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viernes, 23 de noviembre de 2012

Fuerza... Por Elena Savalza


En unos días será el “Día Internacional de la Lucha contra la Violencia hacia la Mujer”. Es curioso, porque hace tiempo que, de cuando en cuando, toco en este espacio y en otros, el tema de la violencia de género. Sin embargo, hace unas semanas, por primera vez a mis 30 años, tuve que vivirlo en carne propia…

Desafortunadamente, puse mi confianza y mi cariño en una persona que dijo quererme también y no vi las señales que me alertaron desde hace mucho tiempo que mi “relación” era peligrosa, adictiva y enfermiza. Me escudé por ratos en la comodidad de tener quien llenara mis huecos, tanto físicos como emocionales; hasta creí que era amor, porque se le parecía mucho. Y no, no soy la víctima por completo, porque decidí estar con él, a pesar de saber que él estaba aún en otra relación y hasta arrastrando un proceso de divorcio que parece no tener fin.

Pero una madrugada, después de una fiesta agradable y de convivir armónicamente con varios amigos, el lobo con piel de oveja enseñó la verdadera personalidad. Con toda la incredulidad, coraje, tristeza y frustración que esto me genera ahora, fui incapaz de defenderme ante un tipo que agredió mi intimidad de una manera tan baja que me cuesta trabajo describirla gráficamente, incluso a mí, para quien las palabras jamás me han significado un problema.


Por días me alejé, me encerré y traté de no contar lo sucedido (sí, fue precisamente ese “día cero” del que hablo en mi entrada anterior). Decidí erróneamente que tenía muy pocos elementos para denunciar, ya que la gente que me vio esa noche con él sabía que estaba allí por mi voluntad, él era lo más parecido que tenía a una pareja y yo no tenía ningún rasguño, ni rastro de violencia física, así que pensé que sería inútil y que nadie me creería. Me escudé en mi trabajo, en mis estudios y en mis amigos. Sonreía de día, mientras por dentro me sentía como muerta. En las noches, al llegar a casa, repasaba uno a uno los minutos que duró la pesadilla intentando encontrar alguna explicación lógica a su comportamiento, pero sobre todo, tratando de encontrar un momento en el que pude haber actuado, las cosas que pude haber hecho para evitar que sucediera y toda esa clase de pensamientos ociosos que no te llevan a nada, pero que generan la suficiente angustia y devastación como para impedir conciliar el sueño. Me costaba aún creer que él, todo guapo y de ojos bonitos, todo lindo y encantador, todo dulzura y voz tierna, hubiese sido capaz de realizar algo tan vil.

En ese lapso tuve la mala fortuna de coincidir con él en el edificio donde trabaja, puesto que visito a un cliente allí, así que tuve que disimular el ataque de pánico y mi coraje al verlo. En una de esas ocasiones hablé con él y, como era lógico, se disculpó y pidió volver a mi vida “como antes” y dijo no querer alejarse de mí. Dijo que me quería, dijo que yo exageraba, que me hacía la víctima y minimizó mi dolor y mi coraje. Yo sólo pedí que se alejara, pedí que me dejara tranquila y que no volviera a buscarme.

A los días, las cosas tomaron un giro que jamás esperé: el mismo que dijo amarme, ahora me insultaba y me amenazaba. Allí entendí que era él o era yo y que tenía que elegir entre vivir con miedo y a expensas de un tipo que había dado ya las suficientes muestras de cobardía como para volver a lastimarme, o romper el silencio y denunciarlo. Así que el sábado pasado presenté una denuncia en el Ministerio Público de Manzanillo.

Denunciarlo ha sido, con mucho, lo más difícil que he hecho en mi vida. He tenido que pasar cosas, desde ese día, que jamás creí vivir: miedo de escuchar un ruido en la puerta y creer que es él, enojado porque denuncié y dispuesto a cumplir sus amenazas; miedo de que mis hermanas y mis sobrinos estén en riesgo; he escuchado el llanto de mi mamá todas las noches, cuando debo llamarla y decir “Hola Mamá, me reporto: sigo viva”; he tenido a mis amigos cuidándome por todas partes (uno de ellos es ya inquilino permanente en mi sala, pues no me dejan dormir sola en casa) e incluso enviándome a otras personas a cuidarme cuando no se pueden hacer presentes ellos mismos, personas que en ocasiones ni conozco, pero agradezco de verdad que se tomen la molestia de ver por mi seguridad. Aun así, no deja de ser frustrante para mí, que siempre me he jactado de poder cuidarme sola, el que mis pasos ahora sean con miedo o bajo las miradas de todos a mí alrededor. Mis hermanas pasan a diario por mi casa y enloquecen si no ven luz encendida, incluso cuando no sean ni las 9 de la noche y lo mismo les pasa a mis amigos cuando no me ven conectada en el chat.

Hoy mismo tuve que ver de nuevo a mi agresor en el Ministerio Público y entrar en un ataque de ansiedad que me demostró algo de lo que ni yo misma era consciente: la magnitud y los alcances del daño emocional que me causó. El sólo verlo y pensar en que se me podría acercar me hizo ponerme a llorar y a temblar como perro asustado, bajo las miradas de todos los presentes y en el hombro de mi abogada y amiga, a la que corrí a abrazar en cuanto vi, además de tener que pasar por la amarga experiencia de rememorar todo lo sucedido en la valoración psicológica.

Sé que a partir de este momento será un proceso difícil y que lo peor está empezando. Sé que, ahora sí, conoceré su verdadero rostro y que probablemente sacaremos a relucir ambos el comportamiento más vil y despiadado: él se defenderá atacando y yo atacaré defendiéndome. Sé también que quizá las cosas no debieron llegar hasta ese extremo y que tenía que haberme alejado de él mucho antes, pero lo más importante es que ya no traigo venda: ni en los ojos ni en la boca.


¿Qué lecciones me deja esto? Muchísimas más de las que puedo escribir y que en su momento les compartiré, cuando todo haya terminado. Pero de entrada, quiero compartirles una reflexión:

A pesar de los avances en la legislación mexicana, las mujeres no estamos lo suficientemente protegidas ante este tipo de agresiones puesto que el daño psicológico es muy difícil de probar. Sin embargo, sé que denunciar estos hechos es fundamental para evitar que sigan proliferando en nuestra sociedad. Hoy fui yo: Elena la que la gente conoce, la que trabaja y la que escribe; la que para bien o para mal tiene una voz pública y se hace notar. Quizá mañana sea Juana, Petra, Olivia o María y probablemente ellas no tengan tanta suerte como yo de pasar por una experiencia violenta y poder contarla.

Hoy reconozco la importancia de la denuncia, pero a pesar de que la justicia de los hombres pudiera ser corruptible, estoy segura de que la justicia de Dios siempre llega.

Hoy, a pesar de las heridas, de las palabras, del dolor, del coraje, de la frustración y de todas las emociones y sentimientos que este proceso que estoy viviendo me provoca, sé que estoy viva, que estoy fuerte y que no estoy sola.

Pero tampoco tú estás sola. Sí, te hablo a ti que tienes que escuchar insultos, que fuiste victima de violación o de golpes. Te hablo a ti que vives con miedo, que piensas que no vales, que sientes que no tienes salida. ¡Sí la tienes! Sólo tienes que alzar la voz y gritar fuerte. Quien te ama, no te maltrata; quien te ama, te cuida; quien te ama, te respeta; quien te ama, no te obliga a tener relaciones sin tu consentimiento; quien te ama, no te es infiel; quien te ama, no te dice “puta”, “pendeja”, “pobre diabla”; quien te ama, no te amenaza con golpearte o matarte (o mandar a alguien a hacerlo, como en mi caso). Eso es violencia y la violencia no es normal y no debe ser permitida.

Por eso hoy escribo “Fuerza”: porque durante y después de esta experiencia esta será mi palabra. Gritaré con fuerza hasta que se haga justicia y pueda recuperar la tranquilidad perdida. Gritaré con fuerza hasta que no quede nada de dolor y de coraje en mi interior y pueda volver a sonreír como antes. Gritaré con fuerza hasta que les quede claro a todos que ninguna mujer merece ser maltratada, denigrada, insultada, violada, humillada, vejada… ¡ni una más!

Quiero agradecer de manera muy especial a TODA la gente que ha estado conmigo desde que todo esto inició. Sería imposible mencionar tantos nombres, porque de todos los rincones ha surgido alguien dispuesto a tenderme la mano y no quiero pecar de injusta si se me pasara mencionar a alguno. Quiero agradecer a la gente que me conoce y sabe quien soy, pero sobre todo a la que, sin conocerme, ha puesto su confianza en mí y me ha apoyado moral, psicológica y legalmente. Sin ustedes, estoy segura que esto sería mucho más difícil de lo que ya es…

Sigo aquí, sigo de pie… y seguiré hasta el final.

¡Un abrazo para todos y nos leemos pronto!


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domingo, 4 de noviembre de 2012

Después del Día Cero... Por Elena Savalza


Sólo hay una cosa que a ciencia cierta sabes ahora y esa es que, probablemente, fuiste más feliz cuando la desfachatez, de hace unos meses apenas, te permitía hablar sin tapujos, sintiéndote completamente liberada. Hoy, con tu recién adquirida prudencia, las cosas deben ser distintas. Debes callar, maquillar el dolor, la culpa, la tristeza, el enojo y la frustración, simplemente porque eso es lo que se espera de ti…

Sabes que lo primero que vivirás después del “día cero”, será que no puedas creer que de verdad pasó y no sepas qué nombre ponerle. Entre la incredulidad y la confusión, querrás dormir y permanecer así todo el día, evitando sentir y pensar…


Pero despertarás, porque también de las pesadillas se despierta. Entonces recordarás cada minuto de lo ocurrido tratando de ser objetiva y de analizar cada hilo suelto para encontrar una verdad. Finalmente tu trabajo te ha convertido en eso, en casi una detective a la que ningún detalle puede escapársele. Quizá quieras quedarte en esta etapa poco o mucho tiempo, pues no creer es el territorio más seguro y menos doloroso. Si, lo último que escuchaste de él fue un “te amo”, pero ¿quién puede amarte y lastimarte así? ¿Quién puede amarte y denigrar tu intimidad de esa forma? ¿Quién puede amarte y exponerte al peligro sin importarle lo que tú sentías, sin importarle tu miedo y tu desesperación?

Después recordarás que tienes una vida, que debes trabajar, ir a clases, escribir, ver a tu familia, a tus amigos. Recordarás que debes preocuparte por ti y dar vuelta a esta última página de tu vida que expresa en sus líneas uno de los episodios más crudos y dolorosos que nunca creíste vivir. Pero deberás seguir, a pesar del enojo. Sí, porque sientes mucho coraje, porque  ya viste el vestido, negro y con rayas horizontales, que usabas esa noche, 48 horas después aún en el piso de tu habitación, y recordaste cómo lo sacaste de tu cuerpo con rabia, para poder ducharte y dormir. El vestido tirado te da una bofetada; el vestido te dice “¡Despierta, todo fue verdad!”.

Sentirás mucho enojo contigo, por no haber visto las señales de alerta, por no haber escuchado a quienes antes te lo advirtieron, por haber creído que de verdad no era como la gente te lo pintó, por haber confiado en él hasta el punto de no medir los riesgos, por haberte expuesto a ti misma, por no haber sido capaz de cuidarte de él, por ser demasiado tonta a pesar de creerte tan lista, por depositar tu amor y tu confianza donde nunca fueron valorados.

Sentirás coraje con él, porque ni siquiera puedes encontrar una explicación lógica a lo sucedido y porque sabes que a partir de ahora habrá muchos “¿Por qué?” en el aire. Escucharás en tu mente una y otra vez todos los “te quiero”, todos los “te amo”, todos los planes a futuro y no podrás creer que alguien con quien te sentías tan segura, tan cómoda, tan relajada con tan sólo un abrazo y una mirada, hubiese sido capaz de provocar tanto dolor en unos minutos; minutos que fueron eternos, pero afortunadamente, sólo unos minutos al fin.

Te sentirás triste, muy triste, porque en el fondo tu corazón se estará peleando con tu razón y querrás hacer como si nada hubiese sucedido para continuar igual, simplemente pasando por alto tu dolor y negando lo que pasó. Te dará vergüenza contarlo y no encontrarás qué nombre ponerle a lo sucedido.

Pero sabrás que, aunque en ese momento te parezca imposible, un día el enojo y la tristeza mezclados que sientes ahora se irán y ese día lo aceptarás como parte de una amarga experiencia que la vida tenía para ti. Un día encontrarás las respuestas a todos los “¿Por qué?”, quizá convertidas en muchos “¿Para qué?”, porque debe haber existido dentro de los planes de Dios alguna razón para que tú, precisamente tú, lo hubieses vivido.

Sabrás que un día, esa sonrisa que se niega a aparecer de corazón ahora, volverá a tu rostro sin mayor esfuerzo: natural y genuina, como siempre, como tú eres, como ha sido siempre la sonrisa que ha alegrado a todos los que te han conocido.

Y seguirás, porque además no tienes muchas opciones. Seguirás porque no entregarás más de lo que ya entregaste. Seguirás porque aunque las ganas de derrumbarte, de esconderte en tu cama y de no volver a salir de allí sean muy tentadoras, no regalarás lo que con tanto esfuerzo conseguiste porque nadie, absolutamente nadie, merece que le entregues tu derrota: ni siquiera él.



Entenderás que el tiempo todo lo cura y te perdonarás a ti misma por haberte expuesto, por haber amado y por haber confiado: sencillamente, confiar es natural cuando amamos. Tendrás mayor precaución, a partir de ahora y seguirás. Te agradecerás a ti misma el haber fomentado siempre muchos intereses y motivos para vivir, sin permitir que tu vida girase en torno suyo, porque es de esas cosas que enriquecen tu mundo de las que te tomarás fuerte ahora para superar esto.

Y si, aunque no lo creas, también lo perdonarás a él. Aunque no encuentres las razones, lo perdonarás. Quizá él no lo merezca, pero tú si lo mereces. Mereces ir por la vida sin guardar rencores, mereces liberarte de las ataduras negativas, porque de sobra sabes que el resentimiento ata a las personas tanto o más que el mismo amor. Lo perdonarás porque lo quieres y porque el perdón no es negociable, sobre todo cuando ha existido tanto amor (por lo menos de tu parte), pero te alejarás porque te quieres a ti misma muchísimo más y tu seguridad e integridad tampoco estarán en tela de juicio. Entenderás que “la primera vez, eres víctima; pero la segunda, ya eres voluntaria”, así que dependerá sólo de ti el permitirle volverte a lastimar. Sólo tú decidirás si le darás ese poder o te lo quedas contigo.

Un día escribirás, porque eso es lo que sabes hacer y eso es lo que te define. Escribirás cómo fue, cómo lo superaste y qué fue lo que aprendiste a raíz de esta experiencia, porque sabes que siempre hay un aprendizaje detrás del dolor. Contarás que eres fuerte, contarás que se puede, contarás que siempre hay una forma de seguir cuando se quiere.

Y la tranquilidad, la paz de tu alma y la sonrisa de tu rostro que se esfumaron después del “día cero”, regresarán a tu vida…

Y serás tan feliz como te lo mereces…

Esta entrada está dedicada a todas las mujeres que han sufrido alguna vez violencia física, sexual o psicológica, en cualquiera de sus formas. Estoy convencida de que siempre hay un camino y que nada sucede por azar. ¡Un fuerte y fraternal abrazo!

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