea fácil. Cuando imaginé la palabra “proceso”, lo primero que vino
a mi cabeza fue un aire de autosuficiencia y una voz interior (que se parecía
mucho a la mía, pero algo más prepotente… ¡y miren que no tengo la voz dulce!)
que me decía:
-
“Elena:
pero… ¿qué te pueden platicar a ti de procesos?
¡De eso vives! ¡Te pagan por diseñar y rediseñar procesos de trabajo del giro
que se te presente!
Así
que, mi primer intento de escritura, fue algo como esto:
Proceso de
Remodelación
Objetivo: Estandarizar los criterios de
trabajo, lineamientos y políticas para restaurar un corazoncito roto, con la
finalidad de volverlo a poner en circulación.
Alcance: La secuencia de actividades
marcadas en este proceso inicia desde la toma de conciencia de que existe un
problema qué arreglar con el corazón hasta que éste queda listo para la reapertura.
Responsabilidades: Solamente yo y nadie más que yo…
Este
primer borrador me arrojó un profundo fracaso. Tuve que admitir que mis
conocimientos teóricos y técnicos en la materia, no me servían absolutamente de
nada cuando se trataba de comenzar una remodelación que, como “producto final”,
suponía la enorme responsabilidad de “sacar al mercado” un corazón
completamente listo para ser habitado nuevamente.
Es
curioso, pero me cuesta mucho menos trabajo entender cómo funciona una
importación, una exportación, un sistema de procuración de justicia, un trámite
ante alguna dependencia de gobierno o hasta la infraestructura del sistema de
agua potable. Sin embargo, entender cómo es que funciona mi corazón actualmente
o cómo ha funcionado desde que tengo uso de razón, me altera los nervios de una
manera que ni siquiera pueden imaginarlo.
Así
que, ante la demostración más pura de la incapacidad de mi mente para procesar
esta información y lograr una secuencia de pasos medianamente adecuada para
iniciar, le pido (otra vez) a mi corazoncito loco que me diga por dónde iniciar.
Y
el corazón habló (bueno, creo que gritó un poquito)... y me dijo: “Elena… ¡Por
el principio! ¡No puedes pensar en una remodelación si primero no retiras los
escombros!”.
“Retirar
escombros”… ¡Muy bien, Corazón! Pero… define “escombros”.
Imaginando
a mi corazón como a un edificio, empezaré por decir que en algún momento fue
una moderna y reluciente construcción, diseñada por el mejor de los Arquitectos
del Universo: Dios. Estoy segura de que, en su momento, contempló una
construcción perfecta y lista para ser habitada. Es decir, mi corazón fue
creado para ser un Hotel Gran Turismo o una Residencia en “La Punta”, “Puerta
de Hierro” o “Bosques de las Lomas” (Dato cultural 2: hago mención de zonas
residenciales muy exclusivas en Manzanillo, Guadalajara y México, D.F.,
respectivamente).
Sin
embargo, el paso del tiempo ha hecho que este “edificio”, llamado Corazón de
Elena, haya alojado en su interior algunos inquilinos que, probablemente, no
han tenido el cuidado suficiente con él. O quizá es solamente el desgaste ocasionado
por el paso del tiempo o algún fenómeno natural inclemente o todo y nada a la
vez…
El
caso es que, ahora, existen restos tirados por allí de un amor que alguna vez
habitó con todas las comodidades dentro de mi corazón, pero del cual se fue
desgastando el material poco a poco, casi de forma imperceptible, hasta que la
estructura no pudo soportarlo y colapsó, haciendo un sonido estruendoso al caer
(lágrimas, dolor y gritos) y dejando restos tirados por todos lados, entre
polvo y basura, que hicieron imposible transitar por sus pasillos de nuevo.
En
algunos intentos por reanudar la normalidad, he invitado a entrar a otros
“inquilinos”. Sin embargo, no solamente no es agradable habitar un corazón con
escombros tirados por todas partes, sino que es por demás inseguro, puesto que
un nuevo accidente podría llegar a ocurrir, poniendo en riesgo la integridad de
todos.
Así
que, ni duda queda: antes de pensar en un nuevo habitante para mí corazón…
¡fuera escombros! Honestamente, considero que esta es la parte más complicada
de este proceso. De entrada, porque la gran mayoría de las veces, me cuesta
trabajo distinguir el momento preciso de “dejar ir”. Esto pudiera sonar un
tanto contradictorio, si tomo en cuenta que hace mucho que vivo sola y que mi
familia más cercana es mi hermana Marina, aquí en Manzanillo, pero el resto se
encuentran a muchos kilómetros de distancia. Me he mudado muchas veces y tengo
amigos en muchas ciudades distintas y en los últimos años he tenido pérdidas
muy importantes de gente que he querido mucho; pero aun así, reconozco que
tengo dificultades para “dejar ir”.
Si
me preguntas que cómo lo sé, te daré unos tips: si en tu haber reconoces como
“familiares” ciertas señales como migraña, indigestión, sobrepeso o retención
de líquidos, cuestiónate si tu cuerpo no está tratando de decirte algo sobre el
fino arte de aprender a “dejar ir”.
Sin
embargo, en este caso, sé que no es negociable, así que les compartiré mis
pequeños primeros pasos, para efectos prácticos, en el tema del retiro de
escombros:
1.
Llorar por mí: Sí. Ya sé que tengo una cuenta
enorme de lágrimas a mi favor. Lágrimas que lloré por él y que, definitivamente, él
no se merece más lágrimas de mi parte. Pero ¿qué creen? Yo si me merezco más
lágrimas, tantas como considere necesarias, porque sencillamente, no conozco
una forma más sana de sacar el dolor que no sea llorando. Es un acto
completamente normal y disminuirá, en un futuro, el riesgo de afecciones
cardiacas y de adquirir algún tipo de cáncer. Soy fiel creyente de que lo que
tus ojos no lloran tu cuerpo lo expresa en forma de enfermedad, así que
prefiero no quedarme con nada y “sacar” todo lo que tenga que sacar.
2.
Decir adiós: Reconozco que le he dicho adiós
varias veces y de muchas formas. Pero no ha sido un adiós desde el fondo de mi
corazón. Siempre ha sido un adiós pensado en que la respuesta de su parte sea:
“Dame otra oportunidad, te prometo que estaré contigo… ¡No te vayas!”. Este
duro nuevo adiós implica algo más: representa la firme convicción de decir
desde adentro: “te quiero mucho, pero te quiero fuera de mi vida”. Esta nueva
forma de decir adiós supone dejar ir con amor y, sobre todo, con profundo
agradecimiento por todas las cosas vividas y compartidas. (Recomiendo leer: “Te
amo… no me llames” de Joan Brady)
3.
Escribir: El otro día, mientras ponía en
práctica este pequeño paso, de pronto mis manos teclearon lo siguiente:
“Escribo solamente porque sentí la necesidad de sacar, de la única forma que lo
sé hacer, los escombros que quedan en mi corazón en ruinas” seguido de un
“Gracias por ayudarme a descubrir partes de mi corazón y de mi cuerpo que ni
siquiera yo misma sabía que existían”. Debo confesar que yo sola me di miedo
cuando leí lo que había escrito. Tanta lucidez, tanta belleza e intensidad juntas,
me aterraron. Sin embargo, esas líneas resumen exactamente el sentido de mi
escritura. Ante la imposibilidad de decirle cara a cara todo lo que he sentido,
le escribí hace unos meses un correo horrible. No me arrepiento de ello, puesto
que me quité un gran peso de encima. Pero reconozco que no todo fue malo, así
que esta última vez escribí algo con mucho mayor sentido y claridad, sin
necesidad de enviarlo, porque finalmente desde el fondo de mi corazón ya estaba
diciendo adiós, así que no tiene razón de ser el dar continuidad a la
comunicación que no nos llevará a nada.
4.
Hacer espacio físico: Este acto fue meramente
simbólico. Aprovechando que, con el Huracán Jova, hubo por todas partes
campañas que nos invitaban a donar ropa, me puse a limpiar mi clóset y mis
cajones. Era impresionante la cantidad de cosas que tenía que no utilizaba. Aún
con todo lo que saqué, volteo a ver mis cajones y siguen llenos ¡No entiendo
cómo es que cabía con todo eso! Después, continué con mis papeles, revistas
(¡mis libros nunca, eso sí!) y todo lo demás, dejando bastante espacio para
volver a llenar. La lección que me dejó esto, es que en los espacios sobre
saturados, difícilmente entrará algo nuevo.
Y
bien. Esto es lo que yo estoy haciendo, pero no con esto quiero decir que esto
sea lo que se deba hacer. No sé si ya terminé con este primer paso de retirar
los escombros o no, pero sí sé que la
respuesta solamente la tiene mi corazón y que, aunque sea difícil, debo
buscarla dentro de mí, antes que pretender que venga de cualquier fuente
externa.
Lo
que en este caso estoy aprendiendo es que, no importa cuánto te tardes en la
remoción de escombros, es sumamente importante que lo pongas en práctica ya,
antes de que tu corazón sea consumido por la basura y el polvo y, entonces sí,
nunca más pueda acceder a él… ni siquiera tú mismo.
Este
proceso, apenas comienza… ¿cuál es el siguiente paso? No lo sé con claridad,
pero espero que pronto se los pueda compartir…
¡Gracias
por seguirnos leyendo y hasta la próxima!
Ahora más cerca de ti:
En Facebook, busca la página "Mujeres Adictas a los Monstruos" y da click en Me gusta
En Twitter, sigue a @princesas_ind y a mi cuenta personal @elenasavalza
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nos gustaría conocer tu opinión. ¿Por qué no nos dejas un comentario?