-“La verdad es que ya no estoy triste. Sé también que no puedo estar enojada, porque reconozco ampliamente que no hay motivos para que lo esté. Pero aún no puedo creer que me haya rechazado. No entiendo por qué ni siquiera por sexo me buscó…”- Le comentaba a Chuy cuando me llevaba a casa, refiriéndome por supuesto, al Príncipe que no fue…
-“Quizá, - continué en tono de broma- haya solamente una cosa para sentirme mejor: una sesión de sexo con un patán, de esos de los que ninguna mujer con cerebro se enamoraría, pero que son divinos en la cama…”
- ¡Estás verdaderamente loca si piensas que ese niño (refiriéndose al Principito), es la persona ideal para que hagas tus fechorías!... Tremendo ego el tuyo, mamacita, que te hace pensar que este tipo de cosas, te harán sentir mejor…”- Respondió Chuy antes de que le diera un beso en la mejilla y me bajara de su coche.
El diálogo con el que comienzo esta entrada, lo tuve en la madrugada del sábado ante pasado, cuando regresaba de la fiesta de Arali.
Jesús es un escaso ejemplar de Príncipe Amigo, de esos que te escuchan y te entienden como lo hace una amiga; pero también te cuidan, te consienten, te abrazan y se convierten en los más fieros al defenderte, como lo haría un Príncipe por su Princesa. Verdaderamente, me considero afortunada de tenerlo como amigo.
Desde hace más de dos semanas, cuando derramé mis últimas lágrimas en el coche de Ámbar (ver entrada El Príncipe y su Armadura II: La noche del sábado), caí en la cuenta de una realidad: tengo un enorme defecto en mi carácter que me ha hecho sufrir tremendamente en los últimos tiempos, se llama egocentrismo.
Les confieso que desde ese día, he tratado de escribir sobre el tema y no he podido concretar nada hasta hoy. Lo primero que ha venido a mi cabeza es que me cuesta muchísimo trabajo distinguir en dónde termina la autoestima para dar paso al egocentrismo.
Autoestima… sí, quererme a mi misma. Creo que me quiero. Cuido mi cuerpo, me arreglo, soy una chica segura de mí misma y reconozco ampliamente mis capacidades. De pronto, hasta puedo culpar a mi signo zodiacal, Leo, en ser “el rey del zodiaco” y líder por naturaleza, por lo cual está determinado desde el complot de los astros, el que en muchas ocasiones llame la atención más de la cuenta. Tiene lógica… ¿o no?
Pero entonces, ¿qué papel está jugando el egocentrismo en mi colección de defectos de carácter?
Haciendo uso de mi memoria reciente, me doy cuenta por ejemplo, en mis relaciones laborales, que muchas veces se me ha criticado por “tratar de sobresalir” y por no poder trabajar como equipo con todos, por percepción de los demás de mis aires de autosuficiencia. No me ha sido fácil moldear esta parte. Incluso, una vez uno de mis jefes me dijo que “tratara de sustituir al hablar el yo por el nosotros”. Ni siquiera había caído en la cuenta de que me la pasaba hablando de mí…
Lo que sí es cierto, es que recientemente ha habido una constante en mis “interacciones con el sexo opuesto”. Soy demasiado susceptible al rechazo, simplemente no lo soporto.
Siempre he estado acostumbrada a obtener la atención del chico que me ha dado mi gana. Cuando alguien me gusta, difícilmente me quedo con las ganas de tenerlo conmigo. Ha sido como una compulsión, porque incluso, ha habido ocasiones en que me ligo a un chico y después ni su nombre recuerdo y, obviamente, esto lo hago cuando hay un público al que pueda presumir de mis hazañas. Pocas de estas relaciones han sido duraderas debido a que a pocos de estos chicos he tomado en serio, como Príncipes con potencial. Mis decisiones me han llevado también a coleccionar una larga lista de especies distintas de Sapos.
Pero de verdad… ¿los Sapos son ellos? … ¡Auch! Me hubiera gustado que La Condesa, hubiera agregado a su descripción de la Mujer Sapo, algunas especificaciones sobre el egocentrismo que existe en su personalidad. Sin embargo, creo que la realidad es más que evidente y salta ante mis ojos: el centrarme en mis necesidades, mis gustos, mis caprichos, mis deseos… ha hecho que tire por la borda algunas buenas oportunidades de estar con un verdadero Príncipe.
Así es. Reconozco al enemigo: se llama egocentrismo y significa centrarme en mi misma y en que solamente mis necesidades son importantes, mis ideas tienen valor, mi historia es la digna de contarse, mis problemas son los más grandes, mi, mi, mi….
Pero ¿qué pasa cuando una egocéntrica cree haber encontrado el amor? Sencillo: espera que el Príncipe esté allí, para cumplir con sus expectativas… a sabiendas, de que en muchas ocasiones no podrá alcanzarlas, porque está esperando más de lo que de verdad puede una persona dar.
Y, obviamente, al ser los estándares son demasiado altos, en muchas ocasiones, termina haciendo huir al Príncipe, convirtiéndolo en Sapo. Entonces busca desesperadamente el consuelo en las ancas de otro sapito, para no reconocer a su yo herido ante la idea del rechazo…
El monstruo del egocentrismo, también provoca en quien lo padece, conductas como la adicción al control, al ligue (y al sexo fácil en muchas ocasiones), impaciencia y querer que las cosas se hagan siempre conforme a sus planes…
Es completamente devastador para un egocéntrico, ceder una pizca del control tan merecido y ganado, según sus conceptos. Pero sin duda, lo peor que puede pasar, es que alguien se atreva a no querer seguir contigo…
Es por eso, que recientemente sufrí tanto por Don Sapo, quien se atrevió a irse cuando él quiso y no cuando yo lo decidiera. Es por eso, también, que ahora me cuesta tremendo trabajo asimilar que no le gustaba tanto al Príncipe que no fue… Y si, el dolor del ego, duele más que el del corazón para un egocéntrico. Es muchísimo peor que te rompan el ego, a que te rompan el corazón; sin embargo, es sumamente complicado distinguir cuál dolor es cuál…
En estos días, he dado pasos importantes contra él. El primero, fue reconocerlo; el segundo, el reconocer que además de mi lado cínico y divertido, también tengo mi lado cursi. Porque ustedes no lo saben, pero me costó mucho trabajo publicar el poema de “Cuando ya no piense en ti…” debido a que se contraponía por completo a mi auto imagen de Mujer Sapo.
Sé que este terrible monstruo vive conmigo. También sé que ningún Príncipe va a llegar con su espada en su hermoso caballo blanco a rescatarme de él. La única que puede ponerle un “hasta aquí” soy yo misma… Y honestamente, reconozco que aún no descubro cómo. Lo que sí sé, es que no voy a quedar a la mitad de la batalla y que espero encontrar pronto la forma de erradicarlo…
Ya les contaré cómo me va en mi batalla contra el Ego...
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