Hay un punto en la vida
donde tienes que decidir si avanzas y comienzas a obtener los frutos del
terreno que sembraste por años o te debilitas y tiras por la borda todo tu
esfuerzo anterior. De pronto, al encontrarte por fin en ese punto, llega de
nuevo a tu mente la palabra a la que le dedicas gran parte del tiempo en tu
vocabulario y gran espacio dentro de tus páginas escritas, pero de la que comienzas
a dudar que conozcas su verdadero significado: AMOR.
Lo admito:
he buscado el amor sin saber a ciencia cierta qué es lo que es. El que busca
encuentra, sí. Pero de sobra sé que para lograr un objetivo, éste debe ser
claro y alcanzable. ¿Cómo encuentras algo que, muy probablemente, ni siquiera
conozcas?
Creí encontrarlo
una noche cuando, tratando de alcanzar el cielo sin despegar los pies de la
tierra, vi sus ojos (¡preciosos!) y su sonrisa. Allí estaba el amor (o se le
parecía): mirándome, abrazándome, diciéndome cuánto le gustaba la música que yo
disfrutaba. Pero así como lo vi, de pronto cambió de lugar. Después lo reencontré al pie del faro viendo las luces del puerto, mientras nos abrazábamos como si no existiera nada más. Hasta me imaginé que, por un momento, la magia estaba tan cerca de mi que la podía tocar con mis manos y llevarla para siempre en mi corazón...
Algo me dice que sí
pudo ser el amor y que probablemente no entendí cómo tenía que haber sido. Sin
embargo, habiendo pasado el tiempo, entendí también que la magia verdadera no
se puede ocultar, porque lo auténtico siempre sale a la superficie. Si eso era
el amor, se manifestará de nuevo en algún momento…
En
ocasiones, lo he buscado en madrugadas cálidas de sueños profundos, con el corazón anestesiado para
no sentir. También lo he buscado en días fríos, como quien busca un pequeño
rayo de luz y calor dentro de la gélida obscuridad.
Muchas veces ha estado
dormido, negándose a despertar. Es tan necio que se niega a salir de su
escondite, tan miedoso que se resiste a sentir y tan desesperanzado e incrédulo
que se niega a confiar. Es más seguro no atender, es más fácil ignorar y seguir
durmiendo. Dormido no siente porque dormido sólo sueña, y en sus sueños todo está
bien…
Pero estando el amor
dormido, de pronto, alguien lo ha despertado golpeando mi puerta. Llega, me
abraza, me besa, me acaricia y se mete en mi cama. Me quedo con su olor en mi
cuerpo y las huellas de su paso entre mis sábanas. He despertado confundida y
sola, sin saber si de verdad estuvo allí o mi imaginación y mis deseos fueron tan
poderosos que lo trajeron a mí, como en un deja
vu.
He buscado el amor y
hasta creo que lo he sentido; odiando que me abrace como sólo él sabe hacerlo y
como a mí me fascina. Odiando que la mujer fuerte que parece que nada necesita, termine
sintiéndose tan tranquila y tan segura allí, en los brazos del amor. Odiando
sonreír como estúpida cuando se acaba de ir y que la sonrisa no me dure hasta
que le vuelva a ver y le vuelva a sentir. He buscado el amor odiando… ¡Qué
irónico! ¿No?
Lo he buscado en la
quietud de mi habitación, cuando no distingo otro sonido que el del silencio y
el de mis pensamientos recorriendo el paso de cada uno de los minutos
transcurridos durante el día que terminó. Lo he buscado con mi mente en calma, cuando
mis ojos se cierran y parece que no sabré nada más de ese día; cuando lo único
que reconozco es la esperanza de que el mañana traerá consigo un nuevo comienzo
y, con él, una nueva oportunidad. Cuando nada me distrae, nada me asusta y nada
me duele…
He buscado el amor en
distintas ciudades creyendo que, quizá, si me muevo sólo un poco, el amor
fluirá y llegará hacia mí. Lo he buscado en muchos aromas y en muchos colores, con
la esperanza de que tenga una forma, sabor o un perfume conocido.
Sólo por un momento se
me ha ocurrido que el amor crezca en los árboles y que dé flores. Que sea
semilla y que germine, que sea fruto y que alimente mi cuerpo, que sea una
canción o una plegaria y que alimente mi espíritu…
Lo he buscado en
diferentes pieles, en muchos brazos y en infinidad de rostros o cuerpos. Es
grato creer que en algún momento el amor llegará y se presentará. Me dirá: “mucho
gusto, también yo estuve buscándote” y tendrá un nombre conocido. A lo mejor, lo encontraré bailando y cantando en algún bar o tocando
la guitarra, el piano o el saxofón…
He indagado por él con
otras gentes y me dicen que cuando lo tenga en frente sabré reconocerlo. También
lo he buscado bajo los rayos del sol o entre la nieve del volcán; entre los
árboles del bosque, a la orilla de algún río o entre las olas del mar…
Pero a veces he creído
que el amor duerme por allí en alguna cama y que yo no he dado con ella todavía.
Por eso lo he buscado bajo el amparo de la noche, bajo la penumbra de lo
prohibido y entre las sábanas de lo inconcebible, descubriendo que en esos
momentos es cuando soy más “yo”: sin maquillaje, sin ropa, sin poses y sin
falsas máscaras. Soy yo, en mi expresión más pura y natural, siendo la versión
de mí que más me gusta.
Sin embargo
hoy, estando aquí, recordando todo el camino que he recorrido para encontrar el
amor, de pronto caigo en la cuenta de cuán inútil fue mi búsqueda. Me entero de
cuánto tiempo perdí buscándolo en el exterior y cuánto esfuerzo y energía
malgasté en vano, intentando buscar afuera lo que debí empezar por buscar
dentro de mí. Nunca me dijeron que el amor siempre ha estado en mi interior y que
el amor y yo somos lo mismo…
En mi búsqueda del
amor, recordé que cuando juegas siempre existirá la posibilidad de perder, sobre
todo cuando el juego es de dos y el resultado no depende sólo de ti. Pero
también aprendí que el sólo hecho de saber que existe y que en el momento menos
pensado volverá a manifestarse, es suficiente para mantener intacta mi fe en él.
He aprendido que es
posible que no sepa aún lo que realmente quiero, pero si sé muy bien qué es lo
que no quiero. Sé que los dolores son más profundos cuando tienes más años, pero
a esta edad ya entendí que no me muero de eso. Al contrario, siempre saldré más
sabia y más fuerte. Me preocuparé el día que se me rompa el corazón o que me
rompa toda, sin que pueda recoger mis pedazos para armarme de nuevo.
Y entre tanto encuentro
y unos cuántos desencuentros, sólo sé que nada sería de mi vida y ningún
sentido tendría vivirla, si no preguntara a cada instante: “¿Dónde te
encuentras, Amor?”.
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