Durante el
ciclo de la vida, ninguna transición es sencilla. El pasar de bebé a infante,
de niña a adolescente, de joven a adulto, de estudiante a profesionista, de
soltera a casada, de casada a divorciada y tantos otros cambios que sufrimos en
la vida supone siempre en nosotros cierto periodo de estrés y de adaptación.
Incluso hay algunas chicas (¡no entiendo por qué!) a las que el simple hecho de
cortarse el cabello o cambiarse el color, las llena de ansiedad.
El final
de una historia, necesariamente marca el inicio de otra. Así es la vida, todo
pasa, todo cambia y todo termina, muchas veces no sabemos a dónde nos puede
llevar y las relaciones amorosas no son una excepción. Hoy quiero referirme
específicamente a uno de los grandes dilemas de cuando una historia amorosa se
termina: ¿ser o no ser… amiga de mi ex? De primera instancia, quizá muchas de
ustedes estén pensando que enloquecí. Tranquilas: les aseguro que todo esto
tiene una razón…
Ya les he
contado que, por mi trabajo, de pronto debo hacer alguno que otro viajecito
corto a algunas ciudades de nuestro país; pues bien, hace unas semanas tuve la
fortuna, el privilegio y la gran dicha (sin exagerar) de estar en el
hermosísimo Puerto de Veracruz. Mis días allá fueron agitados en cuanto a
trabajo, pero también gratificantes y divertidos en el terreno personal. Estaba
completamente feliz, compartiendo en Twitter
y en Facebook toda la belleza y el folclore
de las tradiciones de Veracruz, así como presumiendo de uno que otro platillo típico
que me tocó comer de la vasta y deliciosa gastronomía jarocha (para quienes me hacen el favor de leerme fuera de México,
la palabra “jarocho” se utiliza para nombrar a las personas originarias del
Estado de Veracruz), cuando mi estatus recibe un “like” en particular: era él.
Había
estado “saliendo”, por llamarlo de alguna forma, con un chico con el cual la
relación había sufrido muchas altas, pero más bajas. A pesar de eso, debo
reconocer que compartíamos muy buenos momentos juntos y que despertar con él de
cuando en cuando me hacía mantener una sonrisa durante todo el día. Durante
algunos meses me sentí enamorada de él, aunque estuve siempre consciente de lo
poco probable que era que “lo nuestro” pasara a ser algo más serio, porque ni
mis condiciones actuales ni las suyas se ajustaban al escenario ideal para
sostener una relación formal. Aún así, era bonito saber que él estaba allí, a sólo
unos pasos y siempre dispuesto a escucharme, consentirme y apapacharme...
Estaba
terminando mi segundo día de actividades, llegando a mi cuarto de hotel, cuando
veo su “like”. Hasta entonces caí en la cuenta de algo que me heló más que el
viento del norte: si no es por esa “señal de vida” y esa muestra de que, a la
distancia, él estaba pensando de alguna forma en mí, yo me habría olvidado de
recordarlo. Este viaje no era como en los tantos otros en los que, alejarme,
irremediablemente iba de la mano con extrañarlo. Tuve que ir hasta el otro
océano para darme cuenta de algo que no había querido admitir: ya no lo
extrañaba…
Salí a
divertirme, a escuchar bamba y salsa jarocha, a pasear por las calles del
centro y a disfrutar el olor del café y de la algarabía de la fiesta en los
portales. El hombre que había ocupado mi corazón seguía allí, pero había
cambiado drásticamente de lugar. No sentía vacío en ese momento como tampoco lo
siento ahora, sentía una inmensa paz y una alegría que provenía de otra fuente,
porque el motivo de mis sonrisas y del brillo de mis ojos definitivamente ya no
era él.
Luego, en
el Aeropuerto de Veracruz, antes de abordar el vuelo a Guadalajara para regresar
a Manzanillo, el abrazo, la mirada y la sonrisa que me despidieron antes de
subir al avión, me dieron una pista de por qué mi corazón no se sentía triste
de dejar de sentir lo que había venido sintiendo… pero esa historia la contaré
después.
Regresé a
Manzanillo y, fiel a la promesa que algún día le hice de que le avisaría cuando
sintiera que esto se terminara, se lo dije. No hubo dramas, no hubo reproches,
no hubo discusión. Él me dijo que deseaba lo mejor para mí, que me quería mucho
y que sabía que yo era una excelente mujer. Días después lo volví a ver, por
casualidad, y cuando nos encontramos nos abrazamos como siempre, sabiendo ambos
que el gusto que sentíamos por vernos era genuino y que lo sentiríamos siempre.
En esas circunstancias, es muy poco probable que lo quiera lejos de mi vida. Aún
cuando no vuelva a ser para mí lo que fue todavía hace un mes, sé que lo quiero
mucho…
En ese
viaje entendí que, de pronto, vinculamos los finales de las historias de amor
con una muy fuerte carga de dramatismo. Que, necesariamente, para que lo veamos
lógico, debe haber engaño, traición, lágrimas y sufrimiento; pero no creo que
siempre deba ser así. A pesar de todo lo difícil que fue en un principio, a
pesar de las dificultades que tuvimos por estar juntos, a pesar de que a veces
deseé no haberlo conocido, en el recuento de daños sé que le debo mucho. Le
debo las ganas de volverme a enamorar, le debo los momentos vividos y le debo
la caballerosidad del final. Hoy puedo decir que, si hay respeto, madurez y
suficiente cariño, se puede comenzar de nuevo y ser amigos, “simplemente
amigos”…
¿A alguna
le ha pasado? ¿Ustedes qué opinan?
Dato curioso:
Revisando hace unos minutos mí
Twitter Line vi este mensaje de una
persona que no conozco y que no sigo, ni me sigue, pero que no sé cómo encontró
mi perfil:
¡A cuidarme
la garganta!… #PorSiLasDudas
Gracias
por leerme:
Ahora,
mi columna “Desde mis ojos…” en
www.letrafria.com sale los todos los lunes.
En
Facebook, busca la página Mujeres Adictas a los Monstruos y dale “like”.
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Twitter, sigue a @princesas_ind y a mi cuenta personal @elenasavalza
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