viernes, 23 de noviembre de 2012

Fuerza... Por Elena Savalza


En unos días será el “Día Internacional de la Lucha contra la Violencia hacia la Mujer”. Es curioso, porque hace tiempo que, de cuando en cuando, toco en este espacio y en otros, el tema de la violencia de género. Sin embargo, hace unas semanas, por primera vez a mis 30 años, tuve que vivirlo en carne propia…

Desafortunadamente, puse mi confianza y mi cariño en una persona que dijo quererme también y no vi las señales que me alertaron desde hace mucho tiempo que mi “relación” era peligrosa, adictiva y enfermiza. Me escudé por ratos en la comodidad de tener quien llenara mis huecos, tanto físicos como emocionales; hasta creí que era amor, porque se le parecía mucho. Y no, no soy la víctima por completo, porque decidí estar con él, a pesar de saber que él estaba aún en otra relación y hasta arrastrando un proceso de divorcio que parece no tener fin.

Pero una madrugada, después de una fiesta agradable y de convivir armónicamente con varios amigos, el lobo con piel de oveja enseñó la verdadera personalidad. Con toda la incredulidad, coraje, tristeza y frustración que esto me genera ahora, fui incapaz de defenderme ante un tipo que agredió mi intimidad de una manera tan baja que me cuesta trabajo describirla gráficamente, incluso a mí, para quien las palabras jamás me han significado un problema.


Por días me alejé, me encerré y traté de no contar lo sucedido (sí, fue precisamente ese “día cero” del que hablo en mi entrada anterior). Decidí erróneamente que tenía muy pocos elementos para denunciar, ya que la gente que me vio esa noche con él sabía que estaba allí por mi voluntad, él era lo más parecido que tenía a una pareja y yo no tenía ningún rasguño, ni rastro de violencia física, así que pensé que sería inútil y que nadie me creería. Me escudé en mi trabajo, en mis estudios y en mis amigos. Sonreía de día, mientras por dentro me sentía como muerta. En las noches, al llegar a casa, repasaba uno a uno los minutos que duró la pesadilla intentando encontrar alguna explicación lógica a su comportamiento, pero sobre todo, tratando de encontrar un momento en el que pude haber actuado, las cosas que pude haber hecho para evitar que sucediera y toda esa clase de pensamientos ociosos que no te llevan a nada, pero que generan la suficiente angustia y devastación como para impedir conciliar el sueño. Me costaba aún creer que él, todo guapo y de ojos bonitos, todo lindo y encantador, todo dulzura y voz tierna, hubiese sido capaz de realizar algo tan vil.

En ese lapso tuve la mala fortuna de coincidir con él en el edificio donde trabaja, puesto que visito a un cliente allí, así que tuve que disimular el ataque de pánico y mi coraje al verlo. En una de esas ocasiones hablé con él y, como era lógico, se disculpó y pidió volver a mi vida “como antes” y dijo no querer alejarse de mí. Dijo que me quería, dijo que yo exageraba, que me hacía la víctima y minimizó mi dolor y mi coraje. Yo sólo pedí que se alejara, pedí que me dejara tranquila y que no volviera a buscarme.

A los días, las cosas tomaron un giro que jamás esperé: el mismo que dijo amarme, ahora me insultaba y me amenazaba. Allí entendí que era él o era yo y que tenía que elegir entre vivir con miedo y a expensas de un tipo que había dado ya las suficientes muestras de cobardía como para volver a lastimarme, o romper el silencio y denunciarlo. Así que el sábado pasado presenté una denuncia en el Ministerio Público de Manzanillo.

Denunciarlo ha sido, con mucho, lo más difícil que he hecho en mi vida. He tenido que pasar cosas, desde ese día, que jamás creí vivir: miedo de escuchar un ruido en la puerta y creer que es él, enojado porque denuncié y dispuesto a cumplir sus amenazas; miedo de que mis hermanas y mis sobrinos estén en riesgo; he escuchado el llanto de mi mamá todas las noches, cuando debo llamarla y decir “Hola Mamá, me reporto: sigo viva”; he tenido a mis amigos cuidándome por todas partes (uno de ellos es ya inquilino permanente en mi sala, pues no me dejan dormir sola en casa) e incluso enviándome a otras personas a cuidarme cuando no se pueden hacer presentes ellos mismos, personas que en ocasiones ni conozco, pero agradezco de verdad que se tomen la molestia de ver por mi seguridad. Aun así, no deja de ser frustrante para mí, que siempre me he jactado de poder cuidarme sola, el que mis pasos ahora sean con miedo o bajo las miradas de todos a mí alrededor. Mis hermanas pasan a diario por mi casa y enloquecen si no ven luz encendida, incluso cuando no sean ni las 9 de la noche y lo mismo les pasa a mis amigos cuando no me ven conectada en el chat.

Hoy mismo tuve que ver de nuevo a mi agresor en el Ministerio Público y entrar en un ataque de ansiedad que me demostró algo de lo que ni yo misma era consciente: la magnitud y los alcances del daño emocional que me causó. El sólo verlo y pensar en que se me podría acercar me hizo ponerme a llorar y a temblar como perro asustado, bajo las miradas de todos los presentes y en el hombro de mi abogada y amiga, a la que corrí a abrazar en cuanto vi, además de tener que pasar por la amarga experiencia de rememorar todo lo sucedido en la valoración psicológica.

Sé que a partir de este momento será un proceso difícil y que lo peor está empezando. Sé que, ahora sí, conoceré su verdadero rostro y que probablemente sacaremos a relucir ambos el comportamiento más vil y despiadado: él se defenderá atacando y yo atacaré defendiéndome. Sé también que quizá las cosas no debieron llegar hasta ese extremo y que tenía que haberme alejado de él mucho antes, pero lo más importante es que ya no traigo venda: ni en los ojos ni en la boca.


¿Qué lecciones me deja esto? Muchísimas más de las que puedo escribir y que en su momento les compartiré, cuando todo haya terminado. Pero de entrada, quiero compartirles una reflexión:

A pesar de los avances en la legislación mexicana, las mujeres no estamos lo suficientemente protegidas ante este tipo de agresiones puesto que el daño psicológico es muy difícil de probar. Sin embargo, sé que denunciar estos hechos es fundamental para evitar que sigan proliferando en nuestra sociedad. Hoy fui yo: Elena la que la gente conoce, la que trabaja y la que escribe; la que para bien o para mal tiene una voz pública y se hace notar. Quizá mañana sea Juana, Petra, Olivia o María y probablemente ellas no tengan tanta suerte como yo de pasar por una experiencia violenta y poder contarla.

Hoy reconozco la importancia de la denuncia, pero a pesar de que la justicia de los hombres pudiera ser corruptible, estoy segura de que la justicia de Dios siempre llega.

Hoy, a pesar de las heridas, de las palabras, del dolor, del coraje, de la frustración y de todas las emociones y sentimientos que este proceso que estoy viviendo me provoca, sé que estoy viva, que estoy fuerte y que no estoy sola.

Pero tampoco tú estás sola. Sí, te hablo a ti que tienes que escuchar insultos, que fuiste victima de violación o de golpes. Te hablo a ti que vives con miedo, que piensas que no vales, que sientes que no tienes salida. ¡Sí la tienes! Sólo tienes que alzar la voz y gritar fuerte. Quien te ama, no te maltrata; quien te ama, te cuida; quien te ama, te respeta; quien te ama, no te obliga a tener relaciones sin tu consentimiento; quien te ama, no te es infiel; quien te ama, no te dice “puta”, “pendeja”, “pobre diabla”; quien te ama, no te amenaza con golpearte o matarte (o mandar a alguien a hacerlo, como en mi caso). Eso es violencia y la violencia no es normal y no debe ser permitida.

Por eso hoy escribo “Fuerza”: porque durante y después de esta experiencia esta será mi palabra. Gritaré con fuerza hasta que se haga justicia y pueda recuperar la tranquilidad perdida. Gritaré con fuerza hasta que no quede nada de dolor y de coraje en mi interior y pueda volver a sonreír como antes. Gritaré con fuerza hasta que les quede claro a todos que ninguna mujer merece ser maltratada, denigrada, insultada, violada, humillada, vejada… ¡ni una más!

Quiero agradecer de manera muy especial a TODA la gente que ha estado conmigo desde que todo esto inició. Sería imposible mencionar tantos nombres, porque de todos los rincones ha surgido alguien dispuesto a tenderme la mano y no quiero pecar de injusta si se me pasara mencionar a alguno. Quiero agradecer a la gente que me conoce y sabe quien soy, pero sobre todo a la que, sin conocerme, ha puesto su confianza en mí y me ha apoyado moral, psicológica y legalmente. Sin ustedes, estoy segura que esto sería mucho más difícil de lo que ya es…

Sigo aquí, sigo de pie… y seguiré hasta el final.

¡Un abrazo para todos y nos leemos pronto!


Gracias por leerme:
Todos los lunes mi columna “Desde mis ojos…” en www.letrafria.com
En Facebook, busca la página Mujeres Adictas a los Monstruos y da click en “Me gusta”
En Twitter, sigue a mi cuenta personal @elenasavalza

domingo, 4 de noviembre de 2012

Después del Día Cero... Por Elena Savalza


Sólo hay una cosa que a ciencia cierta sabes ahora y esa es que, probablemente, fuiste más feliz cuando la desfachatez, de hace unos meses apenas, te permitía hablar sin tapujos, sintiéndote completamente liberada. Hoy, con tu recién adquirida prudencia, las cosas deben ser distintas. Debes callar, maquillar el dolor, la culpa, la tristeza, el enojo y la frustración, simplemente porque eso es lo que se espera de ti…

Sabes que lo primero que vivirás después del “día cero”, será que no puedas creer que de verdad pasó y no sepas qué nombre ponerle. Entre la incredulidad y la confusión, querrás dormir y permanecer así todo el día, evitando sentir y pensar…


Pero despertarás, porque también de las pesadillas se despierta. Entonces recordarás cada minuto de lo ocurrido tratando de ser objetiva y de analizar cada hilo suelto para encontrar una verdad. Finalmente tu trabajo te ha convertido en eso, en casi una detective a la que ningún detalle puede escapársele. Quizá quieras quedarte en esta etapa poco o mucho tiempo, pues no creer es el territorio más seguro y menos doloroso. Si, lo último que escuchaste de él fue un “te amo”, pero ¿quién puede amarte y lastimarte así? ¿Quién puede amarte y denigrar tu intimidad de esa forma? ¿Quién puede amarte y exponerte al peligro sin importarle lo que tú sentías, sin importarle tu miedo y tu desesperación?

Después recordarás que tienes una vida, que debes trabajar, ir a clases, escribir, ver a tu familia, a tus amigos. Recordarás que debes preocuparte por ti y dar vuelta a esta última página de tu vida que expresa en sus líneas uno de los episodios más crudos y dolorosos que nunca creíste vivir. Pero deberás seguir, a pesar del enojo. Sí, porque sientes mucho coraje, porque  ya viste el vestido, negro y con rayas horizontales, que usabas esa noche, 48 horas después aún en el piso de tu habitación, y recordaste cómo lo sacaste de tu cuerpo con rabia, para poder ducharte y dormir. El vestido tirado te da una bofetada; el vestido te dice “¡Despierta, todo fue verdad!”.

Sentirás mucho enojo contigo, por no haber visto las señales de alerta, por no haber escuchado a quienes antes te lo advirtieron, por haber creído que de verdad no era como la gente te lo pintó, por haber confiado en él hasta el punto de no medir los riesgos, por haberte expuesto a ti misma, por no haber sido capaz de cuidarte de él, por ser demasiado tonta a pesar de creerte tan lista, por depositar tu amor y tu confianza donde nunca fueron valorados.

Sentirás coraje con él, porque ni siquiera puedes encontrar una explicación lógica a lo sucedido y porque sabes que a partir de ahora habrá muchos “¿Por qué?” en el aire. Escucharás en tu mente una y otra vez todos los “te quiero”, todos los “te amo”, todos los planes a futuro y no podrás creer que alguien con quien te sentías tan segura, tan cómoda, tan relajada con tan sólo un abrazo y una mirada, hubiese sido capaz de provocar tanto dolor en unos minutos; minutos que fueron eternos, pero afortunadamente, sólo unos minutos al fin.

Te sentirás triste, muy triste, porque en el fondo tu corazón se estará peleando con tu razón y querrás hacer como si nada hubiese sucedido para continuar igual, simplemente pasando por alto tu dolor y negando lo que pasó. Te dará vergüenza contarlo y no encontrarás qué nombre ponerle a lo sucedido.

Pero sabrás que, aunque en ese momento te parezca imposible, un día el enojo y la tristeza mezclados que sientes ahora se irán y ese día lo aceptarás como parte de una amarga experiencia que la vida tenía para ti. Un día encontrarás las respuestas a todos los “¿Por qué?”, quizá convertidas en muchos “¿Para qué?”, porque debe haber existido dentro de los planes de Dios alguna razón para que tú, precisamente tú, lo hubieses vivido.

Sabrás que un día, esa sonrisa que se niega a aparecer de corazón ahora, volverá a tu rostro sin mayor esfuerzo: natural y genuina, como siempre, como tú eres, como ha sido siempre la sonrisa que ha alegrado a todos los que te han conocido.

Y seguirás, porque además no tienes muchas opciones. Seguirás porque no entregarás más de lo que ya entregaste. Seguirás porque aunque las ganas de derrumbarte, de esconderte en tu cama y de no volver a salir de allí sean muy tentadoras, no regalarás lo que con tanto esfuerzo conseguiste porque nadie, absolutamente nadie, merece que le entregues tu derrota: ni siquiera él.



Entenderás que el tiempo todo lo cura y te perdonarás a ti misma por haberte expuesto, por haber amado y por haber confiado: sencillamente, confiar es natural cuando amamos. Tendrás mayor precaución, a partir de ahora y seguirás. Te agradecerás a ti misma el haber fomentado siempre muchos intereses y motivos para vivir, sin permitir que tu vida girase en torno suyo, porque es de esas cosas que enriquecen tu mundo de las que te tomarás fuerte ahora para superar esto.

Y si, aunque no lo creas, también lo perdonarás a él. Aunque no encuentres las razones, lo perdonarás. Quizá él no lo merezca, pero tú si lo mereces. Mereces ir por la vida sin guardar rencores, mereces liberarte de las ataduras negativas, porque de sobra sabes que el resentimiento ata a las personas tanto o más que el mismo amor. Lo perdonarás porque lo quieres y porque el perdón no es negociable, sobre todo cuando ha existido tanto amor (por lo menos de tu parte), pero te alejarás porque te quieres a ti misma muchísimo más y tu seguridad e integridad tampoco estarán en tela de juicio. Entenderás que “la primera vez, eres víctima; pero la segunda, ya eres voluntaria”, así que dependerá sólo de ti el permitirle volverte a lastimar. Sólo tú decidirás si le darás ese poder o te lo quedas contigo.

Un día escribirás, porque eso es lo que sabes hacer y eso es lo que te define. Escribirás cómo fue, cómo lo superaste y qué fue lo que aprendiste a raíz de esta experiencia, porque sabes que siempre hay un aprendizaje detrás del dolor. Contarás que eres fuerte, contarás que se puede, contarás que siempre hay una forma de seguir cuando se quiere.

Y la tranquilidad, la paz de tu alma y la sonrisa de tu rostro que se esfumaron después del “día cero”, regresarán a tu vida…

Y serás tan feliz como te lo mereces…

Esta entrada está dedicada a todas las mujeres que han sufrido alguna vez violencia física, sexual o psicológica, en cualquiera de sus formas. Estoy convencida de que siempre hay un camino y que nada sucede por azar. ¡Un fuerte y fraternal abrazo!

Gracias por seguirme:
Ahora, mi columna “Desde mis ojos…”, todos los lunes en www.letrafria.com
En Facebook, da “like” en la página Mujeres Adictas a los Monstruos
En Twitter, sigue a mi cuenta personal @elenasavalza

lunes, 22 de octubre de 2012

"Fuera de Casa"... Colaboración Anónima


La verdad no sé cómo empezar a platicar mi relación extramarital pero es algo que creo que debo contar para que a alguien más le sirva de experiencia.

Él con 36 años y yo con 34, una edad buena y quizá hasta divertida, ya que es un punto en el que ahora ya consideras las miles de opciones que tienes para decidir lo que realmente harás con tu vida. Sinceramente, es algo magnífico. Pero empezaré por contar que fue lo que sentí al verle otra vez…

Nos reencontramos nuevamente después de casi 15 anos. Él fue un novio excepcional: genial, diría yo. Sólo que un día se fue y no regresó. Año con año continué viendo a un amigo en común, así que un buen día se me ocurrió preguntar por él.


Curiosamente cada que intentaba contactarnos, por medio de nuestro amigo, el teléfono se perdía o alguna eventualidad ocurría, pero esta vez el destino jugó a nuestro favor y el teléfono no se perdió, así que, pasando algunas semanas, recibí la tan esperada llamada. La voz de mi “conciencia” (un poco más fea que la habitual) me sonreía nerviosamente del otro lado de la línea mientras yo me sentía nerviosamente feliz. Después de una charla trivial, acordamos vernos esa misma noche: él, con su esposa e hija; nuestro amigo en común, con sus hijos; y, por supuesto, mi familia y yo.

Estaba nerviosa, debo reconocerlo, aunque no era nada que no pudiera controlar. De pronto, al llegar la hora de la cita, me marcó para decirme que estaba afuera. Mi corazón y mi estómago tuvieron un enorme vuelco al verlo de nuevo. Fue tan inevitable la presentación de su esposa e hija, como mi fingida sonrisa de conformidad. Después del intercambio de saludos y presentaciones, él me abrazó. Sentirlo cerca, de nuevo, hizo que mi estómago confirmara lo que mi cabeza se negaba a admitir… todavía.

Esa noche fue genial: reír y platicar aquellas interminables historias, juntos los tres, mientras nuestros hijos jugaban como si se conocieran desde siempre. En cuestión sentimental, nada me había movido o afectado tanto como volverlo a ver, a pesar de que he tratado de tener una buena vida, pero esa noche supe que, después de 13 años de casada, algo había cambiado para mí.
Nos seguimos hablando y chateando de vez en cuando, hasta que llegó lo inevitable: vernos a solas. Recordamos entonces que jamás terminamos formalmente nuestro noviazgo, por más loco e insulso que esto pareciera así que había una puerta abierta para la continuidad. Al sabor del café, se consolidó lo innegable: nuestra química prevalecía y podíamos charlar horas y horas sin sentir el tiempo. Todas esas cosas que habían pasado en su vida y en la mía en estos años de ausencia salieron a la luz, cuando la noche culminó en Tepozotlán (yo vivo en el DF), en un intento por salir los dos de nuestro mundo habitual. Fue un momento mágico: estuvimos a punto de volvernos a besar, después de tanto tiempo sin hacerlo. Sin embargo, había una delgada línea invisible que ninguno de los dos nos atrevimos a cruzar, pensando quizá en la estabilidad de nuestras familias o simplemente por miedo, pero por alguna razón, no pudimos.


Sin embargo, sólo fue cuestión de algunas semanas para que la delgada línea invisible, se volviera imperceptible. Algunas salidas al teatro, varias cenas, unas cuantas películas y varios litros de café desataron lo que ya era inevitable. Y mi sonrisa al verlo, mis mariposas en el estómago justificadas y ese amor de juventud reencontrado y, hasta ese momento, todavía platónico pasó a ser algo más… digamos, algo físico y también sexual. Así, al reencontrarme con su cuerpo, pude compartir esos pequeños destellos de luz interior y exterior que sólo se entregan para iluminar a las personas indicadas.

La satisfacción implícita de estos nueve meses, fue que nadie vino a contarme cómo se vive la magia, pues la viví porque así lo decidí. Sé también que no es algo de lo que deba sentirme orgullosa, probablemente ni siquiera feliz (aunque parezca inevitable), puesto que hay gente a la que podría haber lastimado por estas pequeñas ligerezas que dos personas pudimos tener, pero nunca he sabido cómo cambiar lo que siento, o dejarlo de lado por el simple hecho de pensar que es incorrecto. Muchas veces me he preguntado desde entonces cómo hacer para dejar de disfrutar y no lastimar a ninguna persona, pero no encontré una respuesta certera.

Sólo sé que, así como decidí vivirlo, también tenía que decidir dejar estar relación extraña y, paradójicamente, la más atrevida y emocionante que me pude imaginar tener alguna vez. Simplemente lo hice y no me arrepiento. Creo que él fue, literalmente, el hombre perfecto y esta la relación perfecta, porque la tuve con un amante y se terminó justo en el momento que sentí que podía tocar la luna y las estrellas; justo en el momento en que me sentí plena y ajena a muchas cosas de la vida real. Quizá un día me pregunte cómo fue que me atreví… pero sé que fue real y que de verdad lo hice.

Y si bien he leído algunas veces a Elena, hoy me tocara limpiar el desván de mi casa donde tenía escondida esta relación que disfruté plenamente en cada segundo transcurrido en estos meses de descubrimiento y goce mutuos. Guardaré los recuerdos para remodelar y cerrar cada una de todas las noches y días que volamos juntos imaginando tantas cosas buenas para nuestras vidas, todas esas cosas que mi mente soñadora de mujer idealizó y que jamás sucederán.

Él decidió terminar lo que tuvimos. Esos 9 meses hermosos y apasionados en que lo tuve en cuerpo y alma, allí junto a nosotros y no en otra parte. Por eso le doy las gracias y me retiro feliz, porque di lo que tenía para dar en esa “relación”, si es que se le pudo haber llamado así. No fallé, pues le di todo mi ser en esencia.

Sé que a pesar de la melancolía que deja el final, esta relación me dio muchas lecciones aprendidas, pero jamás entenderé cómo es que los seres humanos olvidamos de un momento a otro que tenemos a alguien que nos ama y nos valora en casa todos los días, para darle cabida en nuestro corazón y en nuestros pensamientos a ese otro que con solo una mirada, una voz o una caricia llena todo tu mundo. Quizá en algún momento me toque volver a lastimar o ser lastimada, pero hoy sólo me resta darle las gracias a este “sapo” que me enseñó a valorar al hombre que tengo en casa, pero que a pesar de ello, sé que el amor tan grande que sentí por él, allí se quedará. Él tendrá que seguir con su vida y yo con la mía, seguiremos siendo esos amigos que algún día nos permitimos serlo.

Hoy escribo estas líneas como última acción para cerrar este círculo, para empezar de nuevo mi vida y reordenar mis prioridades, con lo que Dios me permitió vivir.
Siempre seré la mujer que se atrevió a tocar la luna y las estrellas… fuera de casa.


Gracias Elena, por dejar ver tu vida y un poco más... para aprender y meditar un poco.




Gracias por leerme:

Ahora, mi columna “Desde mis ojos…”  en www.letrafria.com sale los todos los lunes.
En Facebook, busca la página Mujeres Adictas a los Monstruos y dale “like”.
En Twitter, sigue a @princesas_ind y a mi cuenta personal @elenasavalza

domingo, 7 de octubre de 2012

"Simplemente amigos"... Por Elena Savalza


Durante el ciclo de la vida, ninguna transición es sencilla. El pasar de bebé a infante, de niña a adolescente, de joven a adulto, de estudiante a profesionista, de soltera a casada, de casada a divorciada y tantos otros cambios que sufrimos en la vida supone siempre en nosotros cierto periodo de estrés y de adaptación. Incluso hay algunas chicas (¡no entiendo por qué!) a las que el simple hecho de cortarse el cabello o cambiarse el color, las llena de ansiedad.

El final de una historia, necesariamente marca el inicio de otra. Así es la vida, todo pasa, todo cambia y todo termina, muchas veces no sabemos a dónde nos puede llevar y las relaciones amorosas no son una excepción. Hoy quiero referirme específicamente a uno de los grandes dilemas de cuando una historia amorosa se termina: ¿ser o no ser… amiga de mi ex? De primera instancia, quizá muchas de ustedes estén pensando que enloquecí. Tranquilas: les aseguro que todo esto tiene una razón…


Ya les he contado que, por mi trabajo, de pronto debo hacer alguno que otro viajecito corto a algunas ciudades de nuestro país; pues bien, hace unas semanas tuve la fortuna, el privilegio y la gran dicha (sin exagerar) de estar en el hermosísimo Puerto de Veracruz. Mis días allá fueron agitados en cuanto a trabajo, pero también gratificantes y divertidos en el terreno personal. Estaba completamente feliz, compartiendo en Twitter y en Facebook toda la belleza y el folclore de las tradiciones de Veracruz, así como presumiendo de uno que otro platillo típico que me tocó comer de la vasta y deliciosa gastronomía jarocha (para quienes me hacen el favor de leerme fuera de México, la palabra “jarocho” se utiliza para nombrar a las personas originarias del Estado de Veracruz), cuando mi estatus recibe un “like” en particular: era él.

Había estado “saliendo”, por llamarlo de alguna forma, con un chico con el cual la relación había sufrido muchas altas, pero más bajas. A pesar de eso, debo reconocer que compartíamos muy buenos momentos juntos y que despertar con él de cuando en cuando me hacía mantener una sonrisa durante todo el día. Durante algunos meses me sentí enamorada de él, aunque estuve siempre consciente de lo poco probable que era que “lo nuestro” pasara a ser algo más serio, porque ni mis condiciones actuales ni las suyas se ajustaban al escenario ideal para sostener una relación formal. Aún así, era bonito saber que él estaba allí, a sólo unos pasos y siempre dispuesto a escucharme, consentirme y apapacharme...

Estaba terminando mi segundo día de actividades, llegando a mi cuarto de hotel, cuando veo su “like”. Hasta entonces caí en la cuenta de algo que me heló más que el viento del norte: si no es por esa “señal de vida” y esa muestra de que, a la distancia, él estaba pensando de alguna forma en mí, yo me habría olvidado de recordarlo. Este viaje no era como en los tantos otros en los que, alejarme, irremediablemente iba de la mano con extrañarlo. Tuve que ir hasta el otro océano para darme cuenta de algo que no había querido admitir: ya no lo extrañaba…

Salí a divertirme, a escuchar bamba y salsa jarocha, a pasear por las calles del centro y a disfrutar el olor del café y de la algarabía de la fiesta en los portales. El hombre que había ocupado mi corazón seguía allí, pero había cambiado drásticamente de lugar. No sentía vacío en ese momento como tampoco lo siento ahora, sentía una inmensa paz y una alegría que provenía de otra fuente, porque el motivo de mis sonrisas y del brillo de mis ojos definitivamente ya no era él.

Luego, en el Aeropuerto de Veracruz, antes de abordar el vuelo a Guadalajara para regresar a Manzanillo, el abrazo, la mirada y la sonrisa que me despidieron antes de subir al avión, me dieron una pista de por qué mi corazón no se sentía triste de dejar de sentir lo que había venido sintiendo… pero esa historia la contaré después.

Regresé a Manzanillo y, fiel a la promesa que algún día le hice de que le avisaría cuando sintiera que esto se terminara, se lo dije. No hubo dramas, no hubo reproches, no hubo discusión. Él me dijo que deseaba lo mejor para mí, que me quería mucho y que sabía que yo era una excelente mujer. Días después lo volví a ver, por casualidad, y cuando nos encontramos nos abrazamos como siempre, sabiendo ambos que el gusto que sentíamos por vernos era genuino y que lo sentiríamos siempre. En esas circunstancias, es muy poco probable que lo quiera lejos de mi vida. Aún cuando no vuelva a ser para mí lo que fue todavía hace un mes, sé que lo quiero mucho…

En ese viaje entendí que, de pronto, vinculamos los finales de las historias de amor con una muy fuerte carga de dramatismo. Que, necesariamente, para que lo veamos lógico, debe haber engaño, traición, lágrimas y sufrimiento; pero no creo que siempre deba ser así. A pesar de todo lo difícil que fue en un principio, a pesar de las dificultades que tuvimos por estar juntos, a pesar de que a veces deseé no haberlo conocido, en el recuento de daños sé que le debo mucho. Le debo las ganas de volverme a enamorar, le debo los momentos vividos y le debo la caballerosidad del final. Hoy puedo decir que, si hay respeto, madurez y suficiente cariño, se puede comenzar de nuevo y ser amigos, “simplemente amigos”…

¿A alguna le ha pasado? ¿Ustedes qué opinan?

Dato curioso:

Revisando hace unos minutos mí Twitter Line vi este mensaje de una persona que no conozco y que no sigo, ni me sigue, pero que no sé cómo encontró mi perfil:


¡A cuidarme la garganta!… #PorSiLasDudas

Gracias por leerme:

Ahora, mi columna “Desde mis ojos…”  en www.letrafria.com sale los todos los lunes.
En Facebook, busca la página Mujeres Adictas a los Monstruos y dale “like”.
En Twitter, sigue a @princesas_ind y a mi cuenta personal @elenasavalza

martes, 4 de septiembre de 2012

De las galletas de la suerte y otras lecciones del tercer piso... Por Elena Savalza


Comía en un restaurante japonés de la Ciudad de México, en mí más reciente visita, unos días antes de mi cumpleaños. Estaba sentada, nada más y nada menos que del lado izquierdo del “amorcito platónico” del que les conté hace algunas entradas. Entre bromas, kushiages, sushi y salsa de soya, contemplaba de perfil los preciosos ojos verdes que me siguen trayendo medio loca, por más esfuerzos que hago por no recordarlos y que me siguen arrancando la misma sonrisa estúpida al recordarlos mientras escucho su voz por teléfono, aunque sea sólo para checar avances en el único asunto en común que tenemos (hasta ahorita): el trabajo.

Al terminar de comer y pedir la cuenta, el Mesero nos acercó a todos (¡Ups! Casi lo olvido, pero además de nosotros había 3 comensales más en mi mesa) una galleta de la suerte. Todos abrimos nuestra galleta y uno a uno leyeron el mensaje que venía al interior. Mi sonrojo fue enorme al abrir mi galleta y sacar mi mensaje:

“No confundas tentación con oportunidad”


¡Vaya, vaya! ¡Ni siquiera lo leí en voz alta! ¿Comía a un lado de la “tentación”? ¿Tenía a mi lado una “oportunidad”? No lo sabía, pero sí sé que cuando leyó mi mensaje, taladró con su mirada la mía, sonrió de manera cínica y dobló el papelito para regresármelo de inmediato. Desde ese día, no he dejado de pensar en el mensaje que encerraba esa frase.

Siempre he creído que las oportunidades se presentan sólo a quienes son lo suficientemente receptivos para interpretar las señales que las acompañan. Muchas veces, el éxito en cualquier aspecto de la vida depende de la preparación, la disciplina y el esfuerzo constante que rendirán frutos justo en el momento correcto o en el “oportuno”, siempre que sepamos identificar cual es este. Pero… ¿y las tentaciones? Supongo que esas siempre están allí, intentando distraer nuestra atención y desviarnos del camino trazado hacia nuestras metas. A lo mejor ni siquiera es tan malo caer en ellas, porque estoy segura de que siempre significarán un aprendizaje. Seguramente nuestro camino sería más rápido sin estos obstáculos, sin embargo, no cambiaría por nada algunas tentaciones en las que he caído en mi vida. Sólo sé que ahora todo aquello, tentación u oportunidad, forma parte del camino escalado y aprendido durante los “3 pisos” que forman parte del almanaque de recuerdos y experiencias de mi vida.

Y así, desde el balcón de mi “tercer piso”, quiero compartir con ustedes algunas reflexiones con las que inicio mi nueva década:


Permite que te alcancen las cosas indicadas, dejando de perseguir las equivocadas. A veces nos aferramos tanto a las cosas que creemos correctas que la perseverancia se vuelve obstinación. En este tiempo he aprendido que es una habilidad absolutamente necesaria, casi vital, el aprender a soltar las riendas de vez en cuando. Sólo permitiendo que la naturaleza y la energía propia de la vida hagan su parte, es que lo bueno y lo necesario para nosotros podrá alcanzarnos. El resultado seguramente valdrá la pena.

Ser soltera es una maravillosa oportunidad de enamorarte de alguien más: de ti misma. A mis 30 años he conocido el amor y el desamor, la alegría de la vida en pareja, el romance de quien recién comienza una relación, la miel, las palabras cursis y tiernas, los detalles románticos, las serenatas, peluches, flores y hasta uno que otro anillo (¡aunque no lo crean!). Sin embargo, es justo ahora cuando valoro a la primera persona que debí amar desde siempre y que sé que me acompañará por el resto de mi existencia. En mis mejores momentos y en los peores: YO soy todo lo que tengo y estoy feliz por ello.

Amar lo que haces e imprimir pasión en ello, es una llave segura hacia el éxito. Creo que no hay persona con mejor fortuna que aquélla que puede levantarse todos los días y salir a “trabajar” sin sentir que lo hace. Me considero una de ellas y eso me hace sentirme maravillosamente bien. Tengo un trabajo útil, que me permite involucrar mi creatividad, que trasciende y con el que puedo influir en otras personas y que, a corto o a largo plazo, me regala todos los días gratificaciones tangibles: sólo por eso, independientemente del beneficio económico, debo considerarme exitosa porque no cualquiera puede presumir amar lo que hace.

No dejes de bailar porque no sea bien visto. Y tampoco dejes de reír, ni de gritar, ni de hacer todo lo que te haga feliz porque alguien más diga que no es correcto. La felicidad está hecha de pequeños instantes y de pequeñas locuras. Al final del camino, estos pequeños chispazos de alegría y de rebeldía serán los que te den fuerzas en los momentos difíciles. La única persona a quien debes complacer es a ti mismo.

Cuando te pierdas, vuelve al principio. Siempre tendrás la oportunidad de volver a empezar, no importa las veces que te equivoques.  La vida es una serie de ciclos que deben ser cerrados. Unas veces estamos abajo y otras veces arriba, al centro o a los lados, porque la vida es así y el cambio es lo único constante. En el camino siempre podemos equivocarnos, desviarnos o extraviarnos. Esto no es el fin del mundo si aprendes las lecciones que en cada paso y en cada obstáculo la vida tiene para ti. Siempre, por más bajo que se caiga, hay una oportunidad de levantarse y por más lejos que se llegue en dirección equivocada, con fe y voluntad podemos retomar el camino correcto.

Cuando tu cabeza no pueda decidir, sigue a tu corazón.  Suelo pensar y buscar  alternativas para todo, los pros y los contras. A veces me agobio tanto que nunca sé que es lo correcto. En los últimos meses, sin embargo, he practicado el seguir a mi corazón. ¿El resultado? Soy menos perfecta, pero mucho más feliz.


Hoy les dejo estas líneas como bienvenida, en espera de descubrir las sorpresas y experiencias que esta etapa recién iniciada seguro tiene para mí.

¡Gracias por seguirme leyendo y hasta pronto!


Gracias por seguirme:
Todos los martes, mi columna “Desde mis ojos…” en www.letrafria.com
En Facebook, busca la página Mujeres Adictas a los Monstruos y da click en “Me gusta”
En Twitter, sigue a @princesas_ind y a mi cuenta personal @elenasavalza

martes, 7 de agosto de 2012

"¿Dónde estás, Amor?"... Por Elena Savalza


Hay un punto en la vida donde tienes que decidir si avanzas y comienzas a obtener los frutos del terreno que sembraste por años o te debilitas y tiras por la borda todo tu esfuerzo anterior. De pronto, al encontrarte por fin en ese punto, llega de nuevo a tu mente la palabra a la que le dedicas gran parte del tiempo en tu vocabulario y gran espacio dentro de tus páginas escritas, pero de la que comienzas a dudar que conozcas su verdadero significado: AMOR.

Lo admito: he buscado el amor sin saber a ciencia cierta qué es lo que es. El que busca encuentra, sí. Pero de sobra sé que para lograr un objetivo, éste debe ser claro y alcanzable. ¿Cómo encuentras algo que, muy probablemente, ni siquiera conozcas?


Creí encontrarlo una noche cuando, tratando de alcanzar el cielo sin despegar los pies de la tierra, vi sus ojos (¡preciosos!) y su sonrisa. Allí estaba el amor (o se le parecía): mirándome, abrazándome, diciéndome cuánto le gustaba la música que yo disfrutaba. Pero así como lo vi, de pronto cambió de lugar. Después lo reencontré al pie del faro viendo las luces del puerto, mientras nos abrazábamos como si no existiera nada más. Hasta me imaginé que, por un momento, la magia estaba tan cerca de mi que la podía tocar con mis manos y llevarla para siempre en mi corazón...

Algo me dice que sí pudo ser el amor y que probablemente no entendí cómo tenía que haber sido. Sin embargo, habiendo pasado el tiempo, entendí también que la magia verdadera no se puede ocultar, porque lo auténtico siempre sale a la superficie. Si eso era el amor, se manifestará de nuevo en algún momento…

En ocasiones, lo he buscado en madrugadas cálidas de sueños profundos, con el corazón anestesiado para no sentir. También lo he buscado en días fríos, como quien busca un pequeño rayo de luz y calor dentro de la gélida obscuridad.

Muchas veces ha estado dormido, negándose a despertar. Es tan necio que se niega a salir de su escondite, tan miedoso que se resiste a sentir y tan desesperanzado e incrédulo que se niega a confiar. Es más seguro no atender, es más fácil ignorar y seguir durmiendo. Dormido no siente porque dormido sólo sueña, y en sus sueños todo está bien…

Pero estando el amor dormido, de pronto, alguien lo ha despertado golpeando mi puerta. Llega, me abraza, me besa, me acaricia y se mete en mi cama. Me quedo con su olor en mi cuerpo y las huellas de su paso entre mis sábanas. He despertado confundida y sola, sin saber si de verdad estuvo allí o mi imaginación y mis deseos fueron tan poderosos que lo trajeron a mí, como en un deja vu.

He buscado el amor y hasta creo que lo he sentido; odiando que me abrace como sólo él sabe hacerlo y como a mí me fascina. Odiando que la mujer  fuerte que parece que nada necesita, termine sintiéndose tan tranquila y tan segura allí, en los brazos del amor. Odiando sonreír como estúpida cuando se acaba de ir y que la sonrisa no me dure hasta que le vuelva a ver y le vuelva a sentir. He buscado el amor odiando… ¡Qué irónico! ¿No?


Lo he buscado en la quietud de mi habitación, cuando no distingo otro sonido que el del silencio y el de mis pensamientos recorriendo el paso de cada uno de los minutos transcurridos durante el día que terminó. Lo he buscado con mi mente en calma, cuando mis ojos se cierran y parece que no sabré nada más de ese día; cuando lo único que reconozco es la esperanza de que el mañana traerá consigo un nuevo comienzo y, con él, una nueva oportunidad. Cuando nada me distrae, nada me asusta y nada me duele…

He buscado el amor en distintas ciudades creyendo que, quizá, si me muevo sólo un poco, el amor fluirá y llegará hacia mí. Lo he buscado en muchos aromas y en muchos colores, con la esperanza de que tenga una forma, sabor o un perfume conocido.

Sólo por un momento se me ha ocurrido que el amor crezca en los árboles y que dé flores. Que sea semilla y que germine, que sea fruto y que alimente mi cuerpo, que sea una canción o una plegaria y que alimente mi espíritu…

Lo he buscado en diferentes pieles, en muchos brazos y en infinidad de rostros o cuerpos. Es grato creer que en algún momento el amor llegará y se presentará. Me dirá: “mucho gusto, también yo estuve buscándote” y tendrá un nombre conocido. A lo mejor,  lo encontraré bailando y cantando en algún bar o tocando la guitarra, el piano o el saxofón…

He indagado por él con otras gentes y me dicen que cuando lo tenga en frente sabré reconocerlo. También lo he buscado bajo los rayos del sol o entre la nieve del volcán; entre los árboles del bosque, a la orilla de algún río o entre las olas del mar…

Pero a veces he creído que el amor duerme por allí en alguna cama y que yo no he dado con ella todavía. Por eso lo he buscado bajo el amparo de la noche, bajo la penumbra de lo prohibido y entre las sábanas de lo inconcebible, descubriendo que en esos momentos es cuando soy más “yo”: sin maquillaje, sin ropa, sin poses y sin falsas máscaras. Soy yo, en mi expresión más pura y natural, siendo la versión de mí que más me gusta.


Sin embargo hoy, estando aquí, recordando todo el camino que he recorrido para encontrar el amor, de pronto caigo en la cuenta de cuán inútil fue mi búsqueda. Me entero de cuánto tiempo perdí buscándolo en el exterior y cuánto esfuerzo y energía malgasté en vano, intentando buscar afuera lo que debí empezar por buscar dentro de mí. Nunca me dijeron que el amor siempre ha estado en mi interior y que el amor y yo somos lo mismo…

En mi búsqueda del amor, recordé que cuando juegas siempre existirá la posibilidad de perder, sobre todo cuando el juego es de dos y el resultado no depende sólo de ti. Pero también aprendí que el sólo hecho de saber que existe y que en el momento menos pensado volverá a manifestarse, es suficiente para mantener intacta mi fe en él.

He aprendido que es posible que no sepa aún lo que realmente quiero, pero si sé muy bien qué es lo que no quiero. Sé que los dolores son más profundos cuando tienes más años, pero a esta edad ya entendí que no me muero de eso. Al contrario, siempre saldré más sabia y más fuerte. Me preocuparé el día que se me rompa el corazón o que me rompa toda, sin que pueda recoger mis pedazos para armarme de nuevo.

Y entre tanto encuentro y unos cuántos desencuentros, sólo sé que nada sería de mi vida y ningún sentido tendría vivirla, si no preguntara a cada instante: “¿Dónde te encuentras, Amor?”.


Gracias por seguirme:
Todos los martes, mi columna “Desde mis ojos…” en www.letrafria.com
En Facebook, busca la página Mujeres Adictas a los Monstruos y da “like”.
En Twitter, sigue a @princesas_ind y a mi cuenta personal @elenasavalza