Muchas veces he dicho lo afortunada que soy y lo consentida que me tiene Dios. Sin embargo, nunca como en estos días he estado tan convencida de eso.
En mis casi 30 años de vida me ha tocado ver infinidad de cosas, pero nunca había estado ni remotamente cerca de ver la furia de la naturaleza a tan pocos metros de distancia.
Como todos saben, el Huracán “Jova” tocó tierra la madrugada del pasado miércoles en la región Costalegre del estado de Jalisco, para ser precisos, entre Careyes y Chamela.
Para quienes no conocen, les diré que la región Costalegre es una de las zonas más bonitas que tiene el estado de Jalisco y me atrevo a decir, que también se encuentran allí unas de las playas más hermosas que tiene México.
Desde la semana pasada, todos los pronósticos apuntaban a que “Jova” tocaría tierra entre Manzanillo y Cihuatlán, en los límites entre Jalisco y Colima. De última hora desvió su trayectoria hacia nor-noroeste y fue así, como apuntó a esta región de la Costalegre.
Desde el lunes preparé mi casa, clavé con madera las ventanas y me fui a resguardar junto con Marina, mi hermana, y con mi sobrino, a casa de ella, puesto que se encuentra en una zona un poco más alta que la mía y menos susceptible a inundaciones.
Por varias horas, me tocó ver cómo la fuerza del viento tumbaba anuncios, destrozaba una ventana casi encima de mi hermana, tiraba árboles y dejaba un terrible zumbido que hacía crujir hasta nuestros huesos.
Fue una noche larga la del martes para amanecer miércoles. Casi no pudimos dormir y mi hermana entre lágrimas, no podía hablar de otra cosa que no fuera de la fuerza del viento, mientras mi sobrino decía: “Diosito: ¡que ya se quite el huracán!”
Yo trataba de mantener la calma y evitar que los nervios de mi hermana me contagiaran, pero estaba muerta de miedo: nunca había visto ningún fenómeno natural tan impresionante y con tanta fuerza como “Jova”. Verdaderamente, me sentí “chiquita” ante la imponente fuerza del fenómeno que estaba presenciando.
Me salí de la casa de mi hermana el miércoles, en cuanto dejó de llover, a hacer un recorrido alrededor de la casa de mi hermana, con la intención de pasar hacia mí casa: no pude.
Toda la Avenida Elías Zamora Verduzco, desde el cruce con “El Manguito” y hasta la Avenida Paseo de las Garzas, estaba convertida en un río. A lo lejos se veía gente tratando de salir, mientras el agua les llegaba por arriba de las rodillas.
Me regresé a casa de mi hermana, mientras esperaba que se restableciera el servicio eléctrico, la telefonía, el internet y el agua potable. Estaba angustiada por mi casa, pero los bienes materiales no importaban mientras nosotros estuviéramos sanos y completos. Dentro de todo, estábamos bien.
Los noticieros nacionales solamente transmitían desde Melaque y Barra de Navidad, en Jalisco, pero no decían mucho de la situación de Manzanillo. Sabíamos que había carreteras colapsadas, puentes averiados, casas caídas, pero no sabíamos mucho más.
El jueves por la mañana, volví a salir para intentar llegar a mi casa. Tuve que rodear hacia el Auditorio “Manuel Bonilla Valle”, tomar hacia “Las Brisas” y seguir por el Boulevard Miguel de la Madrid Hurtado hacia la Avenida Paseo de las Garzas para poder entrar a mi casa. Era la ruta más larga, pero la única posible.
Desde el coche veíamos todos los destrozos que había dejado el huracán, pero también, cómo la gente trataba poco a poco de regresar a la normalidad.
Di Gracias a Dios al comprobar que a mi casa no le había pasado absolutamente nada y que por mi calle todo se veía en calma. Pero a unas cuántas calles, las cosas eran muy distintas.
En la radio local, un conductor de noticias hacía un llamado a la población para ayudar a la gente en el Barrio IV. Conseguimos una pala y fuimos a ver qué podíamos hacer por las amigas de mi hermana que viven por allí.
La situación fue horrible. No pudimos entrar en coche y tuvimos que meternos caminando. El fango nos llegaba casi a la rodilla. En todas las casas, veíamos gente luchando por rescatar un poco de sus pertenencias. Había familias completas a las que el lodo las había dejado sin nada.
Mascotas muertas, muebles, autos atorados hasta más arriba de las llantas. Me impresionó mucho ver cómo en una casa estaba una bicicleta de montaña hundida por completo en el fango, al punto de que solo se alcanzaban a ver los manubrios: era la casa de una de las amigas de mi hermana que, por fortuna, pudo salir a tiempo. En otra casa, se veía cómo el nivel del agua había llegado hasta un metro y así, en la calle, las historias de terror seguían.
La gente nos decía que la noche del huracán, el personal de Protección Civil desalojó la zona y todos fueron llevados a albergues. Fue una fortuna que pudieran desalojar a tiempo, porque la fuerza del agua arrasó, incluso, con casas habitación construidas irresponsablemente sobre el cauce del río.
Cuando preguntábamos en qué podíamos ayudar, el clamor popular era el mismo: “queremos palas para limpiar nuestras casas, necesitamos también ropa y enceres domésticos, porque el huracán se llevó todo”.
El embate de “Jova” no nos perdonó y hoy Manzanillo ve los estragos de la devastación.
La carretera que nos comunica con la capital del estado y con Guadalajara quedó parcialmente dañada y la circulación es deficiente.
Pero también estábamos incomunicados con la Costalegre de Jalisco e incluso, con algunas comunidades de la cabecera municipal como Chandiablo, Camotlán, Chavarín y otras que no mencionan los medios, pero que lo más probable es que no la estén pasando nada bien.
Sé que nuestras autoridades y la comunidad portuaria están haciendo enormes esfuerzos porque Manzanillo se recupere lo más pronto posible de esto. También sé que los manzanillenses estamos de pie y que pronto Jova será solamente un recuerdo, una estadística.
Pero también sé, que anoche hubo familias durmiendo en albergues y que hay quienes se quedaron sin nada.
Y con lo afortunada que soy por haber salido bien librada de esta situación y que mi familia esté bien y nuestras casas estén limpias y de pie, no puedo menos que darle Gracias a Dios por habernos mantenido a salvo, pero también, aprovecho este medio para pedirles a ustedes que nos leen, que volteen a ver a Manzanillo hoy y que me ayuden a ayudar a toda esta gente que perdió todo, no solamente aquí, sino también en toda la región Costalegre y Costa Sur del estado de Jalisco y en otras comunidades del estado de Colima que igual sufrieron la devastación.
Si alguno de ustedes tiene la intención de ayudar, pónganse en contacto con la Cruz Roja o con el DIF de sus localidades para que, a través de ellos, puedan dar su donativo en especie de alimentos no perecederos, granos, pastas, alimentos instantáneos, artículos de aseo personal, medicamentos no caducos, ropa y enceres domésticos en buen estado.
Recuerden que hoy, en Jalisco y en Colima, hay muchas familias que necesitan de su ayuda y solidaridad.
¡De antemano, muchísimas gracias por su apoyo y nos seguimos leyendo!
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