martes, 8 de diciembre de 2015

De los “hilos rojos del destino” y otras historias de amor… Por Elena Savalza

“Un hilo rojo invisible conecta a aquellos que están destinados a encontrarse, sin importar tiempo, lugar o circunstancias. El hilo rojo se puede estirar, contraer o enredar, pero nunca se romperá.”



Había leído muchas veces esa frase, pues está precedida de una bonita leyenda muy popular donde se cuenta la historia de cómo dos personas que estuvieron destinadas desde el principio a estar juntas, se encuentran y unen sus vidas con el pasar de los años.

Siempre había sido una chica práctica, o por lo menos eso pretendía. De hecho, de un tiempo a la fecha, en cuestiones de amor el destino había hecho tan poquito por mí, que comenzaba a creer que no existía tal cosa. El día a día, aunado a una que otra decepción, me había convencido de que las casualidades no existían y de que, si querías lograr algo, tenías que luchar por ello.

El amor no dependía sólo de mí. Siempre había un involucrado más en esta discordia y yo no tenía tiempo, ganas o interés de iniciar con todo ese juego del cortejo y esas cosas. Incluso volver a pensar en conocer a alguien me daba tremenda flojera, miedo, o ambas…

Desde mi regreso de Reynosa, con aquel intento fallido de darle un final feliz a mi cuento, nada espectacular me había pasado en cuestión de amor. Al llegar de nuevo a Manzanillo me había dedicado a trabajar, a experimentar cosas nuevas, tanto en lo laboral como en lo personal (incluso, gracias a esto, me gané un viaje a Grecia comenzando una carrera en multinivel, como Líder Ejecutiva en Terramar Brands), a disfrutar a mis amigas, familia y todo lo que podía a mi alrededor. Si algo me había enseñado Reynosa a punta de golpes y decepciones es que vida tenemos solamente una y que la felicidad puede ser tan efímera que no hay que desperdiciar un solo momento de nuestra existencia en lamentaciones. Disfrutaba lo que tenía y no pretendía pedir nada más de lo que para entonces había trabajado, pues sabía que mi futuro dependía de mí y de mi esfuerzo constante. Cansada estaba ya de pedirle a Dios que me alejara de manera inmediata de “cualquier pendejo que se me atravesara en mi camino” (tal cual mis oraciones), y de que si no me traía al bueno, no quería a nadie: “Gracias Dios mío, pero sola me las arreglo muy bien”.

A principios de septiembre de este año parecía que las cosas no podrían estar mejor. Estrené ese mes con el nacimiento de mi sobrina, hija de mi hermano menor (y consentido), después de un complicado embarazo. Ese mismo día 1 de septiembre, por la noche, sabría que había logrado la meta y había conseguido ganarme ese viaje a Grecia por el que había luchado tanto los últimos nueve meses y que, además, fue mi puerta de escape de las garras de la depresión y la oportunidad de cambiar mi vida y hacer algo distinto por mí.

Amanecía, al día siguiente, en la Ciudad de México, y entonces mi ex novio (el eterno ex del cual no escapas, por más que los años pasen) me estaba invitando a que, después de dejar Atenas, no regresara a México sino que lo alcanzara en Bruselas, porque justo ese día llegaba él. Debo confesar que la idea me tentó desde el principio y que días después, el 7 de septiembre en su cumpleaños, le dije que sí. Sin embargo, el destino tenía alguna que otra variable que yo no estaba considerando en la ecuación de mi viaje perfecto...

¡Pero esperen!.. Para continuar esta historia debo regresar el tiempo seis años e incluir a otro personaje…



Lo conocí una hermosa noche estrellada de diciembre de 2009. La puerta del coche de mi amiga chocó con la puerta de la camioneta de su hermano y en ese momento nos vimos. Nosotras nos íbamos ya del bar, pero él me pidió quedarme con tanta vehemencia que no pude resistir el enorme deseo de regresar a buscarlo y averiguar por qué no podía dejar de pensar en él desde que lo vi sonreír. En menos de una hora yo estaba de regreso en aquel bar y en dos horas ya nos abrazábamos y mirábamos el cielo estrellado como si toda la vida lo hubiésemos hecho juntos. Ninguno de los que nos vieron esa noche creía que antes de tres horas jamás nos habíamos visto.

No pasaron muchos meses para saber que ese hombre tenía absolutamente todo lo que yo había buscado. A mis 27 años de vida estaba encontrando al hombre adecuado y al que, siempre creí, Dios destinó exactamente para mí.

Vivimos, por aquel tiempo, unos meses maravillosos en los que casi siempre reíamos y disfrutábamos tanto nuestra compañía que el tiempo se nos iba volando. Sin embargo, una noche se apareció en mi casa para decirme secamente: “quiero que tengamos un hijo, quiero casarme contigo, quiero hacer una vida contigo, pero no quiero que salgas de noche, ni con amigas y amigos, quiero que dejes de trabajar porque conmigo jamás te faltará nada, quiero…” “Quieres que deje de ser yo” - respondí. - “Eres un gran hombre y probablemente exista más de una mujer que se encuentre satisfecha con tu oferta, pero sé que la que buscas no soy yo. No ahora, no mañana, no así. Gracias, pero no puedo aceptar”.

Cuando le dije eso quise pensar que él recapacitaría y trataría de volver, pero eso no pasó. Dejó mi casa esa noche, abrazándome muy fuerte. Incluso sentí que al día siguiente volvería y me diría que se equivocó al presionarme de esa manera y que haríamos las cosas a mi tiempo, pero a la semana sin saber de él, entendí que no volvería a verle. No llegamos ni siquiera a terminar juntos el mes de abril.

Lloré su partida y me culpé. En mi interior sentía que las cosas no debieron terminar así y me entraron muchísimas dudas por la decisión que había tomado. Al final me consolé pensando que por lo menos le había dado la oportunidad de irse a buscar lo que tanto anhelaba y lo que yo no me sentía con la suficiente determinación de darle. Deseaba de corazón que fuera feliz y ni siquiera pude enojarme con él.



Con el paso del tiempo fui haciendo mi vida. Algunos hombres llegaron y, sin pena ni gloria, se fueron. Otros cuantos dejaron más penas que gloria, pero de él nunca supe nada concreto. Si en todo el tiempo que pasó pude verlo por casualidad unas seis o siete veces, fueron muchas. Sólo tres veces nos vimos de frente: una vez coincidimos cenando en el mismo lugar, él con sus amigos y yo con los míos. En otra ocasión coincidimos entrando a un evento, él con su entonces novia y yo con un chico con quien comenzaba a salir. Y una vez más (la que con mayor agrado recuerdo), lo vi arriba de su precioso caballo sobre el boulevard, en la cabalgata de inicio de la feria de aquel año, mientras detuvo su caballo (y el desfile completo) para saludarme. La amiga que iba ese día conmigo me dijo que le habría encantado tener en ese momento una cámara y grabar la sonrisa que ambos teníamos al vernos. “Ese hombre sigue perdido por ti y tú por él… ¡Vaya desgracia que no estén juntos!”. Sonreí, y le contesté: “En mi mente y en mi corazón, él siempre tendrá un lugar. Espero que sea tan feliz como lo vi ahorita. Él es el hombre adecuado, pero apareció en mi vida en el momento equivocado”.

Era increíble como con verlo de lejos, o incluso con pensar sólo en él, mi semblante cambiaba. No podía recordar un solo momento de los que estuvimos juntos en el que no sonriéramos, ni siquiera la noche que se despidió. Genuinamente yo deseaba que él fuera feliz. Yo también traté de serlo, lo busqué mucho, pero en cuestión de amor jamás se me dieron las cosas.

La última de mis hazañas amorosas concluyó en 2014 cuando regresé de Reynosa, después de que se hubiera derrumbado mi “castillo de naipes” (la historia la conté en ese tiempo, en una entrada en este blog del mismo nombre: "Castillo de Naipes"). Así que desde que volví a Manzanillo me dediqué a trabajar y a divertirme, y el premio a mi esfuerzo fue ese viaje a Grecia que estaba a punto de iniciar. Yo estaba inmensamente feliz y orgullosa con mi logro de ir por primera vez a Europa y además tener la posibilidad de quedarme en Bruselas, con mi otro ex novio, al que ya le había dado el “si” el día de su cumpleaños…

Y fue justo allí que el destino, ese que ya me había perdido como “fan” hacía varios meses, hizo de las suyas:

Llegué el martes 8 de septiembre por la noche a la unidad deportiva donde normalmente corro. Al llegar a la puerta principal él estaba allí. “Mi grandote”, como siempre le dije, con su 1.92 de estatura y su sonrisa que siempre me perdió, me miraba con cara de sorpresa y con el mismo gusto que le recordaba cuando detuvo su caballo aquella tarde en pleno boulevard en medio de la cabalgata, hacía bastantes años ya. Tenía la misma sonrisa que recordaba de la primera noche que nos vimos y que me conquistó desde el mismo instante que lo vi. Estaba exactamente igual, como si casi seis años no fuesen nada para un físico como el suyo. “Debería haber alguna ley que prohíba a los ex novios seguir guapos después de tantos años” – pensé-. Pero parece que Dios no escucha los malos deseos. Aunque la pena de que me viera en fachas (sin maquillaje y usando leggings, playera y tenis para correr) me hizo sólo decir un “hola” y avanzar hacia la trota pista, parecía que él no estaba dispuesto a concluir la conversación así. Apenas caminaba media vuelta y comenzaba a calentar, cuando ya lo tenía frente a mí de nuevo. Nos volvimos a saludar, e inevitablemente volví a sonreír como idiota sin poder controlar mi cara de felicidad, con el único consuelo de saber que él tenía la misma cara de idiota que yo.

Sobra decir que ya no corrí. Platicamos durante más de dos horas hasta que la unidad deportiva estaba cerrando. Entonces le dije que vivía cerca de allí ahora y que me gustaría que me acompañara a casa para que supiera dónde. Me subí a su camioneta y paramos afuera de mi casa, donde sin apagar el motor seguimos platicando hasta que fueron las dos de la mañana. Tal parecía que éramos un par de amigos que un día antes se habían despedido con un “nos vemos mañana”. Pero no: habían pasado más de cinco años y medio desde que había abrazado a “mi grandote” por última vez.



Le actualicé de mis últimos años, le conté lo emocionada que estaba por mi viaje a Grecia. Él me veía a la cara, sin poder dejar de sonreír, diciéndome que me seguía viendo hermosa y que los años no habían pasado por mí. Que era tal como me recordaba, pero que ahora sonreía mucho más y que le daba gusto que a pesar de todas las cosas feas que había vivido siguiera con esa energía y esas ganas de comerme al mundo que siempre le gustaron de mí. Me dijo también que se había arrepentido de haberme presionado y me buscó algunas veces, pero ya no me encontró. Cambié de casa y de número de teléfono, así que no había opción.

Le dije que por más que quise nunca pude enojarme con él y que con el paso del tiempo había sido inevitable comparar a todo aquel que se me cruzó en mi camino con él. Le dije que en algunos momentos también yo me había arrepentido de haber dicho que no: “El equivocado no eras tú, el equivocado era el momento”. Teníamos sueño, pero no quería dormirme porque yo ya estaba soñando y no quería despertar. Antes de despedirme le dije que quería darle un abrazo, así que nos abrazamos y, como por instinto, él me besó en  los labios. Se disculpó y me dijo: “la costumbre, Chaparrita: hasta siento que te vi apenas ayer”. Subí a mi cuarto esa madrugada con ganas de no dormir para no olvidar…

En la mañana desperté con un solo pensamiento: Dios me quería tanto que me había permitido volverlo a tener frente a mí. Incluso si no volvía a verle, el simple hecho de haberlo podido abrazar de nuevo ya era para mí un regalo maravilloso y una bendición por si sola. Cuando mi hermana me vio esa mañana mientras bajaba por una taza de café, sonrió al ver mi cara de tonta que seguramente conservaba todavía, y me dijo: “Ya caíste… ¡Te perdimos!”. Me excusé diciendo que seguramente pasarían muchos días para saber de él otra vez, e incluso podría desaparecerse de nuevo sin dejar rastro. “Te buscará. Lo sé porque sus caras, anoche, no podían ser más obvias: él estaba tan feliz como tú”. Con esa convicción salí de casa ese día…

Han pasado tres meses ya de aquel encuentro. Desde aquella noche hemos salido ya varias veces. Me fui a Grecia y volví con el grupo de líderes de Terramar (sin parar por Bruselas, por supuesto, ya que no dudé en cancelar esa parte del viaje después de haberlo visto de nuevo). He tenido varios viajes más y algunas ausencias largas, de esas que no le gustaban para nada en nuestra primera etapa y que siguen sin convencerlo hoy. Hemos tenido una pelea fuerte que habría podido alejar a una pareja por varios días o para siempre, ya que nuestros egos a veces nos juegan malas pasadas, sobre todo cuando estamos separados. Incluso llegué a reprocharle que fuera capaz de dejarme ir dos veces en su vida por su miedo a equivocarse.

Seguimos día a día luchando con nuestros miedos y heridas y confieso que he tenido momentos en los que quiero asesinarlo (¡sólo bromeo!) y en los que reniego con Dios por habérmelo regresado sin darme el instructivo de cómo tratarlo en esta etapa, en la que a ambos nos han crecido los defectos y a veces parece que es imposible ponernos de acuerdo, ya que a los dos nos cuesta mucho trabajo ceder.

Pero cada vez que me toma de la mano, cada vez que estamos juntos y me dice: “Chaparrita, todo estará bien”, cada vez que sonríe y cada vez que pienso en él, cada vez que me abraza y siento toda la calma y alegría en mi interior que no sentí con nadie en todos estos años, me doy cuenta de lo afortunada y bendecida que soy de tenerlo en mi vida de regreso.

Yo no sé si llegó para quedarse esta vez o no, Sólo sé que algo vino a hacer de nuevo y que quizás a ambos nos faltaron cosas por aprender y por sanar, cosas que tenemos que construir juntos aún…

Me gusta pensar que fue la respuesta a mis oraciones cuando pedí a Dios que me trajera “el bueno” o ninguno...

Me gusta pensar que vino a recordarme la importancia de ser paciente en el amor y que todo sucede cuando tiene que suceder, ni antes ni después…

Me gusta pensar que todos los años que pasamos separados, que todas las lágrimas que derramé en este tiempo y todas las veces que dije: “ya basta de intentarlo, esto no es para mí”, han valido la pena, pues estaban preparando mi camino para encontrarme de nuevo con el hombre adecuado, quizás esta vez en el momento perfecto…

Me gusta pensar que ahora sí sabremos cómo seguir juntos, que ambos aprendimos del pasado y que lo mejor está por venir…

Y cuando veo en él alguna sombra de duda y miedo, simplemente lo abrazo y le digo: “Tranquilo, mi grandote, que esta vez no lo echaré a perder. Te prometo que no quedará por mí, y que si tú sabes cómo quedarte, yo sabré cómo alojarte en mi corazón por siempre”.

Termino esta noche confiando en que eso del “hilo rojo” sea verdad y que si Dios permitió que regresara a mi vida, es porque tenemos un propósito mayor. Al final, si algo me queda claro es que la misma energía que se requiere para tener miedo es la que se necesita para tener fe. Es lo mismo esperar lo bueno que esperar lo malo, pues se trata de creer y confiar, y lo que piensas, creas. Yo creo y confío hoy en que todo esto pasó para nuestro bien.

Por lo pronto, después de que me llegó esta nueva inspiración para escribir, prometo mantenerlos al tanto del desenlace de esta historia, no sin antes pedirles que me deseen suerte…

Un abrazo a todos… ¡Que Dios los bendiga!


“Al final no se trata de encontrar a alguien que te mueva el piso, sino a alguien que te centre; tampoco es encontrar quien robe tu corazón, sino quien te haga sentir que lo tienes de regreso”