domingo, 25 de marzo de 2012

Mentiras... Por Elena Savalza

Hace mucho tiempo que perdí la cuenta de mis Monstruos…

Antes solía enumerarlos, pero ya no había tenido necesidad de hacerlo. Parecía que en mi vida todo era nuevo y demasiado bueno, a partir de que decidí dar la “bienvenida” a todo lo que 2012 tenía para mí, sobre todo en el terreno personal.

Pero todavía no iniciaba bien el año, cuando un nuevo monstruo se aparecía allí. ¿Pude haberlo esquivado? Definitivamente sí. ¿Quería esquivarlo? No, no quería. Como muchos de los monstruos con los que he convivido, parecía mucho mejor de lo que realmente era. Así que, sin más ni más, decidí vivirlo.

Estoy hablando del Monstruo de la Mentira, de esa Mentira que tienes que vivir para aprender, como nunca antes, el valor de la Verdad.

Sostener una mentira es mucho más difícil de lo que muchos creemos. Incluso, teniendo actitudes comunes como el sarcasmo o el cinismo, jamás es fácil salir bien librado una vez que decides, voluntaria o involuntariamente, involucrarte en un engaño.

A mí me pasó: Tuve que sostener recientemente una gran mentira.

A decir verdad, desde el primer minuto fue completamente desgastante. Creo que mis labios mienten mucho mejor que mi cuerpo, porque lo primero que sucedió fue que la tensión me enfermó físicamente y, por una semana entera, tuve que sufrir los estragos del resfriado (fiebre, dolor de cabeza, cuerpo cortado, etc.), que expresaban en mi salud física y en mi aspecto,  todo lo que mi boca no era capaz de decir.

Y de pronto, la mentira crece. Se vuelve más fuerte y más compleja. Comencé a mentirles a todos a mi alrededor, a inventar excusas, a evitar miradas, a gastar mi tiempo y mi energía en no ser descubierta, aunque, en mi interior, lo único que quisiera fuera gritarle al mundo lo que verdaderamente estaba pasándome, lo que estaba viviendo y  lo que estaba sintiendo.

A pesar de que mi cabeza y mi corazón no se ponían de acuerdo, de alguna forma ambos me mentían y vivía permanentemente confundida, con insomnio o con exceso de sueño, a veces triste, a veces enojada y sólo en muy pocas ocasiones, verdaderamente feliz. Porque la mentira también tiene eso: te da algunos momentos de felicidad efímera, lo cual hace mucho más difícil salir de ella.

La alegría, pero también, la tristeza, el rencor, la frustración y el coraje fueron compañeros permanentes. Pero no podía compartirlos con quien normalmente lo hubiera hecho, si se tratara de otra situación, porque decirlo lastimaría muchísimo más que callarlo.

La mentira afecta a quien la dice y a quien la vive, pero también tiene víctimas involuntarias. En mi caso, hubo gente que sufrió las consecuencias de lo que yo no fui capaz de decir en su momento. El mundo perfecto que teníamos todos los que vivieron alrededor de mi mentira (o nuestra mentira), se desmoronó por completo.

Tuve mi oportunidad de decir la verdad a la principal víctima, pero por miedo a sus consecuencias, no lo hice. Después resultó que la mentira trajo muchos más efectos secundarios, pero para ese momento sus raíces eran tan profundas, que fue imposible de arrancar.

Han pasado varios días desde que me aparté de la situación. Sin embargo, la mentira permanece en el mismo lugar, haciendo feliz (o por lo menos, eso quiero creer) a quien la ignora.

Quizá la verdad tenga su tiempo. Quizá el tiempo de decirla ya pasó o quizá no llegue aún…

Lo que es un hecho es que, dentro de todo lo malo que este episodio en mi vida me dejó, siempre agradeceré a la persona por la cual me involucré en esta mentira, porque nunca como antes había conocido la importancia de vivir en la verdad, por mi propia salud mental.

Además, cuando decidí ser honesta, descubrí también que, quien te quiere, te reprende; que un amigo no necesariamente está de acuerdo con todo lo que haces, pero te apoyará incondicionalmente y te ayudará a salir del bache, aun cuando para eso tenga que ponerte un par de bofetadas... por lo menos, emocionales. (¡Gracias!)

Sé que jamás dejaré de aprender. También sé que, muy probablemente, alguna vez vuelva a estar expuesta y con la guardia baja en una situación así. Pero, si eso pasa, YA NO SOY LA MISMA, porque me llevo lecciones valiosas que hoy quiero compartir con ustedes:


Asumir que el mandamiento “no mentirás” aplica principalmente hacia ti mismo: La angustia, la desesperación, el enojo, la tensión, el malestar e incluso la enfermedad física, que generan estas situaciones, solamente son señal de que estás yendo en contra de tu verdadera esencia. Siempre debes estar al tanto de lo que quieres para ti y de lo que sientes, porque las peores mentiras son las que te dices a ti mismo; y de esas, nadie más que tú te puede liberar.

Alejarte de la situación y de la persona: Puede parecer imposible, puesto que muchas veces nos hacemos tan dependientes de nuestra pequeña dosis de felicidad efímera, que arrancarla de raíz y alejarnos de ella, se percibe como una tortura mucho mayor que permanecer allí. Sin embargo, a la larga,  será mucho mejor conservar el respeto hacia uno mismo, por más pisoteado que esté nuestro amor propio. Siempre, si te empeñas lo suficiente, habrá una forma de levantarte y recuperar tu estabilidad y tu equilibrio.

Liberarte de la Culpa y Perdonarte: El mentir genera sentimientos de culpabilidad. En mi caso, jamás pude disfrazar del todo la mentira, puesto que me traicionaba aquella pequeña dosis de consciencia que me decía que no estaba caminando derecha. Quizá fue esa pequeña lucecita interior, lo que me hizo retirarme, pero no impidió que hubieran momentos terribles, en los que me reprochaba el haber sucumbido ante la tentación de mi, entonces, hermosa mentira.

Hoy sé que es completamente inútil castigarme por cosas que ya no puedo cambiar. Lo único que queda para mí de esto es aprender. En los peores errores y en los más grandes tropiezos, están encerradas las más valiosas lecciones de la vida. Además, el perdonarme es, principalmente, un acto de amor hacia mi misma y una reafirmación de mi condición como ser humano.

Reparar el daño: La reparación de daños es la parte más difícil. Esto implica afrontar la verdad, reconocer nuestro error ante los demás y arriesgarnos al rechazo, al cual todos tememos. Pero muchas veces, el reparar el daño, tal como todos los demás podrían entenderlo, implicaría para la parte afectada realizar un daño mayor.

Repara el daño hasta donde tus posibilidades lo permitan y hasta donde no lastimes a más personas de las que originalmente salieron dañadas por tu mentira. Lo demás, lo que no está en tus manos, déjalo a Dios: aunque lo dudes, siempre se encarga de poner las cosas en su lugar.

Deja ir con amor: Lo más rescatable de todo el final, fue que la última interacción que tuve con mi principal cómplice en esta mentira fue en términos cordiales, por lo que puedo decir que “lo dejé ir con amor”. Esto implica aceptar que todos cometemos errores y que no vale la pena cargar con equipaje emocional extra, como lo es el rencor. Este equipaje no me sirve para continuar mi viaje “por el camino de la magia”.

En muchas ocasiones, el resentimiento ata a las personas con mucha mayor fuerza que el mismo amor. Entiendo que perdonar es un regalo hacia mí misma, mucho más que hacia la otra persona. Así que, entonces:

“Te quiero, te perdono, te bendigo, te agradezco todo lo aprendido y lo vivido… y te dejo ir.”


Para finalizar, les comparto una reflexión de Mahatma Gandhi, que describe a la perfección lo que siento y pienso, ahora que esta experiencia parece haber terminado:

Señor:

Ayúdame a decir la verdad delante de los fuertes y a no decir mentiras para ganarme el aplauso de los débiles.

Si me das fortuna, no me quites felicidad…

Si me das fuerza, no me quites la razón…

Si me das éxito, no me quites la humildad…

Si me das humildad, no me quites la dignidad…

Ayúdame siempre a ver el otro lado de la moneda.

No me dejes inculpar de traición a los demás por no pensar como yo.

Enséñame a querer a la gente como a mi mismo y a juzgarme como a los demás.

No me dejes caer en el orgullo si triunfo, ni en la desesperación si fracaso.

Más bien, recuérdame que el fracaso es la experiencia que precede al triunfo.

Enséñame que PERDONAR es lo más grande del fuerte y que la VENGANZA es la señal primitiva del débil.

Si me quitas la fortuna, déjame la esperanza…

Si me quitas el éxito, déjame la fuerza para triunfar del fracaso…

Si yo fallara a la gente, dame el valor para disculparme…

Si la gente fallara conmigo, dame valor para perdonar…

Señor: si yo me olvido de ti, Tú no te olvides de mí…



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viernes, 23 de marzo de 2012

"Espero"... Por Elena Savalza

Escrito en una Sala de Espera, uno de estos días, mientras esperaba regresar a mi lugar…



¿En qué momento me convencí de que ya no debía esperarte?

No lo sé…

Quizá sólo fue que esperé tanto de ti, que un día, a mi misma, me supliqué ya no esperar nada más…

Espero que mis labios nunca más esperen tus besos…

Espero que mis ojos no vuelvan a desear mirarse en los tuyos, ni siquiera para comprobar que en esos ojos ya no hay nada qué esperar…

Espero que mi cuerpo ya no espere a tu cuerpo, en esas madrugadas en las que esperaba tu llamada, para verte una vez más…

Espero que mi corazón entienda cuán cansada estoy de esperarte y no me reproche nunca que te haya dejado de esperar…

Espero que la imagen de tu rostro no irrumpa de nuevo ni en mis sueños, ni en mis recuerdos, ni en mis deseos; y que éstos, no me traicionen nunca más…

Espero que tu ausencia le dé a tu presencia un significado en mi vida y que todos los “¿por qué a mí?” no vuelvan (¡nunca más!), en mi cabeza, a resonar…

Espero no extrañarte cuando ya no te espere…

Espero que, mientras espero en esta sala de espera (cualquier cosa que sea lo que espere), no me canse de esperar…

Espero que tengas lo que necesitas, aunque no sea lo que esperes...

Pero lo que más espero es que, esperar ya no esperarte, sea lo último que, de tí, vuelva a esperar…

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sábado, 17 de marzo de 2012

Primera Llamada... Por Elena Savalza

Hace unos días se celebró el Día Internacional de la Mujer. Independientemente del valor que para muchas personas, con opiniones divididas, pueda representar esta celebración, sin duda alguna, para mi fue un día sumamente especial.

Resulta que tuve el honor de haber sido invitada por parte de la AMMEEC (Asociación Mexicana de Mujeres Empresarias del Estado de Colima) Delegación Manzanillo, para conducir un magnífico evento para conmemorar este día, organizado con arduo esfuerzo por parte del Comité que preside dicha Delegación.

No había tenido oportunidad de reflexionar sobre esto, hasta hoy que, de visita en Ixtlán, Nayarit y platicando con mi mamá y hermanas, les contaba sobre dicha experiencia y lo que para mí significó.

Lo primero que pensé al ver el mensaje, donde amablemente la Delegada de AMMEEC me invitaba como Maestra de Ceremonias, fue un “¡Jamás he hecho algo así y no sé si pueda!”. Sin embargo, sólo bastaron unos minutos para que mi “yo verdadero”, acostumbrado a los retos, contestara que sí.

Los días anteriores a la fecha fueron un tanto “raros”, por llamarlos de alguna forma. Mientras mi vida laboral parecía estar pasando uno de los mejores momentos desde hace mucho tiempo, mi vida personal (sentimental, para ser específica), pasaba por un lapso bastante complicado.

Toda la suerte y fortuna que parecía estarme sonriendo, por una parte, luchaba para no ser opacada por las lágrimas, la ansiedad, la psicosis, la angustia, la tristeza y la rabia que me estaba originando un suceso reciente, en el terreno… ¿amoroso?... Ok, no sé si el término sea bien utilizado, pero ustedes me entienden… ¿no?

Por fin, llegó la noche anterior al evento. Tenía listo ya mi vestido blanco (color oficial de AMMEEC) y afinaba los últimos detalles de mi guion, mientras sentía esa cosquillita en el estómago, con una mezcla de emoción y nerviosismo y con muchas ganas de que todo quedara perfecto.

Me imaginaba parada en el escenario, dueña por completo de mí, viendo a toda la audiencia sin miedo, sonriendo relajada, hablando con total fluidez. Después de todo, no era la primera vez que tenía que hablar en público, pues desde hace algunos años, parte de mi trabajo ha consistido en impartir cursos y hasta ese momento, me había salido muy bien. Además, contaba con una que otra participación en programas de radio… ¿Qué podría ir mal?

Dormí unas cuantas horas y me levanté con la convicción de que, a pesar de cualquier circunstancia, ese 8 de marzo era un día especial. No importaba todo lo que estaba viviendo, simplemente ese día toda mi energía estaba concentrada en que mi “debut” como conductora o maestra de ceremonias, fuera lo mejor posible.

Llegué al salón del evento casi de madrugada (bueno, está bien… a las 7:30 am) y revisé el escenario, el podio detrás del cual me iba a parar, la lista de invitados especiales, algunos detalles del guion, los micrófonos, el sonido, etc.

De entrada, tenía que convivir con todo el nerviosismo de todos a mí alrededor, quienes estaban tanto o más preocupados que yo porque todo fuera perfecto, pero sin dejarme contagiar por sus nervios: yo tenía que librar mi propia batalla contra el pánico escénico.

Comienza el evento. Algunos invitados, incluso conferencistas programados, no habían llegado aún y antes de que dijera siquiera “buenos días”, ya me habían fallado dos micrófonos, mientras mi audiencia volteaba expectante y desesperada hacia la voz que no lograba todavía penetrarlos.

De más está decir que me sentí como animal de zoológico, cuando vi las cámaras de televisión y los “flashazos” de la prensa impresa y electrónica, encandilando mi rostro.

Sentía que mi respiración se escuchaba a kilómetros de distancia, mientras me aferraba al micrófono con tanta fuerza que, por poco, lo estrangulo.

No. No era como dar cursos, pues en éstos la única que dominaba el tema y el escenario era yo y hasta podía darme el lujo de contar algunos chistes y bromas, porque sabía que la gente que estaba frente a mí, iba a aprender y nadie sabía mejor que yo de lo que estaba hablando. Tampoco era como estar dentro de una cabina de radio, sin tener la menor idea de quién me estaría escuchando.

Aquí todo era diferente. Tenía que sonar natural y precisa, cordial y amable, relajada y segura. Mientras por dentro me consumía el enorme nerviosismo de quien le mueven el piso y la obligan a improvisar, pues en definitiva, no todo estaba saliendo como se había ensayado.

Así transcurría el día, entre cámaras, flashes, micrófonos descompuestos, idas y venidas, controles de tiempos, nervios, gente conocida y desconocida, retoques de maquillaje, fotos, fotos y fotos.

Y entonces lo entendí: Tenía que relajarme y dejarme llevar. Tenía que comenzar a disfrutar de ese momento que, por varios días esperé. Tenía que demostrarme que estaba allí porque alguien confió en que podía hacerlo, así que no iba a contradecir esa confianza con mis miedos.

Justo allí, empecé a valorar la gran oportunidad que estaba teniendo. No hablo del foro, no hablo de la gente que, antes de ese día, no sabía de mi existencia y que después de eso me comenzaría a saludar en la calle como si fuéramos viejos conocidos. No hablo del hecho de que, gracias a toda la energía invertida, me pude desprender de mis asuntos personales que por días enteros me habían venido agobiando.

La gran oportunidad que tuve fue la de APRENDER:

Ese día aprendí que, por más que tratemos de planificar y prever todos los acontecimientos de nuestra vida y apegarnos a un guion predeterminado, siempre habrá algo que se nos salga del programa. Eso jamás debe detenernos, al contrario: esos momentos son, en los cuales, podemos demostrar todo nuestro potencial para salir adelante y levantarnos después de los tropiezos.

También aprendí que la vida da nuevas oportunidades a cada momento, pero VIDA solamente hay una. Probablemente yo vuelva a repetir mi experiencia en un evento así, si se me da una nueva oportunidad y, con seguridad, lo haré mucho mejor que en esta primera vez. Sin embargo, lo que no haga hoy por mi, esté o no dentro de mi guion, no lo haré nunca más, porque mi momento es ahora.

Aprendí la importancia de creer en mí. Jamás me imaginé que, entre tanta gente que quizá pudiera hacerlo mucho mejor que yo, hubiera sido la elegida para tal responsabilidad, por la magnitud del evento. Sin embargo, alguien creyó en mi y por esa razón estaba allí parada, frente a tanta gente. Lo peor que pudiera haber hecho, era boicotear esa confianza por mis propios miedos e inseguridades.

Aprendí la importancia de disfrutar lo que haces, justo en ese momento, sin pensar en el ayer o en el mañana. Cuando disfrutas lo que haces, el que te salga bien, es una consecuencia natural: así de simple.

Para terminar, les dejo mi propia reflexión:

Todas las obras de teatro, antes de levantar el telón, tienen una primera, segunda y tercera llamada, para preparar la escena. Pero en la vida, las oportunidades solamente llaman una vez.

Muchas veces desperdiciamos una oportunidad de “brillar”, en cualquier escenario, porque tenemos miedo de pagar las consecuencias: ser criticados, sacrificar tiempo, invertir esfuerzo o disciplina.

Al final, yo creo que el “brillo”, cuando es resultado de un arduo trabajo y cuando sabes que nadie te regala nada y estás allí porque luchaste duro para eso, se disfruta… ¡y se disfruta mucho!

Jamás esperes una “segunda llamada”, porque puede no haberla. Tu momento es justo ahora.

¡Que se abra el telón y a vivir tu propia obra!

Mi enorme agradecimiento a Pilar Serrano y a la AMMEEC, por la confianza y apoyo otorgado. ¡Felicidades!

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domingo, 11 de marzo de 2012

Magia Robada... Por Elena Savalza

Alguna vez leí que cuando no se puede volver hacia atrás, lo único que tenemos que hacer es concentrarnos en encontrar la mejor manera de seguir hacia adelante.

A veces Dios pone pruebas que nos parecen insoportables de llevar, simplemente para desafiar nuestra fortaleza y demostrarnos que, después de caer, por más bajo que se haya descendido, siempre habrá una nueva oportunidad para levantarse e iniciar de nuevo.

Ojalá existiera una receta infalible para que los nuevos comienzos no dolieran como duelen. Ojalá hubiera un bálsamo lo suficientemente efectivo como para que el dolor disminuyera con sólo querer. Lo cierto es que, los cambios de página, nunca me han resultado fácil. Pero sé que el quedarse por mucho tiempo leyendo los mismos párrafos, podría hacer que me perdiera de una maravillosa historia al final del libro.



Hubo una vez una Princesa que transitaba por el Camino de la Magia, sin que supiera exactamente si seguía el sendero correcto. Únicamente se guiaba por las escasas señales que le enviaba, de pronto, su corazón desubicado; ese corazón al que la Princesa tenía tanto tiempo de no escuchar, que ya le era muy complicado percibir esa voz interior que estaba allí siempre, a la espera del momento adecuado para tomar la palabra.

Pero una noche, el corazón le habló. A pesar de las fuerzas con las cuales su cabeza, sus prejuicios, su lealtad,  su miedo y su orgullo intentaron ocultarlo, allí estaba el sonido de su voz, tan claro y tan elocuente, que era imposible ignorarlo.

Su corazón le estaba diciendo esa noche, el lugar exacto donde la Magia, que por tanto tiempo buscó, se encontraba.

¿Lo sabía desde antes? Probablemente sí. Pero el sentido del deber y de la lealtad, le decían que volteara hacia otro lado, así que intentó por todos los medios callar el sonido de la voz de su corazón.

Esa Magia estaba en un lugar inaccesible para ella. Aunque era real, simplemente no le pertenecía.

Por días enteros, la Princesa se permitió sentir eso que de nuevo había encontrado e, incluso, jugó en su mente y en su corazón con la idea de que pudiera ser verdadero. Se imaginó viviendo con esa Magia por siempre. Soñaba y sonreía, por momentos, llenándose de ilusión y con la convicción de que, por más obstáculos que tuviera que enfrentar, al final del camino valdría la pena cualquier esfuerzo, si lo intentaba con fe.

Volvió a intentar sentir, volvió a intentar creer, volvió a intentar tocar con las manos el cielo: el pedazo de cielo que en ese momento Dios, la vida, el destino o sus propias elecciones y deseos, le estaban ofreciendo.

Sin embargo, el atreverse a vivir esa Magia, también significaba para la Princesa- Guerrera librar una de las más duras batallas de su vida y para la cual no estaba ni remotamente preparada. Incluso, consideraba que ni siquiera contaba con las armas suficientes para hacerlo. Solamente tenía la fe que por momentos su corazón le infundía en pequeñas dosis y la abrumadora sensación de quien sabe desde el principio que a veces, aún ganando, pierdes.

Tenía el enorme deseo de que la Magia no se esfumara, pero sabía que el desear no era suficiente.

Y se peleó con ella misma, con sus miedos, con sus prejuicios, con su falta de lealtad, con la sensación de estar robando la Magia, con el remordimiento de no estar caminando derecha, con la angustia de que el verdadero dueño de esa magia robada, descubriera el robo. Estaba peleando contra la idea de causar dolor a gente que quería mucho y de que ese daño fuera irreparable.

Todos los días se levantaba con la convicción de que tenía que dejarla ir, aunque no le gustara. Tenía que soltar esa parte de su vida y desaparecer eso que estaba sintiendo, pero no sabía cómo hacerlo.

Simplemente, su corazón estaba tan seguro de que era allí donde pertenecía, que lo único que atinaba era a decirle a su cabeza que esperara un poco más, a ver que sucedía. Por cada “no” de su cabeza, el corazón le decía un “quizá sí”. Ese acto de fe la mantuvo, por algún tiempo, esperando a que sucediera un milagro y las cosas pudieran voltearse a su favor.

Sin embargo, tenía que llegar el momento impostergable: tenía que llegar el momento de dejar de vivir en la mentira y afrontar una realidad que, por dura que le pareciera, rescataría a la Princesa- Guerrera de su prisión auto impuesta.

Tenía que tomar una decisión que no le era sencilla: luchar contra lo que quería y hacer lo que debía, lo que implicaba aceptar que el mundo y las cosas son cómo tienen que ser y que el tiempo no regresa, ni perdona.

Pero también tenía la opción de intentar vivir esa Magia Robada por el tiempo que tuviera que ser, aceptando lo inaceptable, sintiéndose viva en la mentira, comiendo con los restos del verdadero banquete. Viviendo pequeños momentos de felicidad cada día, a cambio de horas enteras de angustia, a cambio de su tranquilidad y de su paz interior y con el riesgo de convertirse en la Bruja Malvada de un cuento de hadas que no le pertenecía.

Ante ese escenario, la voz del corazón no podía hablar mucho más fuerte que la de la razón.  El camino que debía tomar estaba ya señalado: dejar ir esa Magia Robada y empezar de nuevo, recordando que cada final es un nuevo comienzo.

Así que una mañana, la Princesa decidió alejarse del lugar donde se encontraba esa Magia que no le pertenecía. ¿Fácil? No, no lo fue. Siempre existió en ella la sensación de que parte de esa Magia hubiera podido pertenecerle. Además, al alejarse tuvo que dejar ir uno de los tesoros más valiosos que la vida le había regalado durante los últimos años, pero el dejarlo ir estaba implícito en la penitencia que tenía que pagar por intentar apropiarse de algo que no le pertenecía.

¿Qué lecciones dejó esta historia en su vida? Aún le cuesta trabajo descifrarlas. Ella sigue sin entender las razones por las cuales tuvo que vivir eso, precisamente ella. Pero confía en que un día Dios y la vida le devuelvan todo lo que perdió y que las cosas regresen a su lugar…



Hoy, la Princesa intenta…

Intenta salir del agujero en el que cayó…

Intenta encontrar claridad al final del camino…

Intenta, con todas sus fuerzas, que el amor en su corazón sea más fuerte que su egoísmo y sus deseos de "saldar cuentas"…

Intenta hacer lo correcto, aunque no la haga feliz... 

Intenta que, al alejarse de la Magia Robada, ésta se multiplique en el lugar al que verdaderamente pertenece…

La Princesa bendice…

Bendice la Magia que conoció…

Bendice el lugar a donde esta magia, verdaderamente, pertenece.

La Princesa se aleja…

Se aleja con la convicción de que todas las batallas de la vida enseñan algo, incluso cuando te retiras o cuando pierdes. El reto ahora, es descubrir el mensaje que Dios le envió a través de esta experiencia.

La Princesa espera…

Espera por un cuento de hadas mucho mejor, porque sabe que a pesar de haber fallado, todos merecemos una mejor historia…

"... Y la Princesa sigue, por el Camino de la Magia, intentando conseguir que lo imposible se vuelva posible... y buscando un cuento de hadas donde no sea la Bruja Malvada, un cuento donde sea lo que es: una Princesa...”

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