lunes, 3 de octubre de 2011

Sobre Ruedas... Por Elena Savalza


Se llama Marcelina. De aproximadamente 40 años o quizá menos… pero el trabajo duro y el sol a plomo que cae en Manzanillo, maltrata la piel cuando no tienes la disciplina (o los recursos) para usar costosas cremas que te ayudan a cuidarla. Como mujer, me resulta inconcebible que alguna de mis congéneres pudiera perder el sentido de la vanidad, pero yo en su lugar, quizá también la perdería.

Me dijo que había solamente 5 mujeres en Manzanillo que se dedicaban a lo mismo que ella: taxista. “Pero además, elaboro postres y pasteles sobre pedido y hago arreglos de ropa, desde zurcidos, bastillas y botones hasta cierres, incluso de pantalón de mezclilla”, decía, “algo tengo qué hacer, pero mis hijos no se van a morir de hambre, ni dejarán de ir a la escuela porque yo no tenga marido”.

Me platicaba de sus 3 hijos y de cómo el papá de ellos la dejó cuando eran pequeños, sin que volviera a saber de él. También me decía que ella no había podido terminar la secundaria, porque desde pequeña tuvo que trabajar.

Me preguntó que si tenía prisa y que si podía llegar a dejar unas tortillas que “traía paseando en el carro”, porque su hermano las estaba esperando para una taquiza que debía entregar: de eso vivía.

Yo le contesté que no... Aunque la hubiera tenido ¿cómo iba a perderme de seguir escuchando a aquella mujer que, en unos minutos, me estaba enseñando tanto?

No cabe duda que “cuando el alumno está listo, el maestro aparece”. Así apareció Marcelina ese día, haciéndome comprender muchas cosas de mi vida misma, pero sobre todo, abofeteándome la consciencia con una pregunta:

¿De qué te quejas?

Si mientras tú te preocupas por comprarte una blusa o un vestido, ella se preocupa por comprarle los útiles escolares a sus hijos.

Mientras tú te preocupas por la bolsa o los zapatos para ti, ella se preocupa por los uniformes para que vayan a la escuela.

Mientras tú sales de antro, ella sale a trabajar para llevar comida y dinero a casa.

Mientras tú sólo te ocupas de ti, ella antepone su preocupación por tres personas que siempre serán prioridad sobre ella: sus hijos.

Mientras tú te desvelas porque quieres, ella se desvela trabajando o cuidando a sus hijos cuando enferman.

Dios me dio la maravillosa oportunidad de concluir una carrera universitaria, de tomar distintos cursos, de adquirir experiencia laboral, de viajar, de conocer gente… y ahora, de dedicarme a dos de mis grandes pasiones: la consultoría y la escritura.

A mis 29 años, sé desde hace mucho tiempo lo que es tener total independencia económica y puedo pensar, de pronto, hasta en uno que otro lujito.

En cambio, Marcelina se olvida de toda esta superficialidad y trabaja en su taxi, exponiéndose a cualquier tipo de riesgo que ya de por sí, aquejaría a cualquier taxista, pero acrecentado por su condición de mujer.

Y me voltea a ver con una sonrisa orgullosa, diciéndome que todo vale la pena si con eso logra darles a sus hijos una mejor vida. Con un rostro bañado en sudor y una piel manchada por el sol, que jamás ha conocido un facial con micro dermoabrasión, pero más bella que ninguna porque su belleza radica en la satisfacción de dar vida, guiar, educar, proteger y querer a tres seres que nacieron de ella.

Hoy quiero, a través de esta pequeña nota, agradecer a Dios por la vida de todas estas mujeres que a diario se esfuerzan más allá de lo que la mayoría de los mortales consideramos humanamente posible, por formar seres humanos de bien y educarlos de una manera digna.

Son estas mujeres: mamás y trabajadoras, las que hacen que nuestra vida marche “sobre ruedas”…

¡A todas ustedes, muchísimas gracias y felicidades!

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