domingo, 4 de noviembre de 2012

Después del Día Cero... Por Elena Savalza


Sólo hay una cosa que a ciencia cierta sabes ahora y esa es que, probablemente, fuiste más feliz cuando la desfachatez, de hace unos meses apenas, te permitía hablar sin tapujos, sintiéndote completamente liberada. Hoy, con tu recién adquirida prudencia, las cosas deben ser distintas. Debes callar, maquillar el dolor, la culpa, la tristeza, el enojo y la frustración, simplemente porque eso es lo que se espera de ti…

Sabes que lo primero que vivirás después del “día cero”, será que no puedas creer que de verdad pasó y no sepas qué nombre ponerle. Entre la incredulidad y la confusión, querrás dormir y permanecer así todo el día, evitando sentir y pensar…


Pero despertarás, porque también de las pesadillas se despierta. Entonces recordarás cada minuto de lo ocurrido tratando de ser objetiva y de analizar cada hilo suelto para encontrar una verdad. Finalmente tu trabajo te ha convertido en eso, en casi una detective a la que ningún detalle puede escapársele. Quizá quieras quedarte en esta etapa poco o mucho tiempo, pues no creer es el territorio más seguro y menos doloroso. Si, lo último que escuchaste de él fue un “te amo”, pero ¿quién puede amarte y lastimarte así? ¿Quién puede amarte y denigrar tu intimidad de esa forma? ¿Quién puede amarte y exponerte al peligro sin importarle lo que tú sentías, sin importarle tu miedo y tu desesperación?

Después recordarás que tienes una vida, que debes trabajar, ir a clases, escribir, ver a tu familia, a tus amigos. Recordarás que debes preocuparte por ti y dar vuelta a esta última página de tu vida que expresa en sus líneas uno de los episodios más crudos y dolorosos que nunca creíste vivir. Pero deberás seguir, a pesar del enojo. Sí, porque sientes mucho coraje, porque  ya viste el vestido, negro y con rayas horizontales, que usabas esa noche, 48 horas después aún en el piso de tu habitación, y recordaste cómo lo sacaste de tu cuerpo con rabia, para poder ducharte y dormir. El vestido tirado te da una bofetada; el vestido te dice “¡Despierta, todo fue verdad!”.

Sentirás mucho enojo contigo, por no haber visto las señales de alerta, por no haber escuchado a quienes antes te lo advirtieron, por haber creído que de verdad no era como la gente te lo pintó, por haber confiado en él hasta el punto de no medir los riesgos, por haberte expuesto a ti misma, por no haber sido capaz de cuidarte de él, por ser demasiado tonta a pesar de creerte tan lista, por depositar tu amor y tu confianza donde nunca fueron valorados.

Sentirás coraje con él, porque ni siquiera puedes encontrar una explicación lógica a lo sucedido y porque sabes que a partir de ahora habrá muchos “¿Por qué?” en el aire. Escucharás en tu mente una y otra vez todos los “te quiero”, todos los “te amo”, todos los planes a futuro y no podrás creer que alguien con quien te sentías tan segura, tan cómoda, tan relajada con tan sólo un abrazo y una mirada, hubiese sido capaz de provocar tanto dolor en unos minutos; minutos que fueron eternos, pero afortunadamente, sólo unos minutos al fin.

Te sentirás triste, muy triste, porque en el fondo tu corazón se estará peleando con tu razón y querrás hacer como si nada hubiese sucedido para continuar igual, simplemente pasando por alto tu dolor y negando lo que pasó. Te dará vergüenza contarlo y no encontrarás qué nombre ponerle a lo sucedido.

Pero sabrás que, aunque en ese momento te parezca imposible, un día el enojo y la tristeza mezclados que sientes ahora se irán y ese día lo aceptarás como parte de una amarga experiencia que la vida tenía para ti. Un día encontrarás las respuestas a todos los “¿Por qué?”, quizá convertidas en muchos “¿Para qué?”, porque debe haber existido dentro de los planes de Dios alguna razón para que tú, precisamente tú, lo hubieses vivido.

Sabrás que un día, esa sonrisa que se niega a aparecer de corazón ahora, volverá a tu rostro sin mayor esfuerzo: natural y genuina, como siempre, como tú eres, como ha sido siempre la sonrisa que ha alegrado a todos los que te han conocido.

Y seguirás, porque además no tienes muchas opciones. Seguirás porque no entregarás más de lo que ya entregaste. Seguirás porque aunque las ganas de derrumbarte, de esconderte en tu cama y de no volver a salir de allí sean muy tentadoras, no regalarás lo que con tanto esfuerzo conseguiste porque nadie, absolutamente nadie, merece que le entregues tu derrota: ni siquiera él.



Entenderás que el tiempo todo lo cura y te perdonarás a ti misma por haberte expuesto, por haber amado y por haber confiado: sencillamente, confiar es natural cuando amamos. Tendrás mayor precaución, a partir de ahora y seguirás. Te agradecerás a ti misma el haber fomentado siempre muchos intereses y motivos para vivir, sin permitir que tu vida girase en torno suyo, porque es de esas cosas que enriquecen tu mundo de las que te tomarás fuerte ahora para superar esto.

Y si, aunque no lo creas, también lo perdonarás a él. Aunque no encuentres las razones, lo perdonarás. Quizá él no lo merezca, pero tú si lo mereces. Mereces ir por la vida sin guardar rencores, mereces liberarte de las ataduras negativas, porque de sobra sabes que el resentimiento ata a las personas tanto o más que el mismo amor. Lo perdonarás porque lo quieres y porque el perdón no es negociable, sobre todo cuando ha existido tanto amor (por lo menos de tu parte), pero te alejarás porque te quieres a ti misma muchísimo más y tu seguridad e integridad tampoco estarán en tela de juicio. Entenderás que “la primera vez, eres víctima; pero la segunda, ya eres voluntaria”, así que dependerá sólo de ti el permitirle volverte a lastimar. Sólo tú decidirás si le darás ese poder o te lo quedas contigo.

Un día escribirás, porque eso es lo que sabes hacer y eso es lo que te define. Escribirás cómo fue, cómo lo superaste y qué fue lo que aprendiste a raíz de esta experiencia, porque sabes que siempre hay un aprendizaje detrás del dolor. Contarás que eres fuerte, contarás que se puede, contarás que siempre hay una forma de seguir cuando se quiere.

Y la tranquilidad, la paz de tu alma y la sonrisa de tu rostro que se esfumaron después del “día cero”, regresarán a tu vida…

Y serás tan feliz como te lo mereces…

Esta entrada está dedicada a todas las mujeres que han sufrido alguna vez violencia física, sexual o psicológica, en cualquiera de sus formas. Estoy convencida de que siempre hay un camino y que nada sucede por azar. ¡Un fuerte y fraternal abrazo!

Gracias por seguirme:
Ahora, mi columna “Desde mis ojos…”, todos los lunes en www.letrafria.com
En Facebook, da “like” en la página Mujeres Adictas a los Monstruos
En Twitter, sigue a mi cuenta personal @elenasavalza

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nos gustaría conocer tu opinión. ¿Por qué no nos dejas un comentario?