Estoy
a punto de cumplir 30 años. Tengo vida,
salud y una carrera universitaria. Tengo un trabajo que amo y soy económica,
moral e intelectualmente independiente.
Tengo
dos familias: la que me vio llegar al mundo y la que adopté con el paso de los
años, mis queridos amigos, con quienes además de entrañables lazos de
camaradería, también comparto la afición por la fiesta, a la cual recurro cada
que quiero y, en ocasiones, indiscriminadamente.
Soltera,
sin hijos y sin más compromiso que cuidar de mi misma, lo que, hasta el
momento, no me ha salido tan mal. Sin mayor estrés que el que genera el propio
ritmo que le quiera poner a mi (voluntariamente) estrepitosa vida.
Para
colmo, hay quienes opinan que, aunado a todas las “ventajas” que anteriormente
mencioné, soy físicamente atractiva. Pero eso, es cuestión de gustos…
¿De
qué podría preocuparse, entonces, alguien como yo?
Pues
bien, alguien como yo podría preocuparse de la crema antiarrugas y anti
flacidez para cara y cuerpo, de aumentar la ingesta de antioxidantes y la dosis
de colágeno hidrolizado. O quizá de ahorrar lo suficiente como para que, en
unos años, tenga aseguradas todas las aplicaciones de botox que necesite…
Podría
preocuparme por seguir solamente siendo una chica linda y viviendo para la fiesta
y la diversión, en tanto logro “rescatar” (léase “pescar”) a mi Príncipe Azul
de entre tanto Sapo Encantado que se me ha cruzado en mi camino.
Podría
preocuparme por mi reloj biológico, que en los próximos años acelerará su
“tic-tac”…
Podría
declarar que esta cabecita únicamente sirve para mantener mi moderno corte de
cabello con el tono negro azabache y el lacio permanente que me permite el
artificio de la keratina brasileña, sin olvidar resaltar mis preciosos ojos
tapatíos, que deberán mantenerse constantemente bajo la protección de una buena
crema para contorno de ojos y el color de unas buenas sombras.
Podría
y estoy en mi derecho… ¿o no?
Pero
¿qué hay de mi obligación? ¿La tengo con algo o con alguien?
Ayer
por la tarde, pude percibir que algunos de mis contactos en Facebook, postearon
un video. Su título es fuerte: “México, vergüenza internacional”.
Al
principio, mi nacionalismo me impidió prestar atención a un video cuyo título
ofendía, según mi concepto, a mi país. ¿Cómo se atrevían a ir por allí,
difundiendo un México digno de vergüenza?
Sin
embargo, cuando vi que algunos de mis contactos más asertivos lo habían
posteado, decidí no quedarme con la curiosidad y explorar dentro de su
contenido.
Mi
sorpresa no pudo ser mayor, al descubrir dentro del video las millones de
frases que siempre he tenido en mi cabeza y que nunca habría podido expresar
mejor.
El
autor, cuyo nombre desconozco, describe el México que no me gusta, el México
que tendría que “rescatar” si de verdad fuera la Princesa Guerrera que tantas
veces he retratado en mis entradas.
El
México en el que fanatizamos los colores de un partido político, sin entender
que a los partidos los hacen las personas que los forman y que los representan;
porque no conozco un partido que, en su esencia y en sus principios de
doctrina, haya sido creado para generarle algún mal a la sociedad.
Y
aun así, marcamos un color o un logotipo en la boleta electoral, sin darnos el
tiempo de investigar la filiación, la experiencia y los logros del candidato
que pretende ocupar el cargo que guiará nuestros destinos, manejará nuestras
finanzas, gastará y cobrará nuestros impuestos, creará nuestras leyes o nos
representará en el mundo globalizado del que, nos guste o no, formamos parte.
Y
hacemos mofa (me incluyo) de aquél candidato que puntea las encuestas pero que
no puede mencionar siquiera tres títulos de obras literarias que hayan marcado
su vida y mucho menos tiene la capacidad de improvisar ante situaciones fuera
de su guión perfecto, sin darnos cuenta de que él solamente refleja el nivel
cultural que como país, en general, tenemos.
Y
apoyamos al que cree que con bloquear avenidas, autopistas o paralizar pueblos
enteros, demostrará su poderío y mejorará nuestras vidas.
Y
damos “likes” indiscriminados a las fotos populacheras de aquellos que
aprovechan los desastres naturales para llevar una despensa a quienes fueron
menos afortunados e iniciar su pre campaña en tiempos no autorizados por
nuestros organismos electorales, aprovechando el poder que dan las redes
sociales y la necesidad de los que menos tienen.
Y
denigramos a aquella por la que, si fuera hombre y abanderara a otro partido,
seguramente votaríamos.
Y
copiamos en el examen, inventamos pretextos para faltar al trabajo, dejamos
nuestras multas sin pagar, evadimos impuestos y nos quedamos con la cartera que
encontramos hoy por la mañana, aun sabiendo que tiene un dueño.
Y
nos quejamos de la corrupción mientras sobornamos al Juez, al Magistrado, al
Ministerio Público y a toda la cadena de procuración e impartición de justicia.
Nos quejamos de la contaminación y de ver nuestras calles y playas sucias, pero
no podemos llegar hasta el bote de basura más cercano para depositar nuestros
desechos.
Vivimos
en el país donde una vida humana cuesta lo mismo que un coche o un viaje. En el
país donde un ascenso se puede conseguir en un turno de un motel de paso. El
país donde, futbolistas o policías, se disfrazan de buenos mientras se pasan al
bando de los malos.
Y
así, podría continuar… toda la noche, todos los días, largos días… Buscando
defectos, errores, muestras de debilidad y oportunidades para exacerbar mi
crítica.
Pero…
¿realmente sólo esto es México?
Ayer,
mientras corría, me planteaba todas estas preguntas. Y entonces, sin más
herramienta que el poder de mis pensamientos y el sonido de mis pies sobre la
pista, decidí que México es mucho más que una “vergüenza internacional”.
Es
el país que me vio nacer y que me ha dado todo lo que tengo y lo que soy. Es el
país que le voy a dejar a mis sobrinos y a mis hijos si los llego a tener.
Es
el país donde, a pesar de nuestras diferencias, existe aún gente creativa y
trabajadora, gente que se levanta todos los días con la convicción de que sólo
trabajando arduamente podrán conseguir la calidad de vida, en todos los
aspectos, que su familia y ellos mismos merecen.
Gente
que quiere que México sea distinto y que quiere mostrar una cara diferente. La
cara del país privilegiado y rico en bellezas naturales y culturales. La cara
del ingenio y la creatividad enfocados de forma positiva.
La
cara de las mujeres que trabajan con los hombres, como sus iguales y que
ejercen su derecho a ser reconocidas.
La
cara de los que, desde su trinchera, muchas veces anónima, se mueven por una
causa y dejan todos los días su marca en la historia, ya sea de un pueblo o de
una persona.
Ese
es el México que le quiero mostrar al mundo y el México por el que hoy me
levanto a trabajar.
Porque
antes de pensar en rescatar un Príncipe, procrear descendencia, comprarme casa
o elegir a mi próximo presidente, debo pensar en empezar hoy mismo a ser la clase
de mexicana que mi gran país merece.
Porque
este es el México que, como Princesa, como Guerrera, pero sobre todo como
MUJER, estoy obligada a rescatar.
Porque
lo que yo no haga por mi país, no lo hará nadie más…
Y
tú… ¿estás dispuesto a rescatar a México?
En nuestra primera colaboración de
2012, les deseo a todos nuestros lectores, a nombre de Ámbar Sámano, Nancy
Aubert, Wendy González, Fernanda Vieyra y todos nuestros colaboradores
anónimos, así como de una servidora; que en este año tengan paz, armonía, amor
y muchos éxitos cumplidos, además de salud para disfrutarlos todos.
Gracias por leernos en 2011 y esperamos
contar con el mismo honor en el 2012.
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