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viernes, 11 de marzo de 2011

DON SAPO II: La historia vista del otro lado del espejo... Por Elena Savalza

-          Quiero contarles una historia no contada… es la historia de “Don Sapo”.

-          “¡¡ ¿No contada?!!- Contestan todas ustedes - ¡Por favor Elena, si es del dominio público! ¡No hay absolutamente nadie de los seguidores de este blog ni de tus amigos de Facebook, que no conozcamos todas las trastadas que te hizo el maldito y cruel bicho, horripilante, verrugoso, venenoso, alimaña, tepocate, cucaracha y víbora prieta llamado” Don Sapo”!… ¿Será que algún día lo superarás?-

-          Aún así, insisto en que esta historia no ha sido contada…

-          ¡Está bien Elena!... ¿Nos queda otra opción, acaso? ¡Adelante, venga “Don Sapo”... otra vez!

Empiezo este relato, con un diálogo entre ustedes y yo, porque de verdad, después de todas las cosas que junto a ustedes, mis princesas favoritas he vivido, no me queda más remedio que ver a Don Sapo a través de otros ojos: los del perdón y la gratitud.

Hubo lágrimas, sí. Lo admito, cuando recién “desapareció” un día llegué a casa, después de cenar con mis amigas y de medio soltar el llanto en el coche frente a Ámbar, me acosté en mi cama y me puse a llorar. Fueron lágrimas sobre todo de coraje y muchísimo de dolor… dolor en el ego, que en esa ocasión, fue más fuerte que cualquier otro dolor que Don Sapo pudiera haberme hecho sentir.

Pero también las hubo antes de que se fuera… Y debo reconocerle que tuvo una asombrosa habilidad para hacerme sentir genial y para aparecerse justo en el momento que más lo necesité. Cuando sin duda, estaba viviendo uno de los peores momentos de duda e inestabilidad; cuando solamente me había sentido más confundida y desubicada en una ocasión, cuando el Sapo sin Nombre se tuvo que ir...

Don Sapo lo hizo: me arrancó muchas sonrisas, muchas carcajadas, muchos suspiros. Por primera vez, me sentí con él una mujer completamente libre y sin complejos, capaz de hacer cualquier cosa dentro y fuera de las sábanas.

Me quitó el sueño muchas noches, imaginando cómo sería ese mundo que me estaba pintando. Me cantó al teléfono, me leyó, me escuchó, me consoló, me hizo reír, me desvistió a larga distancia, me hizo el amor mucho antes de tocarme, me enseñó que (como dice la canción) “20 años no son nada” y que de verdad, el corazón no reconoce edades.

Estuvo conmigo en mi playa favorita, en mis noches de fiesta, en mi noche de navidad. Volví a ser con él niña jugando a las muñecas, me ayudó a comprar ropa, a superar las pérdidas, a confiar de nuevo en mí. Me recordó que puedo tomar decisiones orillada por el miedo, pero es mucho más constructivo tomarlas por amor…

En resumen, tengo que reconocerle el mérito: gracias a él, volví a soñar

Visto así, con esos ojos, entiendo cómo fue que me pareció increíble que se fuera como se fue, puesto que no era lo que yo tenía planeado, ni lo que yo esperaba (si, otra vez la soberbia)… Pero lo más importante de todo esto fue que llegó, cumplió su ciclo en mi vida y siguió su camino dejando que yo siguiera el mío, tal como lo planeó Dios para mí.

Y a pesar del dolor, de la confusión y del coraje de los primeros días; hoy, después de su partida y ya pasado el coraje, entiendo que lo que le dije un día, será completamente cierto aunque hace 3 semanas, nublada aún por el coraje y el dolor de mi orgullo herido,  lo hubiera dudado: “Jamás me podría enojar contigo al grado de desear no querer volver a verte”.

El miércoles, cuando a lo largo del día comenzaron a darse pequeños milagros en mi vida, dije de manera sarcástica (como digo las cosas muy a menudo) que le mandaría flores de agradecimiento.

Estas no son flores, y veo difícil que esta nota le llegue, porque no creo que sepa siquiera que existe este espacio en el cual, su aparición en mi vida fue determinante para su creación.  Sin embargo, si algún día vuelvo a verle, seguramente lo saludaré con una sonrisa y le diré “¡Dios te bendiga y gracias por todo lo que hiciste por mí, aunque ni siquiera sepas cuánta diferencia marcaste en mi vida!”

Y entonces… ¿qué opinan? ¿Habían leído esta historia?... ¡Ah verdad!

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