Hace mucho tiempo que perdí la cuenta de mis Monstruos…
Antes solía enumerarlos, pero ya no había tenido necesidad de hacerlo. Parecía que en mi vida todo era nuevo y demasiado bueno, a partir de que decidí dar la “bienvenida” a todo lo que 2012 tenía para mí, sobre todo en el terreno personal.
Pero todavía no iniciaba bien el año, cuando un nuevo monstruo se aparecía allí. ¿Pude haberlo esquivado? Definitivamente sí. ¿Quería esquivarlo? No, no quería. Como muchos de los monstruos con los que he convivido, parecía mucho mejor de lo que realmente era. Así que, sin más ni más, decidí vivirlo.
Estoy hablando del Monstruo de la Mentira, de esa Mentira que tienes que vivir para aprender, como nunca antes, el valor de la Verdad.
Sostener una mentira es mucho más difícil de lo que muchos creemos. Incluso, teniendo actitudes comunes como el sarcasmo o el cinismo, jamás es fácil salir bien librado una vez que decides, voluntaria o involuntariamente, involucrarte en un engaño.
A mí me pasó: Tuve que sostener recientemente una gran mentira.
A decir verdad, desde el primer minuto fue completamente desgastante. Creo que mis labios mienten mucho mejor que mi cuerpo, porque lo primero que sucedió fue que la tensión me enfermó físicamente y, por una semana entera, tuve que sufrir los estragos del resfriado (fiebre, dolor de cabeza, cuerpo cortado, etc.), que expresaban en mi salud física y en mi aspecto, todo lo que mi boca no era capaz de decir.
Y de pronto, la mentira crece. Se vuelve más fuerte y más compleja. Comencé a mentirles a todos a mi alrededor, a inventar excusas, a evitar miradas, a gastar mi tiempo y mi energía en no ser descubierta, aunque, en mi interior, lo único que quisiera fuera gritarle al mundo lo que verdaderamente estaba pasándome, lo que estaba viviendo y lo que estaba sintiendo.
A pesar de que mi cabeza y mi corazón no se ponían de acuerdo, de alguna forma ambos me mentían y vivía permanentemente confundida, con insomnio o con exceso de sueño, a veces triste, a veces enojada y sólo en muy pocas ocasiones, verdaderamente feliz. Porque la mentira también tiene eso: te da algunos momentos de felicidad efímera, lo cual hace mucho más difícil salir de ella.
La alegría, pero también, la tristeza, el rencor, la frustración y el coraje fueron compañeros permanentes. Pero no podía compartirlos con quien normalmente lo hubiera hecho, si se tratara de otra situación, porque decirlo lastimaría muchísimo más que callarlo.
La mentira afecta a quien la dice y a quien la vive, pero también tiene víctimas involuntarias. En mi caso, hubo gente que sufrió las consecuencias de lo que yo no fui capaz de decir en su momento. El mundo perfecto que teníamos todos los que vivieron alrededor de mi mentira (o nuestra mentira), se desmoronó por completo.
Tuve mi oportunidad de decir la verdad a la principal víctima, pero por miedo a sus consecuencias, no lo hice. Después resultó que la mentira trajo muchos más efectos secundarios, pero para ese momento sus raíces eran tan profundas, que fue imposible de arrancar.
Han pasado varios días desde que me aparté de la situación. Sin embargo, la mentira permanece en el mismo lugar, haciendo feliz (o por lo menos, eso quiero creer) a quien la ignora.
Quizá la verdad tenga su tiempo. Quizá el tiempo de decirla ya pasó o quizá no llegue aún…
Lo que es un hecho es que, dentro de todo lo malo que este episodio en mi vida me dejó, siempre agradeceré a la persona por la cual me involucré en esta mentira, porque nunca como antes había conocido la importancia de vivir en la verdad, por mi propia salud mental.
Además, cuando decidí ser honesta, descubrí también que, quien te quiere, te reprende; que un amigo no necesariamente está de acuerdo con todo lo que haces, pero te apoyará incondicionalmente y te ayudará a salir del bache, aun cuando para eso tenga que ponerte un par de bofetadas... por lo menos, emocionales. (¡Gracias!)
Sé que jamás dejaré de aprender. También sé que, muy probablemente, alguna vez vuelva a estar expuesta y con la guardia baja en una situación así. Pero, si eso pasa, YA NO SOY LA MISMA, porque me llevo lecciones valiosas que hoy quiero compartir con ustedes:
Asumir que el mandamiento “no mentirás” aplica principalmente hacia ti mismo: La angustia, la desesperación, el enojo, la tensión, el malestar e incluso la enfermedad física, que generan estas situaciones, solamente son señal de que estás yendo en contra de tu verdadera esencia. Siempre debes estar al tanto de lo que quieres para ti y de lo que sientes, porque las peores mentiras son las que te dices a ti mismo; y de esas, nadie más que tú te puede liberar.
Alejarte de la situación y de la persona: Puede parecer imposible, puesto que muchas veces nos hacemos tan dependientes de nuestra pequeña dosis de felicidad efímera, que arrancarla de raíz y alejarnos de ella, se percibe como una tortura mucho mayor que permanecer allí. Sin embargo, a la larga, será mucho mejor conservar el respeto hacia uno mismo, por más pisoteado que esté nuestro amor propio. Siempre, si te empeñas lo suficiente, habrá una forma de levantarte y recuperar tu estabilidad y tu equilibrio.
Liberarte de la Culpa y Perdonarte: El mentir genera sentimientos de culpabilidad. En mi caso, jamás pude disfrazar del todo la mentira, puesto que me traicionaba aquella pequeña dosis de consciencia que me decía que no estaba caminando derecha. Quizá fue esa pequeña lucecita interior, lo que me hizo retirarme, pero no impidió que hubieran momentos terribles, en los que me reprochaba el haber sucumbido ante la tentación de mi, entonces, hermosa mentira.
Hoy sé que es completamente inútil castigarme por cosas que ya no puedo cambiar. Lo único que queda para mí de esto es aprender. En los peores errores y en los más grandes tropiezos, están encerradas las más valiosas lecciones de la vida. Además, el perdonarme es, principalmente, un acto de amor hacia mi misma y una reafirmación de mi condición como ser humano.
Reparar el daño: La reparación de daños es la parte más difícil. Esto implica afrontar la verdad, reconocer nuestro error ante los demás y arriesgarnos al rechazo, al cual todos tememos. Pero muchas veces, el reparar el daño, tal como todos los demás podrían entenderlo, implicaría para la parte afectada realizar un daño mayor.
Repara el daño hasta donde tus posibilidades lo permitan y hasta donde no lastimes a más personas de las que originalmente salieron dañadas por tu mentira. Lo demás, lo que no está en tus manos, déjalo a Dios: aunque lo dudes, siempre se encarga de poner las cosas en su lugar.
Deja ir con amor: Lo más rescatable de todo el final, fue que la última interacción que tuve con mi principal cómplice en esta mentira fue en términos cordiales, por lo que puedo decir que “lo dejé ir con amor”. Esto implica aceptar que todos cometemos errores y que no vale la pena cargar con equipaje emocional extra, como lo es el rencor. Este equipaje no me sirve para continuar mi viaje “por el camino de la magia”.
En muchas ocasiones, el resentimiento ata a las personas con mucha mayor fuerza que el mismo amor. Entiendo que perdonar es un regalo hacia mí misma, mucho más que hacia la otra persona. Así que, entonces:
“Te quiero, te perdono, te bendigo, te agradezco todo lo aprendido y lo vivido… y te dejo ir.”
Para finalizar, les comparto una reflexión de Mahatma Gandhi, que describe a la perfección lo que siento y pienso, ahora que esta experiencia parece haber terminado:
Señor:
Ayúdame a decir la verdad delante de los fuertes y a no decir mentiras para ganarme el aplauso de los débiles.
Si me das fortuna, no me quites felicidad…
Si me das fuerza, no me quites la razón…
Si me das éxito, no me quites la humildad…
Si me das humildad, no me quites la dignidad…
Ayúdame siempre a ver el otro lado de la moneda.
No me dejes inculpar de traición a los demás por no pensar como yo.
Enséñame a querer a la gente como a mi mismo y a juzgarme como a los demás.
No me dejes caer en el orgullo si triunfo, ni en la desesperación si fracaso.
Más bien, recuérdame que el fracaso es la experiencia que precede al triunfo.
Enséñame que PERDONAR es lo más grande del fuerte y que la VENGANZA es la señal primitiva del débil.
Si me quitas la fortuna, déjame la esperanza…
Si me quitas el éxito, déjame la fuerza para triunfar del fracaso…
Si yo fallara a la gente, dame el valor para disculparme…
Si la gente fallara conmigo, dame valor para perdonar…
Señor: si yo me olvido de ti, Tú no te olvides de mí…
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