martes, 28 de abril de 2015

Te soñé... Por Elena Savalza

No era propiamente tu rostro frente a mí, con un dejo de arrepentimiento. Ese rostro que meses atrás me atormentaba por lo que aún me provocaba al verlo por accidente en alguna fotografía y por el cúmulo de sentimientos encontrados sobre ti. No era ese rostro que antes fue capaz de quitarme la sonrisa, tanto como un día me la provocó. No era ese rostro del que tanto me defendí, consciente e inconscientemente, para que no me hiciera sucumbir de nuevo ante él. No era ya ese rostro el que vi en mis sueños…


Y sin embargo, te soñé y eras tú…

Soñé que te disculpabas. No era tampoco que pidieras perdón desesperadamente, pero eras tú. Un mensaje de pocas palabras, que seguramente en tus términos significó el “lo siento” que nunca antes escuché de tus labios y sé que no lo haré jamás…

Pero amaneció y tú estabas allí…

A pesar de los días ignorándote, estabas allí cuando abrí los ojos, pero no eras tú. Era solamente esa sensación de tu efímera presencia, y allí estaba yo, entre incrédula y ofuscada, por no saber cómo te permití de nuevo participar en mis sueños; pero al mismo tiempo con la infinita paz de quien escuchó y dijo lo que tenía que escuchar y decir…

Lejos quedaron los días de nuestras mejores sonrisas; las palabras, los mensajes, las promesas no cumplidas, las verdades no dichas. Dejé, junto con un pedazo de mi vida, todos los sueños rotos, las preguntas sin respuesta, los insultos ahogados, los reproches sin sentido…

Recordé tantas noches en las que me quedé despierta, sin saber si reír, llorar o darte gracias. Sin entender entonces por qué, a pesar de todo, no pudiste complacer la única petición que te hice: tu honestidad.

Pero conforme pasaron los días, entendí que no era tu obligación aceptar todo lo bueno que te ofrecí y que tenías derecho de conformarte con amores de a ratos y con andar de cama en cama, sin atarte a ningún corazón. Comprendí que quizá no fue que no te importara, si no que no supiste cómo desenredar la maraña de mentiras que tejiste alrededor de ti.



Hoy te digo que tenías razón, porque efectivamente “la vida siguió”. Al no tenerte conmigo, me dediqué a llenar mi vida con lo único que me quedó: yo. Me dediqué a cuidarme como no me cuidaste, a amarme como no me amaste, a evitar lastimarme como tú me lastimaste. Entendí que no tenía que aceptar migajas de nadie, ni por sexo, ni por amor, ni por no sentirme sola y vacía.

Y te di las gracias….

Gracias, porque al no amarme y respetarme me enseñaste la mejor de todas las lecciones de amor: el amor hacia mí misma.  Gracias, porque al haberte mostrado así, como nunca imaginé que fueses, me obligaste a rectificar mis pasos, a enmendar mi camino y darle un nuevo sentido a todo lo que perdí en aquel lugar.

Entendí que lejos de enojarme, bien haría en compadecerte y hasta de pronto rezar por ti, porque yo me quedé conmigo, pero tú te quedaste sin mí… y quizá, también sin ti.

Hoy sólo puedo decirte que Dios es más sabio que tú y que yo, y que mi mundo es diferente. Que llené mi tiempo, ese que antes dedicaba a pensar en ti y a darte lo mejor de mí, de cosas buenas y productivas. Llené mi mente con ideas nuevas. Recuperé mi vida y la enriquecí con nueva gente, nuevos proyectos y nuevos caminos. Descubrí de nuevo que de amor nadie muere.  Y no, definitivamente, no me morí. De hecho, estoy más viva y más plena que nunca.


Quiero que me una contigo solamente alguna que otra sonrisa en honor a los buenos momentos y la gran experiencia y aprendizaje de lo vivido. Así que no recuerdes, por favor, mi última mirada con la que casi te fulmino esa noche, ni mis ojos llenos de lágrimas, porque sabes muy bien que esa jamás fui yo.

Recuerda a la que conociste, a la que sonreía siempre, a la que agradecía todos y cada uno de los gestos amables, los detalles, las palabras, las miradas, las sonrisas y las caricias que tuviste para mí. 

Recuerda a la que te escuchó a veces, a la que trató de entenderte, y después se rindió y sólo intentó aceptarte y amarte así, aunque a veces no tuviese sentido ni para ella. Recuerda a la mujer que tuviste y a la que te amó. Recuerda a esa mujer generosa y con una inmensa capacidad de entrega y sacrificio, porque esa mujer sigue aquí, pero mejorada con el tiempo, con las lágrimas y con las lecciones aprendidas. Volvió a ser esa mujer que (ahora lo sé) jamás mereciste, pero mucho más valiosa hoy…

Si aparecerte en mis sueños era la única forma de liberarme de la carga, de devolverme la paz y de que yo parara de ensayarme como víctima para seguir recreando el dolor vivido, te diré que ya lo conseguiste y que no vuelvas a hacerlo, porque no lo necesito más…


Que mi bendición te alcance y que Dios nos ayude a cada uno a estar donde debamos y a tener la vida que merezcamos…

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nos gustaría conocer tu opinión. ¿Por qué no nos dejas un comentario?