viernes, 18 de febrero de 2011

SACANDO A LOS SAPOS DE CASA, Por Elena S.

Antes que nada, quiero agradecerles a todas por sus comentarios y porras realizadas a la nota anterior “Don Sapo”. Les confieso que, gracias a eso, me sentí muchísimo mejor después de lo sucedido con el referido bicho.

Justo pensaba en ese bienestar ocasionado por el desahogo sarcástico de mi frustración y mi coraje, cuando recordé una anécdota de mi infancia que hoy por hoy, me deja un gran aprendizaje…

Crecí en un pueblo cercano a la “Guadalajara Hermosa”, la bella perla tapatía; su nombre es Tecolotlán.  Cuando el temporal de lluvias estaba en su máximo esplendor, las calles empedradas parecían ríos y al finalizar la lluvia, había muchas veces que teníamos que sacar de casa el agua que se había metido por cualquier parte.

En no pocas ocasiones, se llegó a colar entre el aguacero uno que otro sapo, obligándonos entonces a sacarlo a punta de escobazos de la casa, oponiendo resistencia al inflarse para hacerse fuerte y pesado (sapos inflados y pesados, jajajaja!!, cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia).

Una vez, fastidiada por tan engorrosa y desagradable actividad de sacar a los sapos de casa, cuestioné a mi mamá con toda mi inocencia de una niña de no más de 10 años: “Mami, si son tan desagradables y feos, ¿por qué Diosito hizo a los sapos?”. Mi hermano David (que entonces era un niño que no pasaba de 4 años), apresurándose a cualquier respuesta inverosímil que mi apurada mamá hubiera dado, me contestó con la sabiduría que solamente a esa edad se puede tener, demostrando la gran comprensión del mundo que tienen los niños: “Porque si no hubiera sapos, nadie se comería los insectos y los alacranes nos picarían”.

Un pequeño silencio reinó entre nosotros con expresión de “Oooooohhh!!”, quedando más que satisfecha con esa respuesta….

Pensando ahora en “Don Sapo” y en todos los Sapos de mi vida, me atrevo a sacar las siguientes conclusiones:
  1. Los Sapos también son criaturas hechas  a imagen y semejanza de Dios y aunque nos parezca imposible, si vemos a través de su fealdad, podríamos descubrir al interior un maravilloso Príncipe, sin importar de pronto su repugnante apariencia. 
  2. Un Sapo, siempre será un Sapo: No perdamos nuestro tiempo y energía tratando de convertirlo en Príncipe, porque eso solo quitará alegría a nuestras vidas.  Los Príncipes nacen, no se hacen; y si Dios tiene uno para nosotros, está por allí y en el momento indicado aparecerá.
  3. Como seres humanos, también los Sapos se equivocan, por lo tanto no debemos esperar de ellos más de lo que esperaríamos de cualquier ser humano. Nuestro error, es creernos que solamente con un Príncipe a nuestro lado es que podemos ser Princesas, lo cual nos hace  tremendamente vulnerables, al poner todas nuestras expectativas en alguien que en el fondo podría ser un triste y miserable Sapo, que a toda costa quisimos convertir en nuestro Príncipe.  Además, forzar a un Sapo a que se convierta en Príncipe, no solamente le falta al respeto al Sapo, si no que también, es una falta de respeto a nosotras, las bellas Princesas de nuestro cuento llamado Vida.
  4. Independientemente de si tienes a tu lado un Príncipe o no, TU YA ERES UNA PRINCESA.  Como Princesa, te mereces un verdadero Príncipe: no aceptes menos que eso!!
  5. Cada Sapo que llega a nuestras vidas, cumple una función en nuestro “ecosistema”, es decir: todos los Sapos que conocimos y conoceremos, han venido aquí para enseñarnos algo. Nuestra tarea es ser receptivas y entender, al final del tiempo de cada Sapo, la lección que Dios quiso que aprendiéramos a través de ellos; es decir, los “alacranes e insectos” que se tenía que llevar.
  6. Debemos aprender a ser lo suficientemente sabias como para identificar el momento en que el Sapo en cuestión, cumplió su función en nuestro “ecosistema”, es entonces cuando tenemos que tomar la escoba y arrojarlos lo más lejos que podamos de nuestra casa y de nuestras vidas, para poderle dejar espacio al Príncipe; ninguna de ustedes quiere tener un mugroso y horroroso Sapo sentado en su sala, ¿o sí?
Yo decidí sacar a los Sapos de mi casa, ¿qué deciden ustedes?

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