No era
propiamente tu rostro frente a mí, con un dejo de arrepentimiento. Ese rostro
que meses atrás me atormentaba por lo que aún me provocaba al verlo por accidente en alguna fotografía y por el cúmulo de sentimientos encontrados sobre ti. No era ese
rostro que antes fue capaz de quitarme la sonrisa, tanto como un día me la
provocó. No era ese rostro del que tanto me defendí, consciente e
inconscientemente, para que no me hiciera sucumbir de nuevo ante él. No era ya
ese rostro el que vi en mis sueños…
Y sin
embargo, te soñé y eras tú…
Soñé que
te disculpabas. No era tampoco que pidieras perdón desesperadamente, pero eras
tú. Un mensaje de pocas palabras, que seguramente en tus términos significó el “lo
siento” que nunca antes escuché de tus labios y sé que no lo haré jamás…
Pero
amaneció y tú estabas allí…
A pesar
de los días ignorándote, estabas allí cuando abrí los ojos, pero no eras tú.
Era solamente esa sensación de tu efímera presencia, y allí estaba yo, entre
incrédula y ofuscada, por no saber cómo te permití de nuevo participar en mis
sueños; pero al mismo tiempo con la infinita paz de quien escuchó y dijo lo que
tenía que escuchar y decir…
Lejos
quedaron los días de nuestras mejores sonrisas; las palabras, los mensajes, las
promesas no cumplidas, las verdades no dichas. Dejé, junto con un pedazo de mi
vida, todos los sueños rotos, las preguntas sin respuesta, los insultos
ahogados, los reproches sin sentido…
Recordé
tantas noches en las que me quedé despierta, sin saber si reír, llorar o darte
gracias. Sin entender entonces por qué, a pesar de todo, no pudiste complacer la única petición que te hice: tu honestidad.
Pero conforme
pasaron los días, entendí que no era tu obligación aceptar todo lo bueno que te
ofrecí y que tenías derecho de conformarte con amores de a ratos y con andar de
cama en cama, sin atarte a ningún corazón. Comprendí que quizá no fue que no te
importara, si no que no supiste cómo desenredar la maraña de mentiras que
tejiste alrededor de ti.
Hoy te
digo que tenías razón, porque efectivamente “la vida siguió”. Al no tenerte
conmigo, me dediqué a llenar mi vida con lo único que me quedó: yo. Me dediqué
a cuidarme como no me cuidaste, a amarme como no me amaste, a evitar lastimarme
como tú me lastimaste. Entendí que no tenía que aceptar migajas de nadie, ni
por sexo, ni por amor, ni por no sentirme sola y vacía.
Y te di
las gracias….
Gracias,
porque al no amarme y respetarme me enseñaste la mejor de todas las lecciones
de amor: el amor hacia mí misma. Gracias,
porque al haberte mostrado así, como nunca imaginé que fueses, me obligaste a
rectificar mis pasos, a enmendar mi camino y darle un nuevo sentido a todo lo
que perdí en aquel lugar.
Entendí
que lejos de enojarme, bien haría en compadecerte y hasta de pronto rezar por ti, porque yo me quedé conmigo,
pero tú te quedaste sin mí… y quizá, también sin ti.
Hoy sólo
puedo decirte que Dios es más sabio que tú y que yo, y que mi mundo es diferente.
Que llené mi tiempo, ese que antes dedicaba a pensar en ti y a darte lo mejor
de mí, de cosas buenas y productivas. Llené mi mente con ideas nuevas. Recuperé
mi vida y la enriquecí con nueva gente, nuevos proyectos y nuevos caminos.
Descubrí de nuevo que de amor nadie muere. Y no, definitivamente, no me morí. De hecho,
estoy más viva y más plena que nunca.
Quiero
que me una contigo solamente alguna que otra sonrisa en honor a los buenos
momentos y la gran experiencia y aprendizaje de lo vivido. Así que no recuerdes,
por favor, mi última mirada con la que casi te fulmino esa noche, ni mis ojos
llenos de lágrimas, porque sabes muy bien que esa jamás fui yo.
Recuerda
a la que conociste, a la que sonreía siempre, a la que agradecía todos y cada
uno de los gestos amables, los detalles, las palabras, las miradas, las
sonrisas y las caricias que tuviste para mí.
Recuerda a la que te escuchó a
veces, a la que trató de entenderte, y después se rindió y sólo intentó
aceptarte y amarte así, aunque a veces no tuviese sentido ni para ella. Recuerda
a la mujer que tuviste y a la que te amó. Recuerda a esa mujer generosa y con
una inmensa capacidad de entrega y sacrificio, porque esa mujer sigue aquí,
pero mejorada con el tiempo, con las lágrimas y con las lecciones aprendidas. Volvió
a ser esa mujer que (ahora lo sé) jamás mereciste, pero mucho más valiosa hoy…
Si
aparecerte en mis sueños era la única forma de liberarme de la carga, de
devolverme la paz y de que yo parara de ensayarme como víctima para seguir
recreando el dolor vivido, te diré que ya lo conseguiste y que no vuelvas a
hacerlo, porque no lo necesito más…
Que mi
bendición te alcance y que Dios nos ayude a cada uno a estar donde debamos y a
tener la vida que merezcamos…
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nos gustaría conocer tu opinión. ¿Por qué no nos dejas un comentario?