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lunes, 30 de julio de 2012

Una nueva historia... por Elena Savalza


Hace casi un año hablaba con mi amiga Liliana sobre el pasado, sobre “dejar ir”, la aceptación y otras tantas cosas que vienen a nuestras conversaciones habituales cuando una relación termina y te encuentras en proceso de sanar. En ese momento, me atormentaba la idea de cortar de raíz el contacto con uno de los hombres más importantes de mi vida, para lo cual Liliana intentaba darme ánimos y mostrarme su apoyo. Hubo un momento de la conversación en que Lily me dijo: “quizá no tengas que dejar de verlo o de hablarle, a lo mejor, sólo es cuestión de que quieras empezar una historia diferente, pero con la misma persona”.


Poco a poco, con el pasar de los meses, fui entendiendo lo que Liliana me quiso decir ese día: se trataba de eliminar de mi vida y del patrón de los pensamientos relacionados con esta persona, aquellos que me causaran enojo, dolor, rencor y toda clase de emociones negativas; para dar paso al amor, la compasión, el perdón y todas las manifestaciones de magia que se merecía alguien que había formado parte importante de mi vida y que, dentro de todo lo malo que pudiera haber existido, compartió conmigo muchas vivencias y momentos preciosos que guardo para siempre en mis recuerdos y en mi corazón.

Dejé de darle importancia a esta parte y continué mi camino. Con el pasar de los meses conocí más gente, trabajé, me tropecé, me caí, me levanté, me equivoqué y aprendí. Pero el concepto de “iniciar una historia distinta con la misma persona” no se había materializado en mi vida, así que no había tenido la oportunidad de vivir, en realidad, la enseñanza que Lily quería que hiciera parte de mí.

Este fin de semana, sin embargo, algo cambió…


Tuve la oportunidad, gracias a mi hermana Marina, de vivir una experiencia de sanación y reencuentro con la niña que fui, de recorrer mi camino de nuevo y detenerme en los lugares y momentos de mi existencia en los que he aprendido a ser la persona que soy ahora, incluyendo los recuerdos no tan gratos, mis tropiezos, mis errores y los momentos en los que me sentí culpable, perdida y sola.

Agradecí infinitamente lo que hasta el momento tengo y re-aprendí que el camino andado no ha sido en vano, porque hoy soy más fuerte y más sabia, sobre todo porque reconozco que jamás dejaré de aprender de mí y que cuando no sepa qué hacer no tengo que presionarme por tener todas las respuestas; de hecho, hasta es natural que no las tenga. Sin embargo, en todo momento, tendré siempre la opción de volver a la premisa básica: practicar el amor por mí misma.

Así, en el camino de amarme y aceptarme, de pronto vino la oportunidad de aceptar, amar y perdonar a aquellos que, por alguna razón, consideré mis verdugos. Justo allí, recordé a Liliana y la idea de iniciar “una historia distinta con la misma persona”. Y entonces, la magia y el amor que siempre ha existido pero que redescubrí en las últimas horas, hicieron su parte y pusieron frente a mí precisamente a aquella persona con la cual mi corazón me gritaba desde hacía tiempo que tenía que comenzar de nuevo.

La vi así: sin sarcasmo, sin cuestionar, sin intentar justificarme, sin criticarle ni reprocharle que no hubiera actuado como se suponía, según mi percepción, debió haber procedido. Sólo comencé a disfrutar del momento presente que estábamos compartiendo y evitando el hacer preguntas para las cuáles no tendremos jamás una respuesta racional. Saqué de mi bolsa la razón y la lógica, dejando que sólo hablara mi corazón.

¿El resultado? Pasé una de las mejores noches que he vivido recientemente. Entendí, por primera vez en mucho tiempo, que no puede haber magia robada, porque la magia no tiene adjetivos ni títulos de propiedad: simplemente es. Llega porque sí, permanece el tiempo que tiene que permanecer y no necesita más que un corazón y una mente verdaderamente dispuesta a recibirla.

Y esa historia distinta, con la misma persona, comenzó a escribirse hace unas horas… ¿Cómo terminará? No lo sé y no lo puedo saber. Sé que sucederá cuando tenga que aprender todo lo que Dios quiere que aprenda aquí: ni antes ni después.



No siempre podemos entender ni controlar todo aquello que nos pasa, pero siempre podemos “volver a lo básico”: practicar y sentir el amor, sin intentar explicar todo lo que nos sucede. Debemos confiar en que estamos en el lugar y momento preciso, con las personas correctas, porque todo forma parte de un plan preciso y detallado que alguien, mucho más inteligente, sabio y sensitivo que nosotros diseñó.

En la medida que aprendamos a disfrutar lo que tenemos y dejar de pensar en lo que no tenemos, es como la vida adquiere sentido. Sólo tienes el momento presente… ¡vivámoslo hoy!


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martes, 17 de julio de 2012

De los amores platónicos y otros monstruos... Por Elena Savalza


Busqué en internet una definición para el amor platónico porque tengo la impresión de que estuve adoleciendo, hace unos días, de ese mal.  Si. Ese amor que se presume imposible, que va más allá de lo físico o lo sexual y que simplemente es, porque sí, sin más razones ni conjeturas. Navegué en varias páginas que me arrojaron algunos buscadores, intentando comprender lo que sucedió el jueves; pero, sin faltarle al respeto a “San Google”, creo que su poder es limitado y que mi corazón y mi mente, juntos o separados, rebasan su capacidad de explicar todas las cosas explicables dentro de este planeta y mundos alternos… (¿Qué dije?).

Llegué a la Ciudad de México el pasado jueves para trabajar con ese cliente que atiendo desde hace meses, pero al que me une una historia un poco más… ¿antigua? Bueno, “antigua” podría ser un término que, sin entrar en detalles, la definiera. Sin embargo, ese día no iba a ser para nada parecido a los anteriores, aunque sé que parte de la magia de mi trabajo es que ningún día es igual a otro.


Entré, saludé al “jefe” apurada, pues llegué con retraso, dejé mi maleta en la Recepción (aún no había ido al hotel a hacer mi check in) y subí las escaleras hasta la oficina de mi contacto para comenzar a trabajar. Allí fue cuando lo vi. Estaba sentado de espaldas a la puerta, con una camisa de vestir color rosa y un pantalón de mezclilla, que parecía desentonar con la formalidad del ambiente de la oficina. Después de un “buenos días y perdón por el retraso”, me es presentado el desconocido:

-          Te presento a mi tío… - Me dijo mi contacto
-          Mucho gusto, Elena Savalza…
-          El gusto es mío – Contestó mientras me daba la mano y acercaba su mejilla a la mía para darme un beso.

Era lo suficientemente alto como para que me obligara a estirar un poco mi cuello al saludarlo, pero no tanto como para que no me dejara ver sus ojos: coquetos, no muy grandes pero de un color verde hermoso. Una sonrisa franca, piel blanca bronceada y barba de un día sin rasurar. Su cabello entrecano no me dejaba adivinar su edad, pero después supe que tenía 42 y era divorciado, además de oler a Hugo Boss clásico. Supongo que, con esta descripción, no tengo que ser tan elocuente para decir que el tío desconocido me encantó y lo que sigue de eso.

Para mi buena suerte, unos instantes después de ser presentados nos dieron la “bendita noticia” de que durante los siguientes 6 meses estaremos trabajando juntos, lo cual me hizo, inexplicablemente, sentirme la mujer más feliz del mundo. Entre trabajo y un poco de conversación, pocos minutos nos bastaron para enterarme de lo mucho que teníamos en común y para comenzar a conversar con él como si nos hubiésemos conocido desde mucho tiempo antes. Descubrí también que era atento y caballeroso, además de detallista y simpático, sin restarle méritos al delicioso café que prepara: demasiado bueno y maravilloso para ser real y, sin embargo, estuvo allí frente a mí, convirtiendo esos momentos en algunos de los mejores que recuerdo recientemente.

Lo vi por última vez el viernes, cuando subía mi maleta al taxi y me abría la puerta trasera mientras me recordaba cuánto gusto le había dado conocerme y me daba un beso en la mejilla a manera de despedida. Y desde ese instante, tengo una sonrisa en mi rostro que no entiendo de dónde viene, pero que ni con cirugía plástica logro borrar.

Sí. Sé que puede parecer tonto que a mis casi 30 años, me sienta como si tuviera 15 al haber conocido a alguien que, si bien volveré a ver y con quien seguiré en contacto por cuestiones de trabajo, está demasiado lejos de mi alcance. Ni siquiera puedo garantizar que haya sentido la misma emoción que sentí yo. Sencillamente, no puedo pensar en tener algo más justo por aquella “historia antigua” que antecede a mi relación (ahora comercial, solamente) con ese cliente.

Y sin embargo, me hizo feliz volver a sentir…


Mi corazón pasó de estar dormido por años a enamorarse, robando magia. Después lloró, se decepcionó e, incluso, se conformó con un final que no eligió pero que aceptó al dejar de pelear por una historia forzada. Pero ese día, sentí cómo de pronto y sin que lo controlara, comenzaba a recobrar mi antiguo brillo, mi fortaleza y hasta mi inocencia y mi fe, recuperando la capacidad de enamorarme a primera vista y poner mi  mundo de cabeza en tan sólo unas horas, atreviéndome a ser yo y a dejar fluir aquella energía que tal vez estuvo allí desde hace tiempo pero que no me había permitido proyectar.

Así de mágico y así de ilógico, sin conceptos rebuscados y sin explicaciones profundas, sólo sintiendo lo que de momento es, e ilusionándome con lo que podría ser y quizá no será, pero que el simple hecho de que haya estado de nuevo en mi cabeza me hace feliz.

Y así, después de haber escuchado una vez más "¿Desde cuándo?" de Alejandro Sanz, (Escucha la canción "¿Desde Cuándo?" Alejandro Sanzcerrando los ojos y sonriendo como idiota, recuerdo por última vez cada detalle y cada gesto antes de salir de mi burbuja, mientras intento regresar a mi vida habitual. Lejos de la Ciudad de México, viendo hacia el mar...

A trabajar, a escribir y a ser de nuevo yo: esa “yo” que no cambio por nada…

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sábado, 7 de julio de 2012

"Porque me viste cuando era invisible"... Por Elena Savalza


Hay una película producida por Disney llamada “El Diario de la Princesa”. Aunque existen dos partes y hace ya muchísimos años del estreno de ambas, la primera parte es transmitida recurrentemente y cada vez que la repiten la veo, simplemente porque me sigue gustando. Si ustedes también gustan del cine “rosa” (a mi me fascina), seguramente recuerdan a Anne Hathaway protagonizando las cintas que menciono.

En la trama, la Princesa Amelia (Mía) vive en el anonimato hasta los 15 años, incluso sin saber que era la heredera al trono de un país europeo ficticio. Sin embargo, un día aparece su abuela, la Reina, y le informa que su padre ha muerto y que debe tomar el trono. La joven se ve retada por su destino a tomar una responsabilidad para la cual no se sentía ni remotamente preparada. Seguramente la Princesa Mía tuvo miedo, pero al final tomó la decisión de afrontar el reto y de ser quien tenía que ser desde el principio de su vida, acompañada de quienes siempre estuvieron con ella. Al final de la historia, la Princesa, quien había estado enamorada de un amigo cercano, un joven sencillo, termina con final feliz, asumiendo su papel de heredera al trono y declarando su amor por este chico. Cuando él la cuestiona sobre las razones por las cuales “fue el elegido”, ella le responde la que es mi frase favorita de la historia: “porque me viste cuando era invisible”.


Pero no es para hablar de cine “rosa” para lo que les escribo hoy. El hecho de que mi vida amorosa sea prácticamente inexistente (lo cual considero una bendición, por el momento), no significa que no tenga nada qué reflexionar ni qué compartir con ustedes.

Hace unos días, una amiga, a quien admiro muchísimo en lo profesional y lo personal (no lo saben, pero ella me inspiró en una entrada anterior: “Mujerona”) tuvo que dejar, por cuestiones laborales, un programa de radio que venía conduciendo. Lo verdaderamente increíble de esto, es que ella pensó en mí para reemplazarla. Si, así como lo leen: ¡pensó en mí! Ella, que es una experta en logística portuaria y comercio exterior, el tema que se maneja en dicho programa, confió en que yo podía llevarlo a cabo.

Al principio me sentí asustada, por la enorme responsabilidad que implicaba y hasta dudé, por unos instantes, de mi capacidad para realizarlo. Me dio ese pánico escénico normal, hasta cierto punto, que me hacía dudar de que fuera verdad lo que me estaba pasando. Comencé a pensar en que de un momento a otro ya no solamente me leerían, sino que ahora también me escucharían, por lo cual estaría sometida al constante escrutinio de las personas.

Como era de esperarse, cuando lo comenté con mi círculo cercano, todos me dijeron que era una oportunidad que no podía desperdiciar. Sabía que había muchísimas cosas en las cuales pensar y que no era una decisión sencilla, pero todos estaban demasiado emocionados por mí y no podía fallarles. Así que vencí mi miedo y decidí abrirme a la oportunidad. El martes y el jueves pasado, estuve acompañando en la conducción del programa a mi amiga y, para ser sincera, me sentí muy cómoda detrás de los micrófonos. Si bien no era la primera vez que participaba como invitada en un programa de ese tipo, era muy distinto esta vez, porque sabía que los socios de la radio difusora me estarían escuchando y probablemente de eso dependería el que permaneciera o no al aire. De ser la “Cenicienta de las letras” ahora también podría ser la “Cenicienta del micrófono” y la verdad, estaba algo perturbada por la posibilidad.

Sin embargo, aunque no voy a profundizar en los detalles,  mi “cuento de hadas” no era tan perfecto como se lee. Tenía una enorme barrera en el aspecto laboral e incluso en el terreno amistoso para aceptarlo, por lo que no era tan sencillo decir que sí. A pesar de eso, allí estaba yo, intentándolo y confiando en que algo bueno surgiría al final de todo. Si el estar allí era parte de mi destino, seguramente tendría la claridad suficiente como para decidirlo de manera tranquila, pensaba que al final de cuentas la oportunidad llegó sin yo buscarla, como muchas veces llegan las mejores cosas de la vida, por lo cual solamente tenía que ser receptiva y aceptar lo que estaba sucediendo.

Así, entre la columna semanal, la revista, el blog  y ahora la radio, tenía la oportunidad de llegar a mucha gente. Hubo varios amigos y conocidos que me escucharon y me lo hicieron saber en el transcurso de la semana, por lo que no podía menos que sentirme contenta, como si estuviera arriba de una nube que sabía que no me podía permitir aún, pero que estaba disfrutando. Era como si de pronto, el esfuerzo diario comenzara a tener recompensas que nunca imaginé que recibiría.

Por fin llegó el viernes, el día decisivo. Ese día conocería al socio de la radio difusora y a quien sería mi jefe, en caso de quedarme. Se suponía que querían conocerme, que ya habían escuchado los programas y que, al haberse despedido mi amiga al aire, tendría una propuesta qué escuchar porque el próximo martes ya debería estar detrás del micrófono. Allí me llevé una gran decepción: vi entrar al restaurante a dos tipos con actitud prepotente, que me dijeron que “no tenía un nombre” y que debía estar supeditada a la supervisión de los contenidos de mi programa y, por ende, a una línea de información que, por cuestiones de ética, jamás seguiría. La entrevista duró 15 minutos, pero fue el tiempo suficiente para saber que no vendería mi alma al diablo por adquirir notoriedad y que no aceptaría ser tratada con prepotencia y con tan poca caballerosidad, por llamarlo de una forma dulce. Así que allí terminó, momentáneamente esta historia…


Sin embargo, de esta semana rara, surgieron muchas cosas buenas:
  • Enterarme de que era capaz de hacer algo que no se supone que haría nunca, por el simple hecho de que mi amiga pensara en mí y me diera la oportunidad de probarme, lo cual le agradezco infinitamente.
  • El saber que, ante todo, pude preservar mi integridad y no hacer nada que vaya en contra de mis principios. El poder dormir tranquila, sabiendo que mi trabajo y mis palabras son usadas para construir y no para destruir, es más importante que adquirir “nombre” a un precio que no querría pagar.
  • Una nueva oportunidad: si creyeron que se escaparían de escuchar mi voz en radio, están muy equivocados. Pronto les sorprenderé con un nuevo proyecto, que surgió precisamente a raíz de esta experiencia, pero en distinto foro.
  • Reconocer a mis buenos amigos por una simple diferencia: la gente que, como le sucedió a la Princesa Mía, ha estado conmigo y lo estará desde mi “anonimato” (por aquello de que no tengo nombre) y mi invisibilidad. A quienes me animaron, me aconsejaron, se alegraron genuinamente, me abrazaron y me echaron toda clase de porras. Gracias por verme aún siendo invisible. Gracias por recordarme, aún sin tener nombre.

Nunca dejes de perseguir tus sueños ni desconfíes de tu capacidad. Tienes un inmenso potencial que quizá, como yo, no hayas reconocido aún, pero que está allí dormido. A veces es necesario que alguien venga a despertarlo, pero también, si eres lo suficientemente receptivo y te atreves, lo descubrirás por ti mismo. 

No importa que tan invisible seas para el mundo, siempre hay alguien que estará contigo y creerá en ti, en tu fuerza y en tu potencial. Siempre hay alguien que te verá más allá de las sombras. Pero lo más importante: jamás dejes de reconocer por ti mismo la luz que tienes en tu interior, porque estoy segura que aún cuando nadie te vea ahora, tú puedes brillar tanto como tú te lo propongas. Nunca dejes de ser lo que en este mundo viniste a ser.

¡Nos leemos (o escuchamos) pronto!



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