domingo, 7 de octubre de 2012

"Simplemente amigos"... Por Elena Savalza


Durante el ciclo de la vida, ninguna transición es sencilla. El pasar de bebé a infante, de niña a adolescente, de joven a adulto, de estudiante a profesionista, de soltera a casada, de casada a divorciada y tantos otros cambios que sufrimos en la vida supone siempre en nosotros cierto periodo de estrés y de adaptación. Incluso hay algunas chicas (¡no entiendo por qué!) a las que el simple hecho de cortarse el cabello o cambiarse el color, las llena de ansiedad.

El final de una historia, necesariamente marca el inicio de otra. Así es la vida, todo pasa, todo cambia y todo termina, muchas veces no sabemos a dónde nos puede llevar y las relaciones amorosas no son una excepción. Hoy quiero referirme específicamente a uno de los grandes dilemas de cuando una historia amorosa se termina: ¿ser o no ser… amiga de mi ex? De primera instancia, quizá muchas de ustedes estén pensando que enloquecí. Tranquilas: les aseguro que todo esto tiene una razón…


Ya les he contado que, por mi trabajo, de pronto debo hacer alguno que otro viajecito corto a algunas ciudades de nuestro país; pues bien, hace unas semanas tuve la fortuna, el privilegio y la gran dicha (sin exagerar) de estar en el hermosísimo Puerto de Veracruz. Mis días allá fueron agitados en cuanto a trabajo, pero también gratificantes y divertidos en el terreno personal. Estaba completamente feliz, compartiendo en Twitter y en Facebook toda la belleza y el folclore de las tradiciones de Veracruz, así como presumiendo de uno que otro platillo típico que me tocó comer de la vasta y deliciosa gastronomía jarocha (para quienes me hacen el favor de leerme fuera de México, la palabra “jarocho” se utiliza para nombrar a las personas originarias del Estado de Veracruz), cuando mi estatus recibe un “like” en particular: era él.

Había estado “saliendo”, por llamarlo de alguna forma, con un chico con el cual la relación había sufrido muchas altas, pero más bajas. A pesar de eso, debo reconocer que compartíamos muy buenos momentos juntos y que despertar con él de cuando en cuando me hacía mantener una sonrisa durante todo el día. Durante algunos meses me sentí enamorada de él, aunque estuve siempre consciente de lo poco probable que era que “lo nuestro” pasara a ser algo más serio, porque ni mis condiciones actuales ni las suyas se ajustaban al escenario ideal para sostener una relación formal. Aún así, era bonito saber que él estaba allí, a sólo unos pasos y siempre dispuesto a escucharme, consentirme y apapacharme...

Estaba terminando mi segundo día de actividades, llegando a mi cuarto de hotel, cuando veo su “like”. Hasta entonces caí en la cuenta de algo que me heló más que el viento del norte: si no es por esa “señal de vida” y esa muestra de que, a la distancia, él estaba pensando de alguna forma en mí, yo me habría olvidado de recordarlo. Este viaje no era como en los tantos otros en los que, alejarme, irremediablemente iba de la mano con extrañarlo. Tuve que ir hasta el otro océano para darme cuenta de algo que no había querido admitir: ya no lo extrañaba…

Salí a divertirme, a escuchar bamba y salsa jarocha, a pasear por las calles del centro y a disfrutar el olor del café y de la algarabía de la fiesta en los portales. El hombre que había ocupado mi corazón seguía allí, pero había cambiado drásticamente de lugar. No sentía vacío en ese momento como tampoco lo siento ahora, sentía una inmensa paz y una alegría que provenía de otra fuente, porque el motivo de mis sonrisas y del brillo de mis ojos definitivamente ya no era él.

Luego, en el Aeropuerto de Veracruz, antes de abordar el vuelo a Guadalajara para regresar a Manzanillo, el abrazo, la mirada y la sonrisa que me despidieron antes de subir al avión, me dieron una pista de por qué mi corazón no se sentía triste de dejar de sentir lo que había venido sintiendo… pero esa historia la contaré después.

Regresé a Manzanillo y, fiel a la promesa que algún día le hice de que le avisaría cuando sintiera que esto se terminara, se lo dije. No hubo dramas, no hubo reproches, no hubo discusión. Él me dijo que deseaba lo mejor para mí, que me quería mucho y que sabía que yo era una excelente mujer. Días después lo volví a ver, por casualidad, y cuando nos encontramos nos abrazamos como siempre, sabiendo ambos que el gusto que sentíamos por vernos era genuino y que lo sentiríamos siempre. En esas circunstancias, es muy poco probable que lo quiera lejos de mi vida. Aún cuando no vuelva a ser para mí lo que fue todavía hace un mes, sé que lo quiero mucho…

En ese viaje entendí que, de pronto, vinculamos los finales de las historias de amor con una muy fuerte carga de dramatismo. Que, necesariamente, para que lo veamos lógico, debe haber engaño, traición, lágrimas y sufrimiento; pero no creo que siempre deba ser así. A pesar de todo lo difícil que fue en un principio, a pesar de las dificultades que tuvimos por estar juntos, a pesar de que a veces deseé no haberlo conocido, en el recuento de daños sé que le debo mucho. Le debo las ganas de volverme a enamorar, le debo los momentos vividos y le debo la caballerosidad del final. Hoy puedo decir que, si hay respeto, madurez y suficiente cariño, se puede comenzar de nuevo y ser amigos, “simplemente amigos”…

¿A alguna le ha pasado? ¿Ustedes qué opinan?

Dato curioso:

Revisando hace unos minutos mí Twitter Line vi este mensaje de una persona que no conozco y que no sigo, ni me sigue, pero que no sé cómo encontró mi perfil:


¡A cuidarme la garganta!… #PorSiLasDudas

Gracias por leerme:

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