¡Hola
a todos!
Para
quienes extrañaron mis líneas en este espacio les ofrezco una disculpa enorme
por mi alejamiento, anticipándoles que yo extrañé muchísimo más la bendición de
poder escribir. No tengo pretextos. Lo único que puedo decir a mi favor es que
por más que intentaba escribir, las palabras no salían y había sido incapaz de
hilar alguna frase coherente en casi dos meses de ausencia. Estoy aquí y, por
cierto, muy contenta de poder escribir de nuevo y de haber levantado la veda
que me impuso algún extraño poder venido de no sé dónde.
Como
últimamente todos mis recuerdos y anécdotas tienen que ver con viajes de
trabajo, pues casi no hago otra cosa, pareciera que son éstos mismos los que no
me han dejado permanecer quieta ni un momento, ni tomarme tiempo para mí; pero
la verdad, recientemente descubrí que nada está más alejado de la realidad que
esto…
Tomaba
un vuelo desde la ciudad de Monterrey a
Guadalajara, a principios de este mes, ya que venía de cumplir con una semana
de trabajo en la ciudad fronteriza de Reynosa, Tamaulipas. El asiento junto a
la ventanilla del avión me permitía perfectamente apreciar de frente el Cerro
de la Silla coronado por unas incipientes nubes que hacían un contraste hermoso
con las primeras luces del amanecer, pues el avión despegó un poco antes de
las 7 am. El paisaje era verdaderamente espectacular y así se lo presumía yo a
mi compañera de viaje que siempre ha temido volar y que, por lo mismo, no
quería voltear. De pronto, el capitán de la aeronave dio el aviso a los
pasajeros de que estábamos atravesando por una zona de turbulencias y que
debíamos permanecer con nuestros cinturones puestos. Sin embargo, el avión se
movía de una manera que nunca había sentido y parecía como si fuera a perder
estabilidad en cualquier momento y se estrellaría. Yo me asomaba por la
ventanilla hacia abajo y sólo podía apreciar interminables hileras de enormes
de montañas. Pensaba que, de tener en ese momento que realizar un aterrizaje,
no habría un lugar donde realizarlo de manera segura; incluso pensé de manera
irónica: “por aquí debió haber quedado Jenny (Rivera), hecha nada”.
El
mal viaje se prolongó por casi toda la hora de vuelo entre ambas ciudades y,
aunque no lo expresaba abiertamente para no asustar a mi compañera y al niño
que venía en nuestra misma fila de asientos, en algún momento el movimiento,
que yo consideraba anormal por no haberlo sentido nunca de esa intensidad,
logró ponerme inquieta. Fue justo entonces cuando recordé a mamá y a papá y la
última vez que los vi y que los abracé al despedirme; recordé a mi hermano al
que raramente beso, por no gustarle mucho el contacto físico, a quien besé en
la mejilla también en esa ocasión; recordé a mis sobrinos y la última navidad
y año nuevo; a mi comadre que me decía un día antes, cuando aún me encontraba
yo en Reynosa, que mi ahijado había comenzado a caminar justo ese día; y a mis amigos que sabía que me
esperaban de regreso en Manzanillo, incluso los que no vivían allí.
Recordé
también en algunos minutos (de manera inevitable) la mala experiencia de aquella persona que nunca tuvo sentido admitir en mi vida, pero que me había llevado a conocer
todos los procedimientos de los ministerios públicos y a rabiar y a llorar como
loca, cuando me enteré que ni siquiera consignarían al juzgado la demanda que
entablé en su contra por considerar que no había pruebas acusatorias
suficientes. Todo lo mejor y lo peor de
los últimos meses de mi vida pasó de pronto frente a mí resumido en unos
instantes.
Al
llegar a Guadalajara, el avión frenó en la pista de manera forzada y tuvimos
que ser remolcados hasta la terminal por una presumible falla mecánica. Como hubiese
sido, llegamos sanas, salvas y completas, aunque un poco asustadas, pero
felices de haber bajado de allí…
Entonces
lo entendí y hasta pude agradecer:
Así
como en la vida existen vientos favorables, también existen turbulencias, e
incluso fallas mecánicas, que enturbian y complican los distintos “vuelos” que
emprendemos en nuestra vida. Un buen capitán, lleva el avión hasta tierra o por
lo menos, hace todo lo posible; habrá quienes prefieran morir en el intento,
pero esa es decisión muy personal. En el peor de los casos, ese avión pudo
estrellarse y seguramente habrían existido muchísimas cosas que yo hubiera
dejado inconclusas, pero lo más importante es que había dejado mis lazos en paz,
en tierra, con la gente que de verdad era valiosa para mí y que no hubiera
tenido que lamentarme por ello. Comprendí que en la vida, todos los días
sabemos cuándo salimos de casa, pero nunca cuándo regresamos, porque el
trayecto puede estar rodeado de mil cosas ajenas a nuestro control y es por eso
que nunca hay que quedarse enojados o con ganas de expresar lo que sentimos a
nuestros seres queridos.
También
entendí la verdadera importancia de las cosas. Podría ser exagerado decirlo,
pero lo que hacía unos días me había parecido la peor de las injusticias,
cuando el ministerio público decidió no consignar mi acusación, ahora se
convertía en una bendición: se me estaba dando la oportunidad de cortar con
todas las ataduras negativas hacia una situación que me había robado parte de
mi luz y mi energía los últimos meses. Sin una demanda de por medio, no tenía
otra opción más que perdonar y dejar ir. Si aquellos hubiesen sido los últimos
momentos de mi vida, definitivamente no los hubiera querido pasar odiando a nadie,
por mucho que lo mereciera.
Así
que, tal como las turbulencias de aquél vuelo que me hicieron valorar las cosas
buenas que tengo, agradezco enormemente el tener turbulencias en cada uno de
los vuelos que emprendo en mi vida personal, porque son ellas las que me ayudan
a valorar los vientos de calma y los vuelos tranquilos. Sin miedo, vuelvo a
abordar otro avión y a poner todo mi empeño en lo que hago, mientras Dios hace
su parte, porque entiendo que todo, incluso las turbulencias, pasa para mi bien…
Dato: no he vuelto a volar a o desde
Monterrey desde ese día, pero debo hacerlo de nuevo en un mes. Para ser
sincera, nunca he tenido un vuelo tranquilo en esa ruta, desde hace años que he
visitado esa ciudad. Aun así, sigue siendo uno de mis lugares favoritos en
México. ¿Será que para llegar a alcanzar las cosas buenas, de pronto es
necesaria cierta dosis de “turbulencia”?
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Genial Elena! ! Me gustó mucho y hasta me brotaron lagrimas....:)
ResponderEliminarKaory Vega C.
Animo paisana, que Dios te bendiga !!!!
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