miércoles, 25 de enero de 2012

"Si me dejas hablar..." ... Por Elena Savalza



Hace días estoy tratando de hablarte. En realidad, te hablo todos los días (algunas veces, a gritos)…

Pero, como ya es tu costumbre, no me escuchas. Te resulta muy difícil quedarte quieta y jamás permites que mis palabras lleguen a ti.

Hoy necesito que dejes de moverte. Necesito que silencies tu ego y tus pensamientos más abrumadores para que puedas escucharme, porque hay cosas muy importantes que te tengo que recordar:

Comenzaste el año con el firme propósito de cambiar ciertos aspectos de tu vida que no te habían funcionado correctamente en años anteriores. No necesito recordarte cuáles, puesto que sé que los tienes presentes.

Aún no hemos tenido el suficiente tiempo de avanzar. Incluso, no ha terminado ni siquiera Enero, pero algunas cosas de las que estabas segura y de las que creías permanentes en tu vida, simplemente ya no están allí.

¿Alguien se las llevó? Probablemente. Aunque yo creo que si hubieran estado firmemente ancladas en tus raíces, continuarían allí. También creo que si se fueron definitivamente, es porque están dejando un espacio permanente para que pueda ser habitado por algo nuevo y mejor.


En estos días has vivido emociones y sentimientos muy diversos, puedo entenderlo porque he vivido contigo todas las sensaciones que te ha provocado el que tu mundo se hubiera puesto de cabeza tan rápido.

De pronto te ha parecido tocar el cielo y descubrir otra vez a la mujer que ama, que lucha, que llora, que se conmueve y que se alegra por la simplicidad y al mismo tiempo, la perfección del mundo que tiene alrededor.

Pero también has tenido miedo, envidia, coraje, celos y ganas de no ser tú. Incluso, te ha parecido, mirándote al espejo, que la mujer que ves allí es una muy distinta a la que tenías frente a ti hace apenas unos días. Hasta le encuentras arrugas, canas y defectos en la piel y en el cuerpo, que hace unos días no habías percibido. Sin embargo, sabes que no es tu cuerpo el que está envejeciendo, si no tu alma la que, al no estar en paz, refleja el cansancio de pelear todos los días contra ella misma, en lo que tú llamas “muestras de envejecimiento físico”.

Y te cuestionas si lo que siempre creíste verdad, sigue teniendo sentido. Te cuestionas si las personas que has puesto en tu vida en los últimos años, verdaderamente quieres que permanezcan allí. Te cuestionas si todas aquellas cosas que quieres alcanzar y que has perseguido tan fervientemente durante los últimos tiempos, están más lejos o más cerca de ti con tus actuaciones más recientes. O, dicho más claro, te la pasas preguntándote si lo que estás haciendo te acerca a lo que quieres conseguir.

No. La mayor parte del tiempo no estás tranquila. Te sigues peleando contigo y no sabes cómo parar…

¿Sabes por qué? Porque pretendes nadar contra la corriente. Pretendes que sea el camino quien se adapte a tus deseos y no tus deseos al camino que ya tienes predeterminado.

¿Sabes por qué? Porque de pronto decides anteponer los deseos y la felicidad de otros, sobre la tuya; sin darte cuenta del daño que le haces a tu esencia, al admitir condiciones impuestas por otros, en lugar de seguir tus propias reglas.

¿Sabes por qué? Porque se te perdió Dios y no sabes muy bien dónde encontrarlo…

La buena noticia es que no tienes que ir muy lejos, porque Dios está dentro de ti. Para ser precisos, está junto a mí. En muchas ocasiones, somos uno solo…

Como yo, Dios siempre está contigo y sostiene tus pasos cada que tú le permites. Pero, como buena niña rebelde que siempre has sido, de pronto quieres aventurarte a descubrir el mundo por ti misma, es entonces cuando Dios te deja caminar sola… y también te deja caer. Sin embargo, eso no significa que haya dejado, en algún momento, de acompañar tus pasos.

Hoy sólo te pido que te quedes callada y que me escuches. Aunque lo dudes, muchas veces sé mejor que tú lo que te conviene. Por favor, cédeme el volante de vez en cuando.

Porque cuando tu cabeza no pueda decidir, por más que escribas listas completas de “pros” y “contras”, por más que busques “razones” para continuar o parar, recuerda que yo siempre sabré qué hacer.

Si me dejas hablar, será todo mucho más sencillo…

Si me dejas hablar, entenderás que lo único que tienes que hacer es aceptar lo que la vida te pone en frente, sin cuestionar si está bien o está mal, porque el bien y el mal siempre han sido relativos. Todo lo que tienes que hacer es dejarte llevar, disfrutar el momento y dejarlo ir, cuando haya terminado…

Si me dejas hablar, entenderás que no está mal llorar, ni gritar, ni desesperarse, siempre y cuando la desesperación no se apodere de tu ser, porque entonces correrías el riesgo de perder el equilibrio y caer irremediablemente.

Si me dejas hablar, te recordaré que todo lo que necesitas para ser feliz lo tienes dentro de ti y que lo único que tienes que hacer es usar lo que Dios y la vida te dieron a manos llenas, para que actúe en tu favor. Tú tienes todo lo que necesitas. El resto (personas, cosas, lugares y situaciones) son aspectos que Dios puso en tu camino para que tu vida tuviera sentido, pero tú decides su permanencia dentro de tu historia.

Te recordaré que cuando algo o alguien forma parte de tu leyenda personal, no necesitas forzar las circunstancias para que, en determinado momento, vuelva a ti, si es que se ha ido; o se quede a tu lado el tiempo que sea necesario para que aprendas todo lo que tienes que aprender de eso.

Te recordaré que ya antes has tomado decisiones basadas en miedo: miedo a perder, miedo a sufrir, miedo a caer… Y normalmente has perdido, has sufrido y has caído.

Te invitaré a tomar decisiones por amor… Por amor a la vida, a ti misma y a los que te rodean.

Te recordaré cuáles son tus prioridades y que al final del día, la única medida de tu avance será qué tan cerca te encuentres de ellas.

También te diré que lo bueno se obtiene cuando esperas, porque cuando presionas, normalmente lo arruinas (¿te suena conocido?).

Y quizá, sólo quizá, lo que en este momento la vida te esté poniendo, sea una prueba de paciencia y fe…

Si decides aceptarla, yo estaré allí y no te dejaré claudicar.

Pero si decides rendirte ahora (haciendo caso a tu deseo de las últimas mañanas), también estaré allí. Porque vayas a donde vayas, siempre contarás conmigo…

Con amor…

Tu Corazón.


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martes, 10 de enero de 2012

El Rescate... Por Elena Savalza


Estoy a punto de cumplir 30 años.  Tengo vida, salud y una carrera universitaria. Tengo un trabajo que amo y soy económica, moral e intelectualmente independiente.

Tengo dos familias: la que me vio llegar al mundo y la que adopté con el paso de los años, mis queridos amigos, con quienes además de entrañables lazos de camaradería, también comparto la afición por la fiesta, a la cual recurro cada que quiero y, en ocasiones, indiscriminadamente.

Soltera, sin hijos y sin más compromiso que cuidar de mi misma, lo que, hasta el momento, no me ha salido tan mal. Sin mayor estrés que el que genera el propio ritmo que le quiera poner a mi (voluntariamente) estrepitosa vida.

Para colmo, hay quienes opinan que, aunado a todas las “ventajas” que anteriormente mencioné, soy físicamente atractiva. Pero eso, es cuestión de gustos…

¿De qué podría preocuparse, entonces, alguien como yo? 

Pues bien, alguien como yo podría preocuparse de la crema antiarrugas y anti flacidez para cara y cuerpo, de aumentar la ingesta de antioxidantes y la dosis de colágeno hidrolizado. O quizá de ahorrar lo suficiente como para que, en unos años, tenga aseguradas todas las aplicaciones de botox que necesite…

Podría preocuparme por seguir solamente siendo una chica linda y viviendo para la fiesta y la diversión, en tanto logro “rescatar” (léase “pescar”) a mi Príncipe Azul de entre tanto Sapo Encantado que se me ha cruzado en mi camino.

Podría preocuparme por mi reloj biológico, que en los próximos años acelerará su “tic-tac”…

Podría declarar que esta cabecita únicamente sirve para mantener mi moderno corte de cabello con el tono negro azabache y el lacio permanente que me permite el artificio de la keratina brasileña, sin olvidar resaltar mis preciosos ojos tapatíos, que deberán mantenerse constantemente bajo la protección de una buena crema para contorno de ojos y el color de unas buenas sombras.

Podría y estoy en mi derecho… ¿o no?

Pero ¿qué hay de mi obligación? ¿La tengo con algo o con alguien?

Ayer por la tarde, pude percibir que algunos de mis contactos en Facebook, postearon un video. Su título es fuerte: “México, vergüenza internacional”.

Al principio, mi nacionalismo me impidió prestar atención a un video cuyo título ofendía, según mi concepto, a mi país. ¿Cómo se atrevían a ir por allí, difundiendo un México digno de vergüenza?

Sin embargo, cuando vi que algunos de mis contactos más asertivos lo habían posteado, decidí no quedarme con la curiosidad y explorar dentro de su contenido.

Mi sorpresa no pudo ser mayor, al descubrir dentro del video las millones de frases que siempre he tenido en mi cabeza y que nunca habría podido expresar mejor.

El autor, cuyo nombre desconozco, describe el México que no me gusta, el México que tendría que “rescatar” si de verdad fuera la Princesa Guerrera que tantas veces he retratado en mis entradas.

El México en el que fanatizamos los colores de un partido político, sin entender que a los partidos los hacen las personas que los forman y que los representan; porque no conozco un partido que, en su esencia y en sus principios de doctrina, haya sido creado para generarle algún mal a la sociedad.

Y aun así, marcamos un color o un logotipo en la boleta electoral, sin darnos el tiempo de investigar la filiación, la experiencia y los logros del candidato que pretende ocupar el cargo que guiará nuestros destinos, manejará nuestras finanzas, gastará y cobrará nuestros impuestos, creará nuestras leyes o nos representará en el mundo globalizado del que, nos guste o no, formamos parte.

Y hacemos mofa (me incluyo) de aquél candidato que puntea las encuestas pero que no puede mencionar siquiera tres títulos de obras literarias que hayan marcado su vida y mucho menos tiene la capacidad de improvisar ante situaciones fuera de su guión perfecto, sin darnos cuenta de que él solamente refleja el nivel cultural que como país, en general, tenemos.

Y apoyamos al que cree que con bloquear avenidas, autopistas o paralizar pueblos enteros, demostrará su poderío y mejorará nuestras vidas.

Y damos “likes” indiscriminados a las fotos populacheras de aquellos que aprovechan los desastres naturales para llevar una despensa a quienes fueron menos afortunados e iniciar su pre campaña en tiempos no autorizados por nuestros organismos electorales, aprovechando el poder que dan las redes sociales y la necesidad de los que menos tienen.

Y denigramos a aquella por la que, si fuera hombre y abanderara a otro partido, seguramente votaríamos.

Y copiamos en el examen, inventamos pretextos para faltar al trabajo, dejamos nuestras multas sin pagar, evadimos impuestos y nos quedamos con la cartera que encontramos hoy por la mañana, aun sabiendo que tiene un dueño.

Y nos quejamos de la corrupción mientras sobornamos al Juez, al Magistrado, al Ministerio Público y a toda la cadena de procuración e impartición de justicia. Nos quejamos de la contaminación y de ver nuestras calles y playas sucias, pero no podemos llegar hasta el bote de basura más cercano para depositar nuestros desechos.

Vivimos en el país donde una vida humana cuesta lo mismo que un coche o un viaje. En el país donde un ascenso se puede conseguir en un turno de un motel de paso. El país donde, futbolistas o policías, se disfrazan de buenos mientras se pasan al bando de los malos.

Y así, podría continuar… toda la noche, todos los días, largos días… Buscando defectos, errores, muestras de debilidad y oportunidades para exacerbar mi crítica.

Pero… ¿realmente sólo esto es México?

Ayer, mientras corría, me planteaba todas estas preguntas. Y entonces, sin más herramienta que el poder de mis pensamientos y el sonido de mis pies sobre la pista, decidí que México es mucho más que una “vergüenza internacional”.

Es el país que me vio nacer y que me ha dado todo lo que tengo y lo que soy. Es el país que le voy a dejar a mis sobrinos y a mis hijos si los llego a tener.

Es el país donde, a pesar de nuestras diferencias, existe aún gente creativa y trabajadora, gente que se levanta todos los días con la convicción de que sólo trabajando arduamente podrán conseguir la calidad de vida, en todos los aspectos, que su familia y ellos mismos merecen.

Gente que quiere que México sea distinto y que quiere mostrar una cara diferente. La cara del país privilegiado y rico en bellezas naturales y culturales. La cara del ingenio y la creatividad enfocados de forma positiva.

La cara de las mujeres que trabajan con los hombres, como sus iguales y que ejercen su derecho a ser reconocidas.

La cara de los que, desde su trinchera, muchas veces anónima, se mueven por una causa y dejan todos los días su marca en la historia, ya sea de un pueblo o de una persona.

Ese es el México que le quiero mostrar al mundo y el México por el que hoy me levanto a trabajar.

Porque antes de pensar en rescatar un Príncipe, procrear descendencia, comprarme casa o elegir a mi próximo presidente, debo pensar en empezar hoy mismo a ser la clase de mexicana que mi gran país merece.

Porque este es el México que, como Princesa, como Guerrera, pero sobre todo como MUJER, estoy obligada a rescatar.

Porque lo que yo no haga por mi país, no lo hará nadie más…

Y tú… ¿estás dispuesto a rescatar a México?



En nuestra primera colaboración de 2012, les deseo a todos nuestros lectores, a nombre de Ámbar Sámano, Nancy Aubert, Wendy González, Fernanda Vieyra y todos nuestros colaboradores anónimos, así como de una servidora; que en este año tengan paz, armonía, amor y muchos éxitos cumplidos, además de salud para disfrutarlos todos.

Gracias por leernos en 2011 y esperamos contar con el mismo honor en el 2012.

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