sábado, 17 de marzo de 2012

Primera Llamada... Por Elena Savalza

Hace unos días se celebró el Día Internacional de la Mujer. Independientemente del valor que para muchas personas, con opiniones divididas, pueda representar esta celebración, sin duda alguna, para mi fue un día sumamente especial.

Resulta que tuve el honor de haber sido invitada por parte de la AMMEEC (Asociación Mexicana de Mujeres Empresarias del Estado de Colima) Delegación Manzanillo, para conducir un magnífico evento para conmemorar este día, organizado con arduo esfuerzo por parte del Comité que preside dicha Delegación.

No había tenido oportunidad de reflexionar sobre esto, hasta hoy que, de visita en Ixtlán, Nayarit y platicando con mi mamá y hermanas, les contaba sobre dicha experiencia y lo que para mí significó.

Lo primero que pensé al ver el mensaje, donde amablemente la Delegada de AMMEEC me invitaba como Maestra de Ceremonias, fue un “¡Jamás he hecho algo así y no sé si pueda!”. Sin embargo, sólo bastaron unos minutos para que mi “yo verdadero”, acostumbrado a los retos, contestara que sí.

Los días anteriores a la fecha fueron un tanto “raros”, por llamarlos de alguna forma. Mientras mi vida laboral parecía estar pasando uno de los mejores momentos desde hace mucho tiempo, mi vida personal (sentimental, para ser específica), pasaba por un lapso bastante complicado.

Toda la suerte y fortuna que parecía estarme sonriendo, por una parte, luchaba para no ser opacada por las lágrimas, la ansiedad, la psicosis, la angustia, la tristeza y la rabia que me estaba originando un suceso reciente, en el terreno… ¿amoroso?... Ok, no sé si el término sea bien utilizado, pero ustedes me entienden… ¿no?

Por fin, llegó la noche anterior al evento. Tenía listo ya mi vestido blanco (color oficial de AMMEEC) y afinaba los últimos detalles de mi guion, mientras sentía esa cosquillita en el estómago, con una mezcla de emoción y nerviosismo y con muchas ganas de que todo quedara perfecto.

Me imaginaba parada en el escenario, dueña por completo de mí, viendo a toda la audiencia sin miedo, sonriendo relajada, hablando con total fluidez. Después de todo, no era la primera vez que tenía que hablar en público, pues desde hace algunos años, parte de mi trabajo ha consistido en impartir cursos y hasta ese momento, me había salido muy bien. Además, contaba con una que otra participación en programas de radio… ¿Qué podría ir mal?

Dormí unas cuantas horas y me levanté con la convicción de que, a pesar de cualquier circunstancia, ese 8 de marzo era un día especial. No importaba todo lo que estaba viviendo, simplemente ese día toda mi energía estaba concentrada en que mi “debut” como conductora o maestra de ceremonias, fuera lo mejor posible.

Llegué al salón del evento casi de madrugada (bueno, está bien… a las 7:30 am) y revisé el escenario, el podio detrás del cual me iba a parar, la lista de invitados especiales, algunos detalles del guion, los micrófonos, el sonido, etc.

De entrada, tenía que convivir con todo el nerviosismo de todos a mí alrededor, quienes estaban tanto o más preocupados que yo porque todo fuera perfecto, pero sin dejarme contagiar por sus nervios: yo tenía que librar mi propia batalla contra el pánico escénico.

Comienza el evento. Algunos invitados, incluso conferencistas programados, no habían llegado aún y antes de que dijera siquiera “buenos días”, ya me habían fallado dos micrófonos, mientras mi audiencia volteaba expectante y desesperada hacia la voz que no lograba todavía penetrarlos.

De más está decir que me sentí como animal de zoológico, cuando vi las cámaras de televisión y los “flashazos” de la prensa impresa y electrónica, encandilando mi rostro.

Sentía que mi respiración se escuchaba a kilómetros de distancia, mientras me aferraba al micrófono con tanta fuerza que, por poco, lo estrangulo.

No. No era como dar cursos, pues en éstos la única que dominaba el tema y el escenario era yo y hasta podía darme el lujo de contar algunos chistes y bromas, porque sabía que la gente que estaba frente a mí, iba a aprender y nadie sabía mejor que yo de lo que estaba hablando. Tampoco era como estar dentro de una cabina de radio, sin tener la menor idea de quién me estaría escuchando.

Aquí todo era diferente. Tenía que sonar natural y precisa, cordial y amable, relajada y segura. Mientras por dentro me consumía el enorme nerviosismo de quien le mueven el piso y la obligan a improvisar, pues en definitiva, no todo estaba saliendo como se había ensayado.

Así transcurría el día, entre cámaras, flashes, micrófonos descompuestos, idas y venidas, controles de tiempos, nervios, gente conocida y desconocida, retoques de maquillaje, fotos, fotos y fotos.

Y entonces lo entendí: Tenía que relajarme y dejarme llevar. Tenía que comenzar a disfrutar de ese momento que, por varios días esperé. Tenía que demostrarme que estaba allí porque alguien confió en que podía hacerlo, así que no iba a contradecir esa confianza con mis miedos.

Justo allí, empecé a valorar la gran oportunidad que estaba teniendo. No hablo del foro, no hablo de la gente que, antes de ese día, no sabía de mi existencia y que después de eso me comenzaría a saludar en la calle como si fuéramos viejos conocidos. No hablo del hecho de que, gracias a toda la energía invertida, me pude desprender de mis asuntos personales que por días enteros me habían venido agobiando.

La gran oportunidad que tuve fue la de APRENDER:

Ese día aprendí que, por más que tratemos de planificar y prever todos los acontecimientos de nuestra vida y apegarnos a un guion predeterminado, siempre habrá algo que se nos salga del programa. Eso jamás debe detenernos, al contrario: esos momentos son, en los cuales, podemos demostrar todo nuestro potencial para salir adelante y levantarnos después de los tropiezos.

También aprendí que la vida da nuevas oportunidades a cada momento, pero VIDA solamente hay una. Probablemente yo vuelva a repetir mi experiencia en un evento así, si se me da una nueva oportunidad y, con seguridad, lo haré mucho mejor que en esta primera vez. Sin embargo, lo que no haga hoy por mi, esté o no dentro de mi guion, no lo haré nunca más, porque mi momento es ahora.

Aprendí la importancia de creer en mí. Jamás me imaginé que, entre tanta gente que quizá pudiera hacerlo mucho mejor que yo, hubiera sido la elegida para tal responsabilidad, por la magnitud del evento. Sin embargo, alguien creyó en mi y por esa razón estaba allí parada, frente a tanta gente. Lo peor que pudiera haber hecho, era boicotear esa confianza por mis propios miedos e inseguridades.

Aprendí la importancia de disfrutar lo que haces, justo en ese momento, sin pensar en el ayer o en el mañana. Cuando disfrutas lo que haces, el que te salga bien, es una consecuencia natural: así de simple.

Para terminar, les dejo mi propia reflexión:

Todas las obras de teatro, antes de levantar el telón, tienen una primera, segunda y tercera llamada, para preparar la escena. Pero en la vida, las oportunidades solamente llaman una vez.

Muchas veces desperdiciamos una oportunidad de “brillar”, en cualquier escenario, porque tenemos miedo de pagar las consecuencias: ser criticados, sacrificar tiempo, invertir esfuerzo o disciplina.

Al final, yo creo que el “brillo”, cuando es resultado de un arduo trabajo y cuando sabes que nadie te regala nada y estás allí porque luchaste duro para eso, se disfruta… ¡y se disfruta mucho!

Jamás esperes una “segunda llamada”, porque puede no haberla. Tu momento es justo ahora.

¡Que se abra el telón y a vivir tu propia obra!

Mi enorme agradecimiento a Pilar Serrano y a la AMMEEC, por la confianza y apoyo otorgado. ¡Felicidades!

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