El 17 de Octubre de 1953 se publicó, en el Diario Oficial de la Federación, la reforma al Artículo 34 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, en la cual se reconocía a la mujer mexicana como “ciudadano”, con todos los derechos y obligaciones que esto implica, entre los cuáles se encontraba, también, el Derecho al Voto Electoral.
Demasiadas chicas como nosotras, lucharon desde siempre para conseguir la tan anhelada equidad y el reconocimiento de nuestros derechos.
De ninguna forma, la intención de esta nota es generar la típica polémica sobre si son mejores los HOMBRES o las MUJERES. Para ser sincera, encuentro mucho más sentido en debatir quién ganará el Clásico de Clásicos en el futbol mexicano, Chivas Vs. América, que formar parte de la famosísima y trillada “Guerra de Sexos”.
Mucho se habla de la discriminación que sufrimos las mujeres en muchísimos aspectos, incluyendo el laboral o el sexual. No voy a negar que, en algunas ocasiones, he visto a mujeres cercanas a mi sentirse relegadas por su condición de MUJER, pero si volteas a tu alrededor te darás cuenta que cada vez esta situación es menos común.
En alguna entrada anterior, mencioné que muchas veces ni siquiera necesitábamos ser discriminadas o relegadas por los hombres, sino que, entre nosotras mismas, somos las que nos “metemos el pie” una a la otra.
(Ver entrada http://mujeresymonstruos.blogspot.com/2011/06/monstruo-6-no-me-odies-por-ser-bonita.html )Sin embargo, hoy me preocupa algo muy distinto y te quiero hacer una pregunta directa:
¿Te has discriminado TÚ MISMA por ser mujer?
¡Sí, ya sé! Seguramente estarás pensando que me volví loca y que tú serías “incapaz” de discriminarte por ser mujer, porque eres hermosa, maravillosa, todopoderosa y todos los adjetivos calificativos que terminan en “osa” y te hacen sentir como una verdadera Diosa.
Pero… ¿qué crees? Muchas veces, lo hacemos de forma inconsciente y en apariencia, inofensiva. Te voy a citar tres ejemplos muy claros, que me tocó vivir de cerca:
1. A mi hermana Isabel, la menor, mis papás y hermanos le dijeron durante toda su vida que estudiara una profesión “para mujeres”, mientras mi papá añoraba tener un hijo Ingeniero. Hoy por hoy, mi papá tiene un Ingeniero en la familia: la “Ingeniero Chabelita” que tiene unos hermosos ojos cafés, un largo y ondulado cabello negro y cuerpo de eterna jovencita quien, entre semana, cambia sus hermosos tacones por botas con casquillo. Su “Ingeniero”, trabaja en una de las empresas cementeras más importantes de México, codo a codo, con sus congéneres masculinos y, aunque es la única mujer en su área, está feliz. Si Isa se hubiera comprado eso de “porque soy mujer, no puedo”, si jamás se hubiera atrevido a quitarse el disfraz de princesita para calzarse unas botas de trabajo y un casco, probablemente tendría las manos más bonitas, pero su espíritu se lo habría reclamado.
2. Cuando estudié la universidad, compartía casa con dos de mis primas, hijas de un hermano de mi papá. Mi mamá vivía constantemente angustiada porque en nuestra casa no había nadie “de respeto”, es decir ¡no había ningún hombre! Aún recuerdo la primera vez que me lo dijo: casi me quito el apellido materno. De alguna forma, su comentario insinuaba que, por ser mujeres, ni mis primas ni yo éramos dignas de “respeto” o que carecíamos de valor por no contar con un hombre que “viera por nosotras”. La realidad ahora, es que esa primera experiencia con la responsabilidad que implica el independizarse del cobijo de mi familia, formó mi carácter de una forma tremenda. Contrario a lo que muchas puedan pensar, el vivir sola y el “no tener un hombre que vea por mí”, jamás ha limitado mi calidad de vida. Sé que si requiero un mecánico, electricista, jardinero, plomero, albañil, etc., siempre podré recurrir a mi vecino que, por una justa remuneración, se encargará de todas esas cosas. Por lo demás, la soltería es “pan comido”.
3. La semana pasada, mientras recorríamos la zona de desastre en la que se convirtió parte de nuestra colonia por causa de los estragos de Jova, una amiga de mi hermana Marina se atrevió a decir que, como nosotras éramos mujeres, no podíamos hacer nada para ayudar a la gente que estaba padeciendo las consecuencias de vivir en el cauce del río. Ella se refería, al trabajo físico y al esfuerzo que implica tomar una pala, clavarla en el lodo, recogerlo y sacarlo a la calle. No niego que es un trabajo muy cansado y, que mientras yo daba un “palazo”, mis compañeros hombres daban tres, pero eso no significa que mi esfuerzo valiera menos que el de ellos y que no pudiera contribuir. Sencillamente, teníamos determinación de ayudar y encontramos la forma: Marina organizó un mini centro de acopio y se adhirió a un programa promovido por el Párroco de su colonia, llamado “Adopta una Familia”. Hoy está utilizando su liderazgo para convocar a más gente que se sume a ayudar y, en lugar de una pala, Marina tiene los datos de muchos voluntarios que ya están organizados para apoyar a la gente que los requiere, además de colectar ropa para quienes perdieron todo. (Comercial: si alguien requiere mayor información de este programa, avísenme).
Historias como estas las vemos todos los días. Algunas, terminan con éxito; otras, terminan en el “qué hubiera pasado si me hubiera atrevido”. Sin embargo, la conclusión es la misma: si dentro de toda nuestra historia ha habido mujeres que se han atrevido a luchar al lado de los hombres por su reconocimiento y su lugar en la sociedad y si, gracias a ellas, las chicas de ahora gozamos de muchas más libertades y capacidad de decidir, depende de mí y solamente de mí el tomar ese poder que por el hecho de ser humanos, hombres o mujeres, ya tenemos.
Cuando dudas de tu capacidad, cuando desistes de tus sueños, cuando dejas de luchar por lo que quieres, estás discriminando tu poder.
El éxito da más miedo que el fracaso. Sencillamente, nos preparan siempre para fracasar y tenemos una lista enorme de excusas que “justificaran” un mal resultado, por lo cual sabemos que no seremos tan duramente juzgados. Pero no nos dicen cómo manejar el éxito, así que es normal que nos asuste. Además, la crítica y la presión social siempre son tremendas con la gente que triunfa.
Sin embargo, la invitación que te quiero hacer a ti mujer, que hoy me estás leyendo, es que no tengas miedo a utilizar todo el poder que tienes para hacer cosas grandes por ti y por tu entorno.
No busques excusas para no ser lo que quieres ser, hacer lo que quieras hacer (con responsabilidad y respeto a los demás, obvio), ni vivir como quieres vivir.
Ser mujer, debe ser para todas, motivo de orgullo. Ser mujer, debe ser un aliciente para imponerte retos. Ser mujer, es ejercer también ese derecho que hace 58 años nos dieron: ELEGIR.
No todo en nuestro destino está escrito. Dios nos da el argumento, pero nosotros escribimos el guión.
Hoy tú puedes ELEGIR cómo quieres que se escriba la historia de tu vida…
El poder ya lo tienes, sólo te falta tomarlo…
¡Gracias por seguirnos leyendo y hasta la próxima!
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