lunes, 25 de marzo de 2013

Turbulencias... Por Elena Savalza


¡Hola a todos!

Para quienes extrañaron mis líneas en este espacio les ofrezco una disculpa enorme por mi alejamiento, anticipándoles que yo extrañé muchísimo más la bendición de poder escribir. No tengo pretextos. Lo único que puedo decir a mi favor es que por más que intentaba escribir, las palabras no salían y había sido incapaz de hilar alguna frase coherente en casi dos meses de ausencia. Estoy aquí y, por cierto, muy contenta de poder escribir de nuevo y de haber levantado la veda que me impuso algún extraño poder venido de no sé dónde.

Como últimamente todos mis recuerdos y anécdotas tienen que ver con viajes de trabajo, pues casi no hago otra cosa, pareciera que son éstos mismos los que no me han dejado permanecer quieta ni un momento, ni tomarme tiempo para mí; pero la verdad, recientemente descubrí que nada está más alejado de la realidad que esto…

Tomaba un vuelo  desde la ciudad de Monterrey a Guadalajara, a principios de este mes, ya que venía de cumplir con una semana de trabajo en la ciudad fronteriza de Reynosa, Tamaulipas. El asiento junto a la ventanilla del avión me permitía perfectamente apreciar de frente el Cerro de la Silla coronado por unas incipientes nubes que hacían un contraste hermoso con las primeras luces del amanecer, pues el avión despegó un poco antes de las 7 am. El paisaje era verdaderamente espectacular y así se lo presumía yo a mi compañera de viaje que siempre ha temido volar y que, por lo mismo, no quería voltear. De pronto, el capitán de la aeronave dio el aviso a los pasajeros de que estábamos atravesando por una zona de turbulencias y que debíamos permanecer con nuestros cinturones puestos. Sin embargo, el avión se movía de una manera que nunca había sentido y parecía como si fuera a perder estabilidad en cualquier momento y se estrellaría. Yo me asomaba por la ventanilla hacia abajo y sólo podía apreciar interminables hileras de enormes de montañas. Pensaba que, de tener en ese momento que realizar un aterrizaje, no habría un lugar donde realizarlo de manera segura; incluso pensé de manera irónica: “por aquí debió haber quedado Jenny (Rivera), hecha nada”.


El mal viaje se prolongó por casi toda la hora de vuelo entre ambas ciudades y, aunque no lo expresaba abiertamente para no asustar a mi compañera y al niño que venía en nuestra misma fila de asientos, en algún momento el movimiento, que yo consideraba anormal por no haberlo sentido nunca de esa intensidad, logró ponerme inquieta. Fue justo entonces cuando recordé a mamá y a papá y la última vez que los vi y que los abracé al despedirme; recordé a mi hermano al que raramente beso, por no gustarle mucho el contacto físico, a quien besé en la mejilla también en esa ocasión; recordé a mis sobrinos y la última navidad y año nuevo; a mi comadre que me decía un día antes, cuando aún me encontraba yo en Reynosa, que mi ahijado había comenzado a caminar justo ese día; y a mis amigos que sabía que me esperaban de regreso en Manzanillo, incluso los que no vivían allí. 

Recordé también en algunos minutos (de manera inevitable) la mala experiencia de aquella persona que nunca tuvo sentido admitir en mi vida, pero que me había llevado a conocer todos los procedimientos de los ministerios públicos y a rabiar y a llorar como loca, cuando me enteré que ni siquiera consignarían al juzgado la demanda que entablé en su contra por considerar que no había pruebas acusatorias suficientes.  Todo lo mejor y lo peor de los últimos meses de mi vida pasó de pronto frente a mí resumido en unos instantes.

Al llegar a Guadalajara, el avión frenó en la pista de manera forzada y tuvimos que ser remolcados hasta la terminal por una presumible falla mecánica. Como hubiese sido, llegamos sanas, salvas y completas, aunque un poco asustadas, pero felices de haber bajado de allí…

Entonces lo entendí y hasta pude agradecer:

Así como en la vida existen vientos favorables, también existen turbulencias, e incluso fallas mecánicas, que enturbian y complican los distintos “vuelos” que emprendemos en nuestra vida. Un buen capitán, lleva el avión hasta tierra o por lo menos, hace todo lo posible; habrá quienes prefieran morir en el intento, pero esa es decisión muy personal. En el peor de los casos, ese avión pudo estrellarse y seguramente habrían existido muchísimas cosas que yo hubiera dejado inconclusas, pero lo más importante es que había dejado mis lazos en paz, en tierra, con la gente que de verdad era valiosa para mí y que no hubiera tenido que lamentarme por ello. Comprendí que en la vida, todos los días sabemos cuándo salimos de casa, pero nunca cuándo regresamos, porque el trayecto puede estar rodeado de mil cosas ajenas a nuestro control y es por eso que nunca hay que quedarse enojados o con ganas de expresar lo que sentimos a nuestros seres queridos.

También entendí la verdadera importancia de las cosas. Podría ser exagerado decirlo, pero lo que hacía unos días me había parecido la peor de las injusticias, cuando el ministerio público decidió no consignar mi acusación, ahora se convertía en una bendición: se me estaba dando la oportunidad de cortar con todas las ataduras negativas hacia una situación que me había robado parte de mi luz y mi energía los últimos meses. Sin una demanda de por medio, no tenía otra opción más que perdonar y dejar ir. Si aquellos hubiesen sido los últimos momentos de mi vida, definitivamente no los hubiera querido pasar odiando a nadie, por mucho que lo mereciera.

Así que, tal como las turbulencias de aquél vuelo que me hicieron valorar las cosas buenas que tengo, agradezco enormemente el tener turbulencias en cada uno de los vuelos que emprendo en mi vida personal, porque son ellas las que me ayudan a valorar los vientos de calma y los vuelos tranquilos. Sin miedo, vuelvo a abordar otro avión y a poner todo mi empeño en lo que hago, mientras Dios hace su parte, porque entiendo que todo, incluso las turbulencias, pasa para mi bien…


Dato: no he vuelto a volar a o desde Monterrey desde ese día, pero debo hacerlo de nuevo en un mes. Para ser sincera, nunca he tenido un vuelo tranquilo en esa ruta, desde hace años que he visitado esa ciudad. Aun así, sigue siendo uno de mis lugares favoritos en México. ¿Será que para llegar a alcanzar las cosas buenas, de pronto es necesaria cierta dosis de “turbulencia”?

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2 comentarios:

  1. Genial Elena! ! Me gustó mucho y hasta me brotaron lagrimas....:)
    Kaory Vega C.

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  2. Animo paisana, que Dios te bendiga !!!!

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