Busqué en
internet una definición para el amor platónico porque tengo la impresión de que
estuve adoleciendo, hace unos días, de ese mal. Si. Ese amor que se presume imposible, que va
más allá de lo físico o lo sexual y que simplemente es, porque sí, sin más
razones ni conjeturas. Navegué en varias páginas que me arrojaron algunos
buscadores, intentando comprender lo que sucedió el jueves; pero, sin faltarle
al respeto a “San Google”, creo que su poder es limitado y que mi corazón y mi
mente, juntos o separados, rebasan su capacidad de explicar todas las cosas
explicables dentro de este planeta y mundos alternos… (¿Qué dije?).
Llegué a la
Ciudad de México el pasado jueves para trabajar con ese cliente que atiendo
desde hace meses, pero al que me une una historia un poco más… ¿antigua? Bueno,
“antigua” podría ser un término que, sin entrar en detalles, la definiera. Sin
embargo, ese día no iba a ser para nada parecido a los anteriores, aunque sé
que parte de la magia de mi trabajo es que ningún día es igual a otro.
Entré,
saludé al “jefe” apurada, pues llegué con retraso, dejé mi maleta en la
Recepción (aún no había ido al hotel a hacer mi check in) y subí las escaleras hasta la oficina de mi contacto para
comenzar a trabajar. Allí fue cuando lo vi. Estaba sentado de espaldas a la
puerta, con una camisa de vestir color rosa y un pantalón de mezclilla, que
parecía desentonar con la formalidad del ambiente de la oficina. Después de un
“buenos días y perdón por el retraso”, me es presentado el desconocido:
-
Mucho gusto, Elena Savalza…
-
El gusto es mío – Contestó mientras me daba la mano y
acercaba su mejilla a la mía para darme un beso.
Era lo
suficientemente alto como para que me obligara a estirar un poco mi cuello al
saludarlo, pero no tanto como para que no me dejara ver sus ojos: coquetos, no
muy grandes pero de un color verde hermoso. Una sonrisa franca, piel blanca bronceada
y barba de un día sin rasurar. Su cabello entrecano no me dejaba adivinar su
edad, pero después supe que tenía 42 y era divorciado, además de oler a Hugo Boss clásico. Supongo que, con esta
descripción, no tengo que ser tan elocuente para decir que el tío desconocido
me encantó y lo que sigue de eso.
Para mi
buena suerte, unos instantes después de ser presentados nos dieron la “bendita
noticia” de que durante los siguientes 6 meses estaremos trabajando juntos, lo
cual me hizo, inexplicablemente, sentirme la mujer más feliz del mundo. Entre
trabajo y un poco de conversación, pocos minutos nos bastaron para enterarme de
lo mucho que teníamos en común y para comenzar a conversar con él como si nos
hubiésemos conocido desde mucho tiempo antes. Descubrí también que era atento y
caballeroso, además de detallista y simpático, sin restarle méritos al
delicioso café que prepara: demasiado bueno y maravilloso para ser real y, sin
embargo, estuvo allí frente a mí, convirtiendo esos momentos en algunos de los
mejores que recuerdo recientemente.
Lo vi por
última vez el viernes, cuando subía mi maleta al taxi y me abría la puerta
trasera mientras me recordaba cuánto gusto le había dado conocerme y me daba un
beso en la mejilla a manera de despedida. Y desde ese instante, tengo una
sonrisa en mi rostro que no entiendo de dónde viene, pero que ni con cirugía
plástica logro borrar.
Sí. Sé que
puede parecer tonto que a mis casi 30 años, me sienta como si tuviera 15 al
haber conocido a alguien que, si bien volveré a ver y con quien seguiré en
contacto por cuestiones de trabajo, está demasiado lejos de mi alcance. Ni
siquiera puedo garantizar que haya sentido la misma emoción que sentí yo.
Sencillamente, no puedo pensar en tener algo más justo por aquella “historia
antigua” que antecede a mi relación (ahora comercial, solamente) con ese
cliente.
Y sin
embargo, me hizo feliz volver a sentir…
Mi corazón
pasó de estar dormido por años a enamorarse, robando magia. Después lloró, se
decepcionó e, incluso, se conformó con un final que no eligió pero que aceptó
al dejar de pelear por una historia forzada. Pero ese día, sentí cómo de pronto y
sin que lo controlara, comenzaba a recobrar mi antiguo brillo, mi fortaleza y
hasta mi inocencia y mi fe, recuperando la capacidad de enamorarme a primera vista y
poner mi mundo de cabeza en tan sólo
unas horas, atreviéndome a ser yo y a dejar fluir aquella energía que tal vez estuvo allí desde hace tiempo pero que no me había permitido proyectar.
Así de
mágico y así de ilógico, sin conceptos rebuscados y sin explicaciones
profundas, sólo sintiendo lo que de momento es, e ilusionándome con lo que podría
ser y quizá no será, pero que el simple hecho de que haya estado de nuevo en mi
cabeza me hace feliz.
Y así,
después de haber escuchado una vez más "¿Desde cuándo?" de Alejandro Sanz, (Escucha la canción "¿Desde Cuándo?" Alejandro Sanz) cerrando los ojos y sonriendo como idiota, recuerdo por última vez cada detalle
y cada gesto antes de salir de mi burbuja, mientras intento regresar a mi vida
habitual. Lejos de la Ciudad de México, viendo hacia el mar...
A trabajar, a escribir y a ser de nuevo yo: esa “yo” que no cambio por nada…
Gracias
por seguirme:
Todos los
martes, mi columna “Desde mis ojos…” en www.letrafria.com
En
Facebook, da “Me gusta” a la página Mujeres
Adictas a los Monstruos
En
Twitter, sigue a @princesas_ind y a mi cuenta personal @elenasavalza
Llegué aquí por casualidad. Buscando un cómplice con quien identificarme en esta ansiedad de amar que se concreta en este sentimiento de amor absoluto por ella.
ResponderEliminarLa búsqueda era "amor platónico"...
Y encontré este texto y creo que de momento te has vuelto mi cómplice. Porque se lo que se siente. Yo también lo he percibido: "Así de mágico y así de ilógico, sin conceptos rebuscados y sin explicaciones profundas, sólo sintiendo lo que de momento es, e ilusionándome con lo que podría ser y quizá no será"
Gracias por compartir tu historia (real o ficticia) muy bien contada... muy evocadora.
Supongo que deberé hacerme tu seguidor...
Te agradezco mucho... la historia es real, completamente real... y, al momento, sigue siendo platónico!
Eliminar