Es un enorme gusto para mí volver a escribir para ustedes, después de algunos días tan pesados como buenos en los que decidí tomarme un pequeño descanso y en los que, espero que también, hayan descansado y renovado energías.
Con algunas notas por concluir, miles de ideas en la cabeza, trabajo acumulado por doquier y buenas noticias llegando por todos lados, es que retomo hoy la continuidad de la escritura en este espacio que tanto aprendizaje personal me ha dejado y tantas oportunidades me ha abierto al exterior.
Hoy quiero hablar de Magia. Sí, ya sé que hablo de Magia muy seguido, pero hoy no se trata de la magia que me robé y que tuve que devolver, ni tampoco de la que a veces he perseguido inútilmente hasta sentirme desesperanzada de encontrarla.
Hoy quiero hablar de la Magia que llega cuando no la esperas y que encuentras sin buscar, cuando de pronto te pasan tantas cosas que volteas al cielo y no sabes si dar las gracias a Dios o pedir una tregua.
Estaba en esos días extraños, en los que todo alrededor me decía que iba por el camino correcto puesto que tantas cosas buenas me estaban pasando en el terreno personal, pero sobre todo, en el ámbito profesional. No había existido un solo día de los recientes en el que no tuviera nada que agradecerle a la vida. Oportunidades, retos, trabajo, salud y gente a mi alrededor que me quiere y apoya de forma incondicional. Sencillamente, sería demasiado injusta si pidiera algo más para mí. Todas las bendiciones juntas estaban llegando a mi vida, simplemente con abrir los brazos y recibirlas.
De pronto el miércoles pasado, junto con mis grandes amigas, Edit y Jessica, se nos ocurre darnos un “gustito” e irnos a cenar las tres, para celebrar el simple hecho de ser mujeres, de ser felices, de ser independientes, de hacer lo que nos gusta y de estar juntas, para seguir compartiendo nuestras experiencias de vida.
Imaginen una mesa en un tranquilo pero bonito restaurante a la orilla de la playa (abro mi comercial, se llama ZLO), escuchando las olas, degustando una pasta italiana y con una botella de vino tinto al centro, para brindar por cualquier cosa que hubiera que hacerlo, tres amigas rayando los 30, en la mejor edad de sus vidas y con unas enormes carcajadas que irrumpían la quietud del lugar.
Al calor del Merlot, comenzaron a surgir todas esas confesiones que las grandes amigas se llevan a la tumba. Invariablemente, el amor ocupó parte central de nuestra temática en la mesa, pero también fueron tema nuestras carreras, nuestros proyectos y nuestros planes a futuro. Incluso, nos ajustó el tiempo para planear uno que otro viaje juntas.
Vi a mis amigas felices. Las vi radiantes, las vi completas, las vi enamoradas del amor y de la vida. Vi a esas chicas que siempre quise ver en ellas, las que no tienen miedo de vivir, de sentir, de disfrutar todo lo que la vida les regale, sin cuestionar nada y sin importar qué dirán. Vi a mis amigas, a las que la felicidad les destilaba por los poros. Vi a las mujeres “fregonas” de las que me precio de rodearme siempre, sentadas en mi mesa. Las vi allí, conmigo, festejando mis éxitos, alentando mis sueños y riendo con mis locuras, al tiempo que compartían las suyas.
De pronto llega mi turno de hablar de amor. Les recuerdo entonces, que me auto impuse una “veda” amorosa, ya que últimamente ese aspecto de mi vida ha contrastado por completo con la felicidad en el ámbito profesional. Sentí completamente necesario tomarme un descanso, analizar mis errores y así volver a reunir fuerzas para regresar al campo de batalla.
Mi semblante cambia y comienza a quebrarse mi voz, al recordar el último de mis amores, que fue también la última de mis mentiras.
Entonces, Edit tomó mi mano y me dice algo que nunca voy a olvidar:
"Lo único que quiero es verte feliz. Sabes que no estoy de acuerdo y que jamás lo aprobaré, pero si tu felicidad está a su lado, no te des por vencida: ¡lucha! Si sabes que tienes una oportunidad, no la dejes escapar, porque podría ser que te arrepintieras siempre."
Debo confesar que me sorprendió lo que me dijo, porque efectivamente, sé que le costó un enorme trabajo. Sin embargo, al calor del Merlot, creo que lo verdaderamente rescatable fue la lección de lealtad y de amistad que me dio.
A veces por más que sueltas, te das cuenta que aquello que debes dejar partir, simplemente no quiere irse. Y en no pocas ocasiones te sigues cuestionando, después de soltar, si de verdad fue lo correcto o si deberías volver a perseguirlo y a “luchar por ello”, como Edit me dijo.
La verdadera magia que descubrí esa noche, fue la muestra de apoyo y de amistad de las dos grandes mujeres que compartieron la mesa (y tres botellas de Merlot). La Magia fue saber que estaban allí y que lo estarían a pesar de que, en mis locuras, de pronto las metiera en líos el seguir conservando mi amistad.
Creo que, si algo he aprendido recientemente, es el valor de los verdaderos amigos en mi vida. Lo aprendí de una manera muy dura, pues desafortunadamente tuve que perder a una gran amiga para valorar a los que tengo.
Sin embargo, también entendí que muchas veces el árbol de la amistad debe sacudirse hasta las raíces para tirar los frutos podridos y esperar que vuelva a florecer.
Los grandes amigos están contigo en las malas y te alientan en tu lucha cuando crees desfallecer, pero también son los que se ganan el genuino derecho de compartir tus éxitos y tu felicidad.
A la gente que estuvo y a la que ahora está, muchas gracias. Sin ustedes, yo sería “menos yo”.
¡Nos leemos pronto!
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