lunes, 26 de diciembre de 2011

Para mi Amiga Querida... Por Elena Savalza

Me había dado un descanso para escribir, pero hoy quiero dedicarle unas líneas a una Gran Amiga que pasa por un momento difícil…


Querida Amiga:

Considero que soy una mujer muy afortunada porque Dios ha puesto en mi camino a personas grandes y valiosas, como tú. Gente que, a pesar de nuestras evidentes diferencias de carácter, me han ayudado a encontrar el equilibrio cuando de pronto, por alguna razón (o sin razón alguna), me he sentido extraviada.

Tú me has visto llorar, me has visto reír, me has regañado cuando lo he necesitado, me has visto ser dura, me has visto trabajar, compartir experiencias, te has dejado guiar y me has enseñado mucho a mí también. Me has visto bromear y hasta me has escuchado cantar (con micrófono y sin él, ¡jajajaja!). Has sido parte de esta familia adoptiva, la que elegí para entrar en mi vida: eres mi hermanita del corazón.

En dos años que tengo de conocerte, realmente considero que, el tenerte cerca, ha hecho de mí una mejor persona en muchos aspectos.

Hoy estás pasando por un momento difícil. Hoy es uno de esos días en los que el peso de las decisiones tomadas y las no tomadas, cae sobre ti como una lápida y crees que el cielo está más oscuro que nunca y que el tiempo pasa lento: no ves el momento en el que pudiera amanecer.

Y llorar duele, pero reírse es imposible…

Sé cómo te sientes, porque me he sentido así. Sé que el sentimiento más horrible de todos se llama culpabilidad y que quizá, eso sea lo que en este momento no te deje estar en paz contigo.

Algunas veces creemos que pudimos haber hecho las cosas de mejor forma, pero la verdad es que, en algunos momentos, hacemos lo que mejor podemos con lo que tenemos a la mano. Y te conozco demasiado bien, como para asegurarte que, aunque ahorita pudieras pensar lo contrario, eres incapaz de actuar guiada por la maldad…

Hoy sólo puedo decirte que es de humanos errar, pero solamente de grandes personas aprender de esos errores para crecer y ser mejores cada día. No conozco ningún ser humano perfecto.

Nadie que llega a tu vida lo hace por casualidad. Tampoco Dios castiga. Simplemente, nos da lo que necesitamos para ser mejores cada día y jamás, por más que a veces nos pudiera parecer imposible, cierra una puerta sin abrir otra.

Cuando alguien te lastima no es tu culpa: no te lo tomes personal, porque tú no eres responsable de los actos de la gente que te rodea. Los actos y las palabras solamente hablan de lo que cada quien tenemos dentro de nosotros.

Enamorarse no es malo, aunque muchas veces nos duela; y confiar en la gente que queremos, tampoco lo es. Simplemente, la vida sería horrible si anduviéramos por ella defendiéndonos de todos a nuestro alrededor.

Sé que eres lo suficientemente madura y sensible para tomar de esta experiencia lo bueno y desechar lo que no te sirva, asumiendo las consecuencias de tus actos con la frente en alto y sin permitir que nada ni nadie te haga sentir inferior, porque tú eres una mujer extremadamente valiosa, sin importar lo que otros digan.

En los próximos días llorarás, te enojarás, gritarás y sentirás que el mundo se te viene abajo. Pensarás que lo que vives ahorita no tiene ni tuvo razón de ser y tendrás infinitas ganas de regresar el tiempo.

Pero es precisamente el tiempo, lo único que no perdona y debemos aceptarlo. De nada sirve resistirse ante lo que es una realidad.

La verdad, por dura que sea, duele solamente una vez. Las mentiras, por el contrario, duelen cada vez que las escuchas o las repites y siguen haciendo daño, en tanto no nos atrevamos a afrontarlas.

Dios jamás se equivoca y te aseguro que, aunque en este momento tú no encuentres las respuestas a las millones de preguntas que tienes en la cabeza, en Su tiempo (y no en el tuyo), Él se encargará de responder a todo lo que ahorita no le encuentras sentido.

Recuerda que todo pasa y todo cambia, pero Dios no se mueve; siempre estará en el mismo lugar para que recurras a Él cuando lo necesites.

Se vale llorar, se vale gritar, se vale renegar… Pero lo que no se vale es pasar por una experiencia fuerte sin que ésta te deje un gran aprendizaje. Yo sé que tú saldrás de esto fortalecida, más madura y más mujer.

Puedes estar segura de que yo estaré aquí, siempre para ti, para acompañarte y apoyarte en ese proceso.

Te agradezco mucho que hoy hayas recurrido a mí y que me permitas devolverte el favor de desvelarme contigo como alguna vez ya te ha tocado a ti hacerlo conmigo. Al fin que, han sido muchas las noches que nos hemos desvelado por estar de fiesta o simplemente por actualizar nuestras historias… ¿Qué importan unas horas menos de sueño, si las invierto contigo?

Hoy sólo quiero recordarte que hay un maravilloso regalo que se llama Perdón.  Aunque te parezca imposible, perdona…

Perdónate a ti misma, porque no eres perfecta y porque no será la primera vez que te equivoques…

Y perdona también a quien (queriendo o no) te hizo daño, porque recuerda que tú no eres responsable por los actos de los demás…

Aprende que quien de verdad te ama, jamás hará nada para dañarte y que las cosas no pueden ser forzadas ni podemos ir por la vida creyendo que el mundo debe ser como a nosotros nos place (y mira que te lo digo yo, que bastante me ha tocado sufrir por eso).

Aprende que es completamente inútil y hasta nocivo, prolongar la estancia de una persona en tu vida, mucho más allá del tiempo necesario, porque entonces los finales se vuelven amargos y podemos arruinar en un momento lo que nos llevó años construir.

Todo tiene su tiempo y su lugar en esta vida y lo bueno solamente se obtiene esperando, porque cuando presionas terminas por arruinarlo…

Quiérete, respétate, perdónate, perdónalo, repara el mal causado, si es que te es posible; pero si no, en cualquier circunstancia, sólo deja ir…

Únicamente de esta forma encontrarás la paz y la tranquilidad perdidas. Y así, volverás a brillar para encontrar de nuevo tu lugar en el Camino de la Magia…

Gracias por formar parte de mi vida, en esta vida…

Te Quiero Mucho, Flaquita…

Ahora más cerca de ti:
En Facebook, busca la página Mujeres Adictas a los Monstruos y dale "like"
En Twitter, sigue a @princesas_ind y a mi cuenta personal @elenasavalza

domingo, 11 de diciembre de 2011

Los que sostienen mi cuento... Por Elena Savalza

Los que disfrutamos del cine o del teatro, sabemos que lo que vemos en la pantalla grande o en el escenario, por maravilloso que nos parezca, es únicamente el resultado de los grandes esfuerzos de gente que no vemos, pero que de la misma forma, cumplen un importante y destacado papel en la producción. Sin ellos, sencillamente no sería posible sacar a flote el arduo trabajo que representa la realización de un film o una puesta en escena.

En la vida, pasa exactamente lo mismo: en todas las historias existen protagonistas, víctimas, villanos, coestelares, brujas, ogros, hadas y demás personajes que hacen que nuestro cuento personal sea digno de ser contado.

En mi historia, en especial, existe gente que, incluso cuando soy villana, bruja, guerrera, heroína o princesa (Peach), están allí: retocan mi maquillaje, repasan mis diálogos, preparan mi escenario, quitan los obstáculos de mi camino y hacen que la historia tenga sus toques de magia y que la vida de la protagonista fluya tan perfecta como el guionista y Director (Dios) lo planeó…

A estas personas especiales de mi historia, dedico mi texto el día de hoy…

El jueves pasado, mientras compartía un momento muy agradable en un bar con mis amigos y los ponía en “antecedentes” del desafortunado final de una historia reciente, de la cual ya les he hablado bastante (en exceso, diría yo) en otras entradas, Richard me dijo algo:

"La duración e importancia de tus relaciones es directamente proporcional al número y a la calidad de tus entradas en el blog"

Aunque la analogía me dio mucha risa, debo confesar que el Grinch (mote cariñoso para mi amigo Richie) tiene mucha razón. Últimamente, lo mejor que he escrito se ha debido a la adrenalina y al cúmulo de emociones que han generado mis más recientes “interacciones” con el sexo opuesto. Tanto así, que hace unos días me sentía completamente incapacitada para escribir algo medianamente coherente y digno de ser publicado. Mi cerebro atolondrado solamente atinaba a generar ideas difusas, las cuáles ni siquiera podía plasmar en una hoja. Como dijera Fernie, mi Sis argentina, tenía el “síndrome de la página en blanco”.

Sin embargo, después de la “noche de anoche” todo cambió…

No es que me haya sucedido nada ni remotamente extravagante ¡para nada! Como tantas otras noches en este año y en muchos anteriores, fue un sabadito rico de Bora’s junto con mis amigos. Noche, playa y luna llena. Cerveza y Tequila (derecho), para no variar… Rock, Reggae, Ska… “Caminando”, “La Dosis Perfecta”, “El Son del Dolor”, “Verde, Amarillo y Rojo”, “Ámbar” y “Sentimiento Original”… Un vestido entallado con estampado animal (no por nada, pero se me veía divino… ¡jajajaja!) zapatos altos (que terminé abandonando) y actitud de súper fiesta, como la de tantas veces que me he querido comer al mundo en un brinco, sacudiendo la cabeza sin temor a despeinarme, cantando y gritando como si nadie me escuchara y bailando como si nadie me viera, sudando como si el maquillaje fuera completamente indeleble…

Algo sumamente superficial, en apariencia, pero que para mí, tuvo un significado mucho más profundo. En ese lugar, en ese momento y en esa situación, pude volver a ser “yo” en mi más rudimentaria expresión: sin complejos, sin ataduras negativas, sacando el estrés, la frustración y las emociones tan diversas que en días pasados habían generado algunas situaciones vividas, en las cuáles en un muy corto tiempo, volví a ver lo mejor de mí, pero también lo peor: mi “yo” Princesa de Cuento… y mi “yo” Bruja Malvada.

Y al ser de nuevo “yo”, puedo ahora regresar y reconectarme con lo que es prioritario y lo verdaderamente importante.

Días emocionalmente pesados, en los que mi corazón tuvo que dejar ir algo que por años había sido mi identidad, preparándose para recibir algo nuevo y mucho mejor. Equivocando el proceso, tropezando en el intento, pero saliendo airosa después de unos cuantos gritos, discusiones sin sentido y lágrimas inútiles…

Y es allí, cuando volteo a mí alrededor y me doy cuenta de que lo importante y lo valioso de mi vida lo tengo al alcance de mis brazos. Que no importa cuántas veces tenga que caer, levantarme y reinventarme, siempre tendré quien sostenga las piezas de mi propio rompecabezas, en tanto yo encuentro cómo embonarlas.

Este ha sido uno de los años más complicados para mí en el ámbito personal. Desde que comenzó, ha estado lleno de cambios, de altas y bajas, de gente que se fue, de gente que llegó, de situaciones distintas y de retos nuevos que han puesto a prueba la fortaleza de mi carácter. Pero ha sido también un año de grandes lecciones de vida, no solamente propias, si no de la gente que ha estado a mi alrededor.

2011 ha sido el año del “Let it go…” (Déjalo ir…) Es impresionante la cantidad de cosas, personas y situaciones que he tenido que dejar marchar y aun así, pareciera que no acabo…

Por eso, a sólo unos días de que el año termine, me resulta completamente necesario hacer un inventario de mis bendiciones, porque es con ellas con quienes quiero comenzar 2012, el cual, declaro desde ahorita, debe ser el año del “Welcome” (Bienvenido).

Tengo una enorme familia, lo sé… Tengo hermanos y hermanas a los que adoro y me adoran, tengo papá, mamá, tíos, primos y sobrinos. Sé que me han amado desde que nací y será así toda la vida, porque son mi familia… Y eso es lo que hacen las familias: amarse y apoyarse.

Sin embargo, hoy quiero reconocer a aquella “familia” que nació en un lugar distinto al mío, que creció en un hogar diferente y que, el paso del tiempo, Dios y el destino, hizo que vinieran a mi vida: mis amigos.

Porque muchos hombres, situaciones y momentos llegan a tu vida y así mismo, se van los que se tienen que ir, pero en ese proceso, quienes verdaderamente permanecen a tu lado incondicionalmente son tus verdaderos amigos…

Gracias a ustedes, que me han visto llorar por estupideces y que me han devuelto al piso cuando lo he perdido…

Gracias porque a pesar del tiempo y, en algunos casos, la distancia física, siempre están para mí…

Gracias porque forman parte importante de mi equilibrio personal…

Gracias porque no importa cuántas veces les falle, siempre están allí…

Gracias por los momentos en que me han dicho lo que quiero escuchar; pero más, por los que me han dicho lo que me niego a admitir…

Gracias a los que se han quedado escuchando mis rollos hasta las 2 de la madrugada o los que han tomado el teléfono a la mínima sospecha de que algo pudiera andar mal…

Gracias por las chelas, los abrazos, los regaños, las parrandas, los cafés y las vistas en la playa…

Gracias porque sé que si el barco se hundiera, ustedes aventarían de inmediato el salvavidas para que yo no me ahogara…

Gracias por las eternas charlas en el chat, a miles de kilómetros de distancia o a unas cuántas calles…

Gracias por recordarme que no todo está escrito…

Gracias por haberme elegido para formar parte de sus vidas…

Gracias porque sin ustedes, Elena sería menos Elena…

Y sí, 2012 será un nuevo año. Un año en el que cosas buenas y situaciones favorables llegarán a mi vida. Espero también, tener el enorme honor de compartirlas con ustedes…

Habrá más cuentos, más historias y más protagonistas (gracias a ellos también, por cierto) pero sé que ustedes estarán allí, se vaya quien se vaya…

Sería injusto y poco objetivo hacer una lista de todos, pero creo que, sin decírselo, saben perfectamente a quiénes me refiero…

Gracias de nuevo y los quiero mucho….

Being me again!

Ahora más cerca de ti:
En Facebook, házte fan de nuestra página Mujeres Adictas a los Monstruos
En Twitter, sigue a @princesas_ind y a mi cuenta personal @elenasavalza

sábado, 3 de diciembre de 2011

Por el Camino de La Magia... Por Elena Savalza

 
“Cada persona que se cruza en tu camino, no lo hace por azar. Dios tiene mensajeros en la tierra que utiliza como medios para comunicarse con nosotros; sobre todo, en aquellas ocasiones en las que no somos lo suficientemente receptivos o no tenemos la tranquilidad para quedarnos quietos y escuchar su voz por sí sola.”
Hubo una vez, hace algún tiempo, una Princesa que se enamoró perdidamente de un Príncipe, muchos años mayor que ella. Al principio, las cosas iniciaron como una relación sin compromisos y con la consigna de no enamorarse. Con el paso de los meses, sin embargo, el corazón los traicionó a los dos y, de aquella relación casual, surgió un amor muy fuerte y una de las cosas más hermosas que ella hubiese vivido nunca.
Pero nada resultó tan bien como hubieran deseado. Después de dos años de permanecer juntos, el miedo a cambiar sus circunstancias de vida y su entorno, pudo más. El Cuento de Hadas terminó muy mal: un sueño frustrado de ser madre y un “adiós” con muchos huecos y muchas dudas.
Por dos años, esta Princesa guardó en su corazón la imagen idealizada de aquél Príncipe que tanto amó. En realidad, no se puso a pensar mucho en la forma que esa relación marcó su vida ni en el daño que él le pudo hacer en su momento, con toda su indecisión. Para ella solamente existía el recuerdo de los momentos bonitos de una historia que no debió haber terminado y la ilusión de que un día, la vida le daría la oportunidad de volver a verlo y de poner a prueba qué tan fuerte había sido lo que antes habían sentido.
Durante ese tiempo, esta Princesa se dedicó a trabajar arduamente, a irse de fiesta y a conocer Príncipes (realmente fueron Sapos, la mayoría) que entraron y salieron de su vida sin penas ni gloria. Pero un día, por azares del destino, Dios la vuelve a poner junto a aquél Príncipe, en la misma ciudad donde tantas veces estuvieron juntos,  reuniéndose de nuevo con él.
Al principio sintió que no sintió nada. Pero, como dice la canción, “No hay más miedo que el que se siente cuando ya no sientes nada”.
Le bastaron algunos encuentros más para darse cuenta de que él seguía tan presente en su vida como lo había estado años atrás. En ese preciso instante decidió retirarse, porque sabía que era más que inútil tratar de recuperar algo que, en su momento, él no quiso salvar.
Y entonces siguió siendo cínica y frívola (en ningún cuento de hadas que se precie de serlo, falta una Bruja), como lo había sido en los últimos años, desde que se separó de él. En el fondo, no la hacía feliz, pero se había negado por completo la posibilidad de que alguien más ocupara el altar que ella le había puesto a él.
Un mal día, él descubre muchas cosas de ella que jamás imaginó, incluidos algunos detalles de su historia juntos, que él nunca pensó que ella hubiera visto, sentido y vivido de esa forma.
Entonces enfureció, por el propio peso de su frustración y de su culpa, al ver tan claramente reflejados los errores que anteriormente cometió, arremetiendo duramente contra ella. En ese momento, la Princesa se convirtió en una Guerrera que se defendió con todo y terminaron enfrascados en una serie de reproches que se acumularon por tantos y tantos años de silencio.
Ese día, fue para ella como volverlo a perder. Se enojó, se entristeció, lloró y volvió a sentir las mismas ganas de morirse que había tenido tres años antes. Pero ese día, entendió también que apenas estaba iniciando para ella el proceso de duelo y que ése era el primer paso para recuperarse de aquella pérdida que por años le había impedido llevar una existencia plena y sin ataduras al pasado.
Lo que más le dolió fue aceptar que, a partir de ese momento, ya nada en absoluto la unía con él (ni siquiera el resentimiento). También le dolió mucho pensar en que, muy probablemente, él estaría enojado por siempre con ella y que nunca más volverían a saber uno del otro.

Así siguieron los meses posteriores, en los que ella sentía que las historias bonitas de cuentos de hadas ya habían cumplido su ciclo en su vida. De pronto había, alguno que otro Sapo disfrazado de Príncipe, pero nada que tocara su corazón en serio.
Por fortuna, el día del cumpleaños de él, pudieron romper esa barrera de rencor que les había impedido comunicarse y aceptaron ambos su parte de culpa en la situación, reconociendo que el amor que se habían tenido había sido muy fuerte y que siempre se querrían (de distinta forma), pero que ahora estaban muchísimo más lejos de poder formar parte cada uno de la vida del otro, puesto que sus caminos ya se habían separado lo suficiente.
En ese momento ella se sintió libre, pero triste de nuevo: tenía que soltarlo y, a pesar de los años que ya habían pasado, no era algo que supiera cómo hacer.
Decidió que era tiempo de comenzar a reconstruir su corazón y de quitarle la eterna etiqueta de “cerrado por remodelación”. Inició también a remover los escombros del pasado y a desterrar cualquier residuo de rencor y de ataduras, de recuerdos y de sueños rotos. Empezó de nuevo, a intentar recuperar su brillo y sus alas que había perdido: la Princesa quería volver a volar.
Pero de pronto, mientras estaba en ese trance, un día aparece un nuevo Príncipe, que le envía una solicitud de amistad, que la invita a salir sin conocerla y que comienza a buscarla de una forma de lo más extraña y desenfadada…
Ella, aún encerrada en su caparazón, aún con miedo por lo que estaba viviendo, auto incapacitada para tener una relación de pareja, para enamorarse y para dejarse querer; con miles de temores y excusas para no abrirse, acepta conocerlo.
En esas circunstancias se encontraba cuando él llegó a su vida: completamente cerrada a una relación verdadera y medianamente normal, enfrascada en un disfraz de Bruja Cínica que por mucho tiempo había llevado y que le había costado un enorme trabajo quitarse, al grado de que, a veces, creía que ya era parte de ella y que si se despojaba de él, se sentiría completamente desnuda.
Y, como en los cuentos de hadas, hubo de nuevo un mejor primer beso que los que nunca había recibido: ese fue el beso que despertó a la Princesa de su larga pesadilla.
Volvió a sentir “mariposas en el estómago” al probar sus abrazos, sus caricias y sus besos: en otras palabras, volvió a vivir.
Tantas cosas volvía a descubrir dentro de ella, que anteriormente creía completamente inalcanzables de nuevo, que le pareció imposible que esto le ocurriera en tan poco tiempo. Hacía años que no vivía algo así, que no sentía esa energía y esa conexión al hacer el amor con alguien: con él volvió a volar y a tocar el cielo.
Conforme pasaron los días, cayó en la cuenta de que sus más grandes excusas (el no tener tiempo, el no poder enamorarse y el que una relación normal y bonita no fuera para ella) estaban dejando de ser importantes. Con él, dejó de actuar como muñequita hueca y empezó a sentir.
Por primera vez en muchos años, el fantasma de aquél otro Príncipe de su pasado, no se metió en su cama, porque en ese momento ella estaba completa: estaba con él…
Pero la Princesa cometió un error: aceptar, previamente y sin conocerlo, un acuerdo absurdo que incluía entre sus cláusulas el no mezclar sentimientos, como si éstos fueran objeto de negociación. Y entendió, después de unos días, que ese acuerdo ya no podía funcionar, por lo menos, no para ella. Sencillamente, quería darse a sí misma otra oportunidad y se dio cuenta de ello gracias a los días transcurridos junto a él.
Comenzó a sentir la necesidad, otra vez, de estar con alguien que quisiera estar con ella, que no le diera miedo abrazarla o besarla en público, que quisiera tomarla de la mano y que se dejara querer… porque recordó que todavía podía hacerlo.
Descubrió en él a un ser humano increíble y le pesó muchísimo, más de lo que hubiera querido, el no haberlo podido intentar con él. Era simple: él no estaba preparado para ese nuevo paso que ella le invitaba a dar.
Entonces ella, decidió romper ese acuerdo y retirarse de allí. Sabía que, si se quedaba, terminaría irremediablemente enamorada, por mucho que él le ofreciera las pociones mágicas para que eso no sucediera. No era que considerara que enamorarse fuera malo, pero sí sabía, que ya no podía imponerle a su corazón la pena de confiar sus ilusiones en algo declarado previamente imposible.
A ella le habría encantado que sus circunstancias fueran distintas, pero también sabía que había tiempo para todo y que ése no era su tiempo, no con él, por lo menos. Había un escalón que tenía que subir, pero él necesitaba quedarse donde estaba un tiempo más, porque estaba viviendo su propia batalla.
En el proceso de dar final a esta corta historia, hubo algunas situaciones adversas y malentendidos, ocasionados principalmente por la incapacidad de comunicarse con el corazón y por toda la confusión de sentimientos que, en especial, ella tenía: sabía que debía dejarlo ir pero no estaba completamente segura de querer hacerlo. De alguna forma, le habría gustado quedarse allí, esperando a que sucediera un milagro y teniendo un poquito más de “eso” que estaba volviendo a encontrar.
Y su migraña regresó, el estómago dolió y finalmente, una infección en las vías respiratorias, manifestó toda la frustración y emociones encontradas que la Princesa tenía y la confusión en su corazón que, por mucho tiempo, perteneció a un lugar lejano e inalcanzable y que ahora ya no sabía a dónde ir. Lo supo porque, al revisar su pasado, sus fotos, sus poemas, sus recuerdos y todas las cosas que la habían unido a aquél otro Príncipe hacía algunos años, sus sentimientos y la forma en que lo había tenido presente, habían cambiado: su corazón, definitivamente ya no estaba allá con él.
Así, la Princesa, enferma del cuerpo, trataba de preservar su corazón a salvo, de mantenerse tranquila, feliz y en paz, pero simplemente no lo conseguía. Sabía que había “algo” que tenía que sacar, pero no sabía cómo. Lo único que le quedaba claro es que había, en poco tiempo, avanzado muchísimo más por el Camino de la Magia, que en años anteriores. Había llegado demasiado lejos como para pretender dar marcha atrás.
Hubo un propósito por el cual Dios mandó a este nuevo Príncipe a su vida: fue para despertarla de aquella larga pesadilla que por años vivió. Ese propósito fue cumplido a cabalidad y, ahora que despierta, no quiere volver a dormir. Sabe que, aunque no le guste del todo la idea, es indispensable dejar ir también esta etapa, tomar de nuevo sus alas y volver a volar.
Si una cosa aprendió en todos esos años, es que es completamente inútil tratar de prolongar un ciclo, porque Dios no se equivoca: tiene sus tiempos y sus métodos y, aunque no los entendamos ni mucho menos los aprobemos, algunas veces simplemente hay que dejarse llevar, dejar de contrariarlo y aceptar que, aunque no sepamos hacia donde volar, Él no nos permitirá perdernos por completo.
Todo cambia, todo termina y todo pasa; pero Dios, como quiera que lo entendamos, siempre permanece en un mismo lugar, donde siempre podemos encontrarlo cuando nos sintamos perdidos.
Ahora, hay una Princesa que descubre, habiendo retirado los escombros, que su corazón no sufrió fisuras irreparables y que está listo para volver a ser habitado.
La Princesa regresa por el Camino de la Magia, aquella que se consigue solamente cuando el amor nace desde el fondo de tu corazón.
En el trayecto, seguramente enfrentará nuevas batallas y tendrá que convertirse, de vez en cuando, en la Guerrera que siempre ha sido. Incluso, quizá, de pronto tenga que sacar de nuevo su disfraz de Bruja del armario, pero no permanecerá enfundada mucho tiempo en él, porque nunca más querrá volver a ser la Bruja de su propio cuento.
Otros cuántos Sapos volverán a aparecer y, probablemente, vuelva a sentirse cansada de intentar romper hechizos para rescatar al Príncipe.
Pero la Princesa Guerrera ya recordó que la magia existe, puesto que la volvió a sentir dentro de ella, y que quiere mucho más, sin importar cuántos Sapos tenga que besar.
Por lo tanto, bendice enormemente al Príncipe que la despertó de nuevo y agradece a Dios por su corta, pero significativa, presencia en su vida. Le desea que, en alguna parte de su propio camino, también encuentre aquello que esté buscando, sea lo que sea. Y espera también, que en un futuro, se atreva a subir el escalón que le falta...
Y la Princesa sigue por el Camino de la Magia, intentando conseguir que lo imposible se vuelva posible

Este es mi cuento de hadas, el tuyo, el de él, el de ella y el de todos los que, a pesar de los tropiezos, siguen firmes por el Camino de la Magia
Dedicado, hasta Argentina, a nuestra querida Sis Fernie; quien un día me dijo: “Y tendrás más magia que Harry Potter…”

Vos sabés…
Ahora más cerca de tí:

En Facebook, busca la página Mujeres Adictas a los Monstruos y da click en "Me gusta" 

En Twitter, sigue a @princesas_ind y a mi cuenta personal @elenasavalza

sábado, 26 de noviembre de 2011

Cuando hable sólo el Corazón... Por Elena Savalza

¡Vaya, vaya!

Aquí estoy, otra vez, tratando de encontrar la pieza que falta para volver a funcionar de una forma medianamente normal o, por lo menos, conforme a la rutina que aún llevaba hasta hace unas semanas.

Por segundo viernes consecutivo mi noche, que pintaba como “buena”, terminó hecha un desastre. Lo último que quisiera  recordar de ayer, fue la forma en que azoté dos puertas negras en menos de 5 minutos: primero, la de su coche; después, la de mi casa.

Y es que tengo que admitir que el principal enemigo y temible Monstruo del Egocentrismo, abordado en varias entradas hace algunos meses, no se ha ido: sigue aquí, sigue presente y parece que, cada día, mejor instalado dentro de mí, donde encontró un hotel de lujo con todo incluido, que le brinda todas las comodidades como para que no quiera abandonarme.

Después del “azotón” de puertas, unas palabras aclaratorias escritas en su bandeja de entrada, lo más serenamente posible, para mi estado de ánimo, así como unas lágrimas que no supe de dónde venían y que hacía mucho que no derramaba, pero que me ayudaron a cansarme y a dormir, despierto hoy y mi estómago se siente extraño. No había mariposas ni murciélagos dentro de él, pero definitivamente algo, que las lágrimas de hacía algunas horas no consiguieron erradicar, le estorbaba y había que sacarlo de allí.

Mientras, la computadora y el montón de papeles sobre la mesa me recordaban que tengo trabajo pendiente para hacer en casa; entre ellos, un artículo qué escribir, un informe qué presentar el lunes a primera hora, varios documentos por terminar, el plan de acción para una auditoría, la preparación de otra… y todo para el bendito lunes, que será un día bastante intenso.

Existiendo esta presión, lo normal es que cualquier malestar se solidarice con mi cerebro y se haga a un lado para que yo me pueda concentrar en mi trabajo. Pero hoy, simplemente es imposible… (¿Dije “imposible”?).

Así que ante esta imposibilidad que ni Alicia en el País de las Maravillas, con todo y su espada, hubiese podido enfrentar, decido que tengo que escribir sobre ello, como terapia gratuita (o exorcismo de demonios, como diría Richard).
Sin embargo, al abrir la hoja de Word, mis dedos, el teclado y mi cerebro no logran llevar a cabo un buen trabajo en equipo: estaba igual que como empecé, pero con una especie de nudo paseándose libremente desde mi garganta hasta mi estómago…

Distraída, enojada, con los ojos un poquito rojos, malestar estomacal y con ganas de no ser yo en este momento, me preparo un café y enciendo la televisión, sin encontrar nada que me interesara. Entonces viene, otra vez, la computadora: correos, chat, Twitter y Facebook.

Pongo música y, de pronto, se me aparece en la lista de reproducción una canción que hacía mucho tiempo que no escuchaba: “¿Por qué hablamos?” (Ricardo Arjona y Ednita Nazario). http://www.youtube.com/watch?v=MTI6S9cm_10


“… Y te quiero y me quieres, pero somos más idiotas que sensatos. Y aparece otro día y nos van quedando llagas incurables de esta maldita enfermedad de hablar de más…”

Pienso, al escuchar esa parte, en lo irónica que puede ser la vida cuando se trata de relaciones (así se llamen “nada”) y de cómo las cosas que decimos, las que actuamos e incluso las que callamos, pueden darle en la torre a algo que debiera ser mucho más sencillo si tan solo aprendieramos a comunicarnos desde el corazón.

En eso, como bajado del cielo, un angelote que un día me dijo que, de aparecer en este blog, lo llamara Vampiro “nomeacuerdoqué”, pero que en realidad se llama Rubén y es uno de los chicos más inteligentes, sensibles, divertidos, respetuosos y caballerosos que conozco (y con sonrisa linda, por si fuera poco), comienza a hablarme y empezamos una interesante charla.

Y, como siempre, hablar con Rubén me ayuda a ponerme un espejo emocional enfrente, por lo que, después de una agradable charla con él, escribir resulta mucho más fácil (De hecho, varias de mis entradas favoritas las he escrito después de hablar con él).

Hablábamos de lo que el EGO hace en las personas y de cómo dificulta mostrar tu verdadera cara, solamente por el afán de evidenciar tener siempre la razón y de salirte con la tuya.

Siempre he tenido ese defecto de carácter. Le puedo echar la culpa a la astrología eternamente y renegar porque nací LEO (se supone que los nacidos bajo mi signo somos así: vanidosos, caprichosos, que nos encanta llamar la atención, que siempre queremos tener la razón, de carácter fuerte, obstinados y otras cuantas linduras que me tardaría en describir). Pero la verdad es que, en los últimos días, esta parte de mí, tan arraigada, me ha dado varios dolores de cabeza: desde lastimar, sin querer, a gente que quiero, al grado de que casi pierdo a dos de mis mejores amigas por ello, hasta la incapacidad total de comunicar lo que realmente necesito y romper acuerdos previos por callar mis verdaderos deseos.

… Porque definitivamente cuando el ego grita, el corazón tiene que callar…

Y entonces encuentro a mi lado frívolo, cínico y ególatra peleando con mi lado humano, sensible y capaz de sentir, de querer y de creer…

Recuerdo que tengo más virtudes que vicios, pero que a veces mis vicios se empeñan tanto en sobresalir, que opacan a  mis virtudes más evidentes.

Recuerdo que hay mucho más allá de la piel, de los músculos y de los huesos; algo que las radiografías, resonancias o tomografías no me permitirían descubrir ni aunque las pudiera interpretar.

Recuerdo que el corazón habla más bajito que el ego, por lo que necesito callar a uno para escuchar al otro.

Pienso que, quienes de verdad me quieren, me aceptarán a pesar de eso. Que mi familia y mis verdaderos amigos (mis hermanitos por elección), estarán aquí… incluso cuando los demás, los que lleguen y se vayan sin penas ni gloria, se hayan retirado ya.

Y me imagino que, sólo por un momento, las apariencias no importarán. Que no siempre tendré la razón y que podré reconocer mis errores y seguir siendo persona.

Y equivocarse no será tan malo y llorar no me hará cobarde ni débil…

Me imagino también, que en el momento que deje de escudarme en comentarios sarcásticos y despectivos y me permita ser simplemente yo: sin maquillaje, con arrugas, cicatrices y el pelo desordenado, dejaré de ser presa de mis propios miedos.

Y enamorarme e ilusionarme no será como aventarme de un avión sin el paracaídas puesto, porque siempre habrá tierra firme donde pueda caer de pie…

Me imagino que mientras menos me empeñe en ser perfecta, más podré disfrutar del proceso, porque quizá la felicidad sea inversamente proporcional a la perfección.

Pienso en la probabilidad de que, de verdad, esa sea mi naturaleza y que quizá, cuando deje de pelearme con ella y simplemente fluya con la vida, dejaré de azotar puertas negras, perseguir imposibles y enojarme por tonterías…

Entonces podré hablar de corazón a corazón y no de ego a corazón, o peor aún, de ego a ego…

O a lo mejor, mi corazón aprenderá a doblar otros egos o a no dejarlos entrar, porque no caerá en sus propias trampas...

Y podré permitirle a mi corazón ciertas atribuciones que recientemente no le he dado…

Y podré confiar en que la magia existe y la volveré a sentir dentro de mí…

Quizá en ese momento, cuando no me importen tanto las apariencias, cuando equivocarse no sea una tragedia y cuando perder no sea un desastre, podré lograr cosas que hasta el momento se me han negado…
Quizá entonces y sólo entonces... podré hacer que las piedras sangren...

Believing to live!
Ahora más  cerca de ti:

En Facebook, busca la página Mujeres Adictas a los Monstruos y da click en "Me gusta"
En Twitter, sigue a @princesas_ind y a mi cuenta personal @elenasavalza

domingo, 20 de noviembre de 2011

De los "Amigos con Derecho" y otros Monstruos... Por Elena Savalza

La verdad es que ya extrañaba esa adrenalina. Hacía meses que no les contaba alguna aventura loca, simplemente porque no la había tenido.  Lo único que pasó fue que me clavé tanto en mi trabajo que no tuve ninguna noche digna de resumirse en 4 páginas tamaño carta… hasta este viernes.

Resulta que estaba viviendo una feliz y tranquila historia con un chico que recién se me cruzó en el camino. La forma en que lo conocí fue un tanto peculiar: un día recibí una solicitud de amistad de un desconocido que tenía varios amigos en común conmigo, entre ellos, Ámbar. Al ver su perfil, antes de admitirlo, le pregunté a ella quién era, a lo cual me respondió que era un amigo de su novio, que era “buena onda” y que lo admitiera.

Habiéndolo admitido, un día, él entabla comunicación conmigo dejándome un mensaje para invitarme a salir con otro grupo de amigos. Yo respondí diciendo que no podía (lo cual era verdad, porque cuando lo leí, no me encontraba en Manzanillo) y que sería en otra ocasión. Debo confesar que me intrigó ese chico que, de una forma tan desfachatada, para mi gusto, me invitó a salir sin siquiera una presentación previa.

Así seguimos teniendo comunicación esporádica por el chat, mientras yo hacía gala de mis malos modales y de todo lo nefasta que puedo ser para tratar a las personas cuando me pongo mi coraza de autodefensa y de sarcasmo.

En uno de tantos días, en los que al iniciar una conversación conmigo yo estaba de buen humor (cosa que no es tan difícil, sólo que él, en particular, no había tenido mucha suerte con eso) me invitó a salir para conocernos y yo acepté.

En cuanto lo vi, supe que me gustaba. Realmente me sentí muy cómoda con él y me la pasé increíble desde las primeras horas que pasamos juntos. Puedo decir que, a pesar del extraño comienzo, estos últimos días fueron de los más felices que recuerdo en mi historia reciente.  

Todo marchaba sobre ruedas porque, desde un inicio, dejamos en claro que lo nuestro sería “sin compromisos”, es decir, seriamos “amigos con derechos”, con todo lo que eso implica. Realmente, nunca supe si quería de verdad una relación así, pero en ese instante me pareció divertido y simplemente decidí relajarme y aceptar lo que la vida me estaba poniendo enfrente.

Así que, estando claras las reglas del juego, la relación (o como fuera que se llamara lo que tuvimos) caminó de lo más relajada. Era como estar con un amigo que sabía que, dijera lo que dijera o hiciera lo que hiciera, me aceptaría con todo y mis defectos. Fuera presiones, fuera miedos, fuera máscaras. No había que quedar bien, ni había que esforzarse demasiado por esconder mi lado oscuro, porque realmente no importaba mucho que él tuviera una buena o mala opinión sobre mí. Finalmente, sabía que había una fecha de caducidad muy próxima y lo que importaba era vivir el momento, porque quizá mañana no lo volvería a ver.

En los pocos días que convivimos, pude darme cuenta de algunas cosas de él que me gustaron: por ejemplo, su USB estaba repleta de buena música (que no me alcanzó a compartir); hablaba muchísimo más que yo (¡y miren que eso no es tan fácil!), pero también era bueno escuchando, por lo cual siempre había algo divertido e interesante qué platicar; le encantaban las películas rositas (como a mí) y, además,  nunca había conocido a nadie tan puntual, que me avisara con suficiente anticipación si se retrasaría en llegar por mí, aunque solamente fueran 10 minutos. Obvio, hubo muchas más, pero no podría mencionarlas todas aquí...

Pero… (¿Por qué, cuando empiezas a pasarla bien, siempre hay un “pero”?) desde la primera semana, las “piedras en el camino” comenzaron a aparecer. A los pocos días de salir con él me entero de que, antes de conocerme, también conoció a una de mis mejores amigas y, de alguna forma, se tejió entre ellos una historia previa que no pasó a mayores, pero que originó cierta fricción en mi grupo. Como personas adultas y sensatas que solemos ser (la mayoría de las veces), pudimos arreglar nuestras diferencias y, digamos, que recibí “banderazo” por parte de mi amiga para continuar con esta naciente historia de... (¿Nada?) Bueno, dejémoslo en “historia”.

Sin embargo, unos días después, dos de mis peores defectos (aunque bien podrían resumirse en uno solo) afloraron en la misma noche: el egocentrismo y el tremendo disgusto que me provoca el sentirme rechazada. Y ustedes son testigos de lo mucho que he luchado contra ese defecto, por todas las broncas que me ha causado en mis relaciones con las personas, en general, pero esta vez, tampoco pude evitarlo.

El viernes, desde muy temprano, le envié un mensaje para invitarlo YO a salir por la noche. Me contestó diciendo que no sabía si se quedaría en Manzanillo y que después me confirmaba, a lo que respondí con un tajante “si no puedes, lo dejamos para después”. Él trató de minimizar la situación y terminé riéndome de mi respuesta, argumentando que tenía SPM (Síndrome Pre-Menstrual).

Transcurrió el día y, por la tarde, me llamó para preguntarme qué haría por la noche. Realmente, no tenía ningún plan concreto porque, en el fondo, esperaba verlo a él, pero sí había algunas actividades alternativas, así que le hablé del plan A, B y C.

Entonces me contesta: “Me voy a dormir un rato, así que si quieres, continúa con tus planes y si sale algo te llamo más tarde para ver en donde estás.  Yo voy a salir con mi amigo…”. O sea, él era plan A para mí, pero definitivamente, yo  no tenía el mismo orden alfabético en su lista de prioridades. Por algo dicen que “no debes tratar como prioridad a quien te trata como opción”.

Colgué la llamada, molesta, porque me enfurecen las medias tintas. Es SI o es NO, pero no es un “a ver si se me antoja”. Además, me cuesta un tremendo trabajo decirle a alguien “quiero verte”, por lo que, si ese alguien me rechaza, corrobora mi percepción personal de que es un tremendo error mostrarse vulnerable. Y lo que es peor, estando “claras” las reglas, sabía que no me podía enojar por eso, porque teóricamente yo no podía exigir nada… lo cual me molestaba aún más.

Estaba digiriendo mi molestia cuando, unos minutos más, hace su flamante aparición un tipo que hacía varias semanas había dejado de ver, pero a quien se me “olvidó” avisarle que ya no quería verlo. Me llama y me pregunta que “por qué lo tenía tan abandonado” y que si no quería verlo esa noche.

Pregunta: ¿Qué harías tú sí, de pronto, el chico con el que verdaderamente querías estar te manda a volar (o te deja en stand by, para que no se escuche tan feo) y, de inmediato, se te aparece en la pantalla de tu teléfono la “opción” de sacar a un clavo con otro?

Pues sí, lo admito. Mi primera respuesta fue decirle que lo veía esa misma noche, un poco más tarde. Sin embargo, reflexiono y me doy cuenta de que lo único que me movía a estar con “el otro”, era que el primero me había rechazado, lo cual no era una buena razón para pasar la noche con nadie. Sabía que, de haberlo tomado, la mañana del sábado mi resaca hubiera sido mucho peor de la que tuve.

Entonces llamo a mis amigos y me pongo en sus manos. Estando con ellos, en especial con Chuy, con Ricardo y con Arali, no cometería tremenda estupidez.

Lo primero que me encuentro al llegar es que, el amigo con el que supuestamente él saldría, estaba allí, con mis otros amigos, por lo cual asumí que me había mentido y mi coraje creció. Pero, bastaron solamente unas cuantas palabrotas dichas en el hombro de Chuy para que me sintiera mejor (esa es una de las mejores cualidades de mi hermanito Chuy: sabe cómo ponerme en mi lugar y “bajarme los humos” de inmediato).

Después de un rato, mi chico en cuestión se aparece, mientras yo me aferraba al abrazo de Chuy. Me saluda como a cualquier desconocida y, mientras Chuy intenta soltarme para “cederle el espacio”, yo lo abrazo más fuerte y le digo “No me sueltes, él no está aquí por mí. Si hubiera querido verme, me habría llamado y no lo hizo”.

Transcurre la noche, nos vamos a un bar y yo, en la misma actitud de “no viene conmigo” y “es uno más de la bola”, seguía divirtiéndome, tratando de ignorar su presencia en la mesa, mientras “el otro” seguía mandándome mensajes pidiéndome vernos.

Llega un momento en que se va del bar. La verdad es que, en mi interior, esperaba que me dijera “vente conmigo”, pero no sucedió… Así que lo vi irse, mientras ponía la misma cara de idiota de la cual ya les he platicado en otras ocasiones, tratando de entender qué estaba pasando.

Supongo que Ricardo adivinó mi siguiente pasó, porque me quitó mi celular… pero fue completamente inútil, ya que me empeñé en recuperarlo de inmediato (cuando me pongo necia, no hay quien pueda conmigo).

En cuanto se va, me meto al baño y le marco, reclamándole que se hubiera ido (un cerebro alcoholizado no sabe de lógica, lo siento). Realmente, no entendí muy bien qué fue lo que me contestó porque la música no me dejó escuchar, pero sé, por su tono de voz, que no fue algo muy dulce que digamos.

Enojada, le marco “al otro”, quien seguía “calientito y en la banca”, completamente disponible para ingresar a la cancha y, por si fuera poco, muy cerca del bar donde yo estaba por lo que, antes de que yo terminara de tronar los dedos, ya tenía la tarjeta de cambio lista, solamente esperando que el árbitro diera la instrucción para realizar el movimiento (Ni se nota cuánto me gusta el futbol ¿verdad?).

Salí, lo saludé y le dije que en un momento nos iríamos juntos. Pero de nuevo, Ricardo me detuvo y me tardé más de lo esperado en volver a salir. Cuando salgo, a pesar de los esfuerzos de Richie por convencerme de que me quedara, “el otro” aún seguía esperándome…

Sin embargo, llegado el momento clave, no me pude ir con él. Fue como si toda la cordura que me faltó durante la noche, me hubiera llegado de golpe en ese instante y algo dentro de mi dijera “esto no está bien, realmente tú no quieres irte con él, no seas idiota”.  Me alejé lo más rápido que pude, enojada conmigo, por mi estúpida reacción de sentimentalismo y sensatez que me invadieron en el último minuto, no sin que antes me alcanzara otro de mis amigos (SU amigo) insistiendo en llevarme a casa y en que YO era quien la había regado.

Llegando a casa, decido que eso de los “amigos con derecho” y las relaciones sin compromiso, simplemente no era mi fuerte, por lo menos, no con él: realmente me gustaba y comenzaba a desear cosas que sabía que no podía tener, entre otras, que se quedara conmigo. Así que le envié un mensaje disculpándome por la escena de la llamada y diciéndole que lo mejor era que dejáramos las cosas como estaban, porque había entendido que no sabía cómo manejarlo. Me respondió deseándome una “linda vida”… Y se terminó tan rápido como inició...

Mientras tanto “el otro”, me llama súper enojado (con sobrada razón) porque lo dejé esperando en la entrada del bar. Me dijo que estaba cansado de que lo llamara nada más cuando a mí se me antojara y que el mundo no giraba a mi alrededor (estoy segura de que no es la primera vez que escucho eso), pero que, lo de haberlo dejado esperándome como idiota fuera del bar, era mucho más de lo que él le podía permitir a ninguna mujer.

Me disculpé (también con él) y le dije que no tenía la menor intención de pasar ni esa, ni ninguna otra noche más con él y que no estaba en condiciones de explicar mi conducta, pero que consideraba que, lo mejor, era ya no vernos. A juzgar por su mensaje del sábado por la noche, donde volvía a pedir verme, creo que no quedó del todo convencido, pero de la misma forma, ya no daré marcha atrás.

Mientras escribía esto, pensé en que un buen título para esta entrada bien pudo haber sido “Cómo perder a dos hombres en la misma noche”, pero entiendo que, para haber perdido algo, primero debería haberlo tenido. La realidad, es que nunca tuve NADA.

Pero, como dice el sabio refrán “Cuando pierdas, nunca pierdas la lección”, así que aquí va el resumen de lo aprendido esa noche:

1.        Nunca, bajo ninguna circunstancia, mezcles vodka con cerveza, sobre todo si estás molesta y tienes cólicos menstruales.

2.       Cuando un verdadero amigo te quita el celular y se lo guarda en la bolsa derecha de su pantalón, déjalo allí… está mejor que en tus manos.

3.       Jamás, jamás, pero JAMÁS llames a un chico porque estés enojada con otro. No es justo para ninguno de ellos… y mucho menos, para ti.

4.       Nunca comiences “nada” sin concluir historias anteriores. Así sea solamente una relación de “amigos con derecho”, cada etapa de la vida por corta que sea, merece tener bien marcado su inicio y su final (“Enfoque a Procesos”, Elena ¡Por Dios!).

5.       Decide lo que necesites y no aceptes menos. A veces es bueno detenerse a esperar, porque si nunca dejamos de movernos, las cosas más valiosas de la vida, las que llegan solas, quizá no puedan alcanzarnos.

6.       En cualquier caso, el orgullo y el egocentrismo son pésimos consejeros… pero cuando les das un poco de alcohol, pueden ser tus peores enemigos.

7.       Tener un “amigo con derecho” requiere inmunizar a tu corazón para no sentir. Si sabes que el tuyo no tiene sus vacunas al día, mejor no juegues con fuego, porque resultarás quemada.

8.       También se puede aprender de las historias cortas y Dios siempre te manda a la gente por algo. Disfruta y déjate llevar. Al final, aunque sea por poco tiempo, habrá valido la pena.

9.       Si tienes excelentes amigos que hacen lo posible por evitarte un frentazo, no arruines sus esfuerzos haciendo siempre lo que te viene en gana y, de vez en cuando, acepta que te puedes equivocar.

10.    Recuerda que “Dios no hace huevos al gusto, no endereza jorobados y no sirve desayunos en la cama”. Si tienes ganas de un café, muévete y ve por él: así funciona la vida.

¡Nos escribimos pronto y gracias por seguirnos leyendo!

Ahora más cerca de ti:

En Facebook busca nuestra Fan Page Mujeres Adictas a los Monstruos y da click en "Me gusta"
En Twitter sigue a @princesas_ind y a mi cuenta personal @elenasavalza